domingo, 26 de junio de 2016

RAMÓN PALOMARES: EL LENGUAJE DE LO AUSTERO

 

 Por: Ricardo Gil Otaiza

Ser austero en el campo de lo poético no se traduce necesariamente en una merma de la expresión literaria, sino también (y aquí cabe un primer supuesto): la condensa en una suerte de destilado, que busca entregar espíritu y esencia con cada vocablo. Hay poetas de la exuberancia del lenguaje, que anhelan exorcizar sus sentimientos en el papel hasta convertirlos en cantera, en torrente; en expresión inacabada por la vía del derroche léxico. En el primero de los casos hallamos al venezolano Ramón Palomares; en el segundo, al chileno Pablo Neruda, quien paradójicamente es fuente de admiración e inspiración de nuestro bardo. Centraré mis reflexiones en el trujillano, objeto de este homenaje, por erigirse —quizás sin pretenderlo— en expresión precisa y casi perfecta de lo austero, pero también en un verso que ahonda en las raíces, en lo atávico, en la infancia, en el Escuque dejado atrás para enraizarse en Mérida, ciudad a la que llega un día ya perdido y lejano en el tiempo, y en la que se perpetuará hasta más allá de la muerte.

En Adiós a Escuque (1974) renace el “Viejo Lobo”, el de la infancia feliz, y nos hacemos testigos del desprendimiento, del desgarre, de la otredad erigida en nostalgia y puente con el mañana; que también se hace bruma. Palomares ahonda sin rubor en lo que queda como saldo de su niñez: en las “plantas desgreñadas”, en la “siesta”, en “los tapiales”, en los “corazones ocupados de amores turbios”, en “las noches que escribían en un oscuro diario”; en el “alma en vilo y sin ley”. La austeridad de la palabra se revierte en Palomares en río torrentoso, en hebras amargas, en poema del ayer y del ahora, en vértigo ante un recuerdo hecho nube y distancia: la casa derruida, las tías católicas, las hermanas suaves; el tener que zarpar cargado de sueños.

En Pleno verano el bardo se metamorfosea en piedra, en árbol, en fosa tumba, en escarabajo. Para él las palabras “están perdiendo su alma que solo saben nombrar muertes”. Entonces se rebela, se levanta de las sombras para hacer cuenta de las señas del verano, pero de nada le vale: se siente cansado, halla tierra seca, para él hace más de cien años que “esto” (su espacio) es pura quema, ya no hay verdor, y pide a quien desee escucharle: “Páseme un trapo húmedo/ ¡Estoy asándome!”. Palomares se mece entre la sobriedad del lenguaje y la complejidad del significado, de la imagen que nos asalta y paradójicamente azuza la pasión y los sentidos, hasta convertirnos en posesos de sus versos. Con él nos identificamos, nos comprometemos, nos hacemos cómplices en el desvarío, hasta caer exánimes frente a la contundencia de su pluma. Si bien nuestro personaje no se considera un escritor, sabe que el verso no es posible sin el dominio de la lengua, sin su puesta al servicio del alma y del sentir. Al igual que Octavio Paz en su obra El arco y la lira, nuestro poeta está consciente que “cuando la palabra es instrumento del pensamiento abstracto, el significado lo devora todo (…)”. Con el autor mexicano —transigimos, pues— que el poeta “no se sirve de las palabras. Es su servidor. Al servirlas, las devuelve a su plena naturaleza, les hace recobrar su ser.” Esto es precisamente lo que ocurre con Palomares en toda su obra: en medio de su “austeridad” de lenguaje (o precisamente por ella) les devuelve a las palabras su sentido de completud para contarnos la vida, para azuzar en cada lector el deseo ferviente de hacerse interlocutor de cada verso; para hallarle un norte, para hacerse parte y todo de lo leído, y así poder alcanzar una plenitud que sólo es posible con los grandes estetas de la palabra. Y Ramón Palomares sin duda lo es. Su palabra reverbera, se cuece en la tierra, se hace artificio y al mismo tiempo experiencia en lo cotidiano; allí donde hierve la vida. “¿A qué te sabe el caldo?”, le pregunta el bardo al paisano Juan León. Y él mismo se responde: “me sabe a muy salado, me sabe a piedras y a palo santo, me sabe como a tierra, como a hoja de ocumo, a leche de cambur”.  Finaliza el homenaje al paisano ya ido con una pregunta macerada en la nostalgia: “¿Qué se hizo la casa de Juan León?”. Tal vez se preguntaba a sí mismo: ¿Qué fue del Escuque perdido en la añoranza, de la casucha, de las rosas rojas, de la tierra seca, de la madre sentada entre las ruinas, de los perros que chillan en el silencio?”. Ya exhausto se responde: “Déjennos descansar que esto no es más que una muerte”.  Pero el poeta vuelve a casa al final del camino, y echa a andar “codo a codo con (…) cielos sombríos”, escucha voces, oye (sus) “procederes turbios” y la fiera que guarda. El poeta se asombra al no hallar amigos, más sin embargo se topa con la calle “ahíta de grietas”. Ve sombras y siluetas que se escurren. Al final se convence: “No hay nadie, es madrugada. / No hay luna. / El sol no existe”.

El poeta no se quedó en la nostalgia y su verbo alado, circunspecto y viril se trasladó a Mérida, se entrañó en esta tierra, a la que cantó una y otra vez fundándola de nuevo, trayendo en sus páginas reminiscencias de los hombres primigenios: Pedro Gaviria, Miguel Trejo, Diego Luna, Juan Andrés Varela, Martín Sulbarán y Andrés Pernía; aquellos quienes se repartieron sus tierras hasta hacer de ella un villorrio del que nacería una historia. “Todo comenzaba de nuevo —nos recuerda Palomares— con esos hombres a caballo / ceñudos, / ambiciosos. / No muchos, es cierto, / pero / audaces, / desconocedores del miedo, / crueles. / Trazaron y volvieron a trazar / su ciudad”. No pudo escapar el poeta a la magia de la ciudad generosa que lo hizo su hijo, su académico; que lo abrazó con su lluvia, con sus delgados ríos, con los “espectros temblorosos que discurren por sus parques envolviendo sus fuentes. Le recitó con su voz clara y con su rostro marcado y curtido por muchos soles y lunas: “Alta ciudad de páramos / cerrada, secreta, / consentida.”. Y como “ningún amor cabe en un cuerpo solamente”, nos los recuerda el también poeta Eugenio Montejo en su celebérrimo Alfabeto del mundo, nuestro homenajeado de hoy torna la mirada hacia los ríos que surcan y bordean la ciudad, a su nueva amante, para hablarnos de la altivez del Chama, de la nobleza de su historia, de sus luminosos misterios, de la destrucción de la cual se le acusa con “metáforas de fiereza”. Nos dice con exaltación lingüística, que a veces contradice su decisión austera, transijo: “Las imágenes de tus cascadas y el goce de tus peces / saben a tormenta. / Nadir y Erebo es el corte frontal de tus dientes / que han desbancado cordilleras y arrumbado haciendas y / farallones/ hundiéndolos en tu helado tumulto. / Y ya de tiempos tan remotos eras imagen vengadora, / refugio de guerreros, gran chorro de espumas, / furioso y tronador.”

Al Mucujún el poeta le dice: “Tú no eres un río para la muerte, / hermoso Mucujún. / Ningún cuerpo vendrá, / rostro devorado ni tinieblas / en tus corrientes; / golondrinas sí / golondrinas que se entrecruzan sobre tus linfas.”  En este poema el lenguaje se hace cómplice de las sensaciones, de los espejismos que se dilatan en la mente de quien se acerca a estas páginas, hasta alcanzar una cima que se hace autárquica en la medida en que cobran fuerza inusitada, hasta quedarse anidadas en nuestra mente como el postrer anhelo de quien ya otea una llegada: “Si alguna vez dentro de muchos años / alguien sintiera deseos de encontrarme / habré de estar allí, / bajo el trébol, / o arriba, / volando en los follajes / junto al aire que reza / un profundo deseo a Dios.”

Al sufrido Albarregas le dice impertérrito, como quien desconoce su fatal destino: “MI corazón envidia ese cristal que baja / el Páramo de Los Conejos / inserto en plumas, caballos y cedrelas / —tu vida tersa / y las vetas de lluviosas constelaciones / que han hecho en ti su fuente / Albarregas. / Albarregas que es el otro lado del mundo / Zenith todo verdor Presidido de fríos.”

Con Ramón Palomares la poesía se hace torrente de agua cristalina, y hoy su temor por lo atávico busca afanosamente el destino de las aves, hasta quedar como ellas posado sobre la roca, con la mirada quieta y puesta hacia el horizonte, y sin más anhelo que el quedarse sin estar aquí, ni más allá; tal vez entre nosotros, adnato en la conciencia; o quizás mucho más hondo. El poeta ha desplegado sus alas salpicadas de escarcha de la mañana, y ha emprendido el alto vuelo: se le ha visto otear en el horizonte de la memoria del colectivo, que es el lugar último y definitivo. Su verbo, deliberadamente austero y sin corsés, queda como representación genuina de un hombre y de un bardo ganado para la posteridad, para la infinitud, para el desvarío propio de quien se acerca a sus huellas y hace de ellas experiencia y sentido. Qué bueno que fuiste Ramón Palomares, ya que seguirás siendo, porque como diría el ya citado Octavio Paz: en ti la palabra se confunde con tu ser. Tú eres palabra…

 

 

 
 

viernes, 12 de abril de 2013

Alquimia del yo borgeano


Por: Ricardo Gil Otaiza


 
Quien no haya leído a Borges posiblemente se ha privado del más estrafalario de los disfrutes estéticos: ser parte y todo de los intersticios del yo-autoral, que en el escritor argentino es el súmmum de realidades posibles. Borges es una experiencia literaria-existencial rayana en el misticismo; él no admite puntos intermedios: se es o no borgeano. Su mundo rezuma complejidad en la medida en que nos adentramos en las narraciones, hasta el punto de ser casi imposible retornar a la condición de simples lectores una vez que ha caído un texto suyo en nuestras manos.
Comparada con otras de los grandes de la literatura, la obra de Borges no es extensa: poemas, cuentos, textos críticos, ensayos filosóficos, prólogos de libros, conferencias, epígrafes, reseñas, lucubraciones, frases célebres, textos sueltos y anécdotas, caben en un puñado de libros gruesos. Empero, es tal la densidad metafísica de cada texto, que podríamos definir su obra como una cantera de inagotables sorpresas abrumadoras para el lector común (y hasta para el especialista). Borges es sus textos, de allí su impronta ontológica y su profundo impacto en nuestras vidas. No se puede leer su literatura sin tener la extraña sensación (convertida en certeza) de estar dejando por fuera un “algo sustancial”, a pesar de la denodada atención que podamos brindarle al texto en cada ocasión.

Una pequeña obra maestra
En el grupo de textos titulado La memoria de Shakespeare, se incluyen tres cuentos publicados separadamente por Borges con anterioridad a 1983, estos son: “Veinticinco de agosto, 1983”; “Tigres azules” y “La rosa de Paracelso”. Posteriormente (ya muerto el autor) se agrega un texto homónimo al conjunto, aparecido en 1980, que sólo ve la forma de libro en el 2005 cuando RBA – Instituto Cervantes (bajo licencia de María Kodama y Emecé Editores S.A.) publican en España los dos tomos de sus Obras completas. Es importante acotar que en las Obras completas publicadas en cuatro tomos por la citada casa editora argentina en el 2007, los enunciados relatos aparecen en el “todo”, constituyendo parte de la hasta ahora obra entera de Borges.
Hacemos esta acotación por el hecho relevante de constituir el relato “La rosa de Paracelso” una pieza magnífica que destaca dentro de la narrativa de Borges; una pequeña obra maestra, que misteriosamente ha pasado inadvertida por los estudiosos del escritor, convertido en lugar común por la vía de relatos como “Historia de la eternidad”, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “Pierre Menard, autor del Quijote”, “Las ruinas circulares”, “La biblioteca de Babel”, ”El jardín de senderos que se bifurcan” y “El informe de Brodie”, entre otros.
Posee ”La rosa de Paracelso” la cualidad de amalgamar en pocas cuartillas varios de los elementos clave en la obra narrativa de Borges, y por los cuales se le asocia con los mejores de todos los tiempos: densidad, erudición (y sencillez a la vez), maestría en el uso del lenguaje, elevada tensión argumental, personajes y diálogos perfectos, ironía, sarcasmo, paradoja, insuperables anécdotas, atemporalidad, altas dosis de esoterismo (cábala), y finales sorpresivos de profundo impacto en el ánimo del lector.    

Una plegaria
Paracelso ruega a Dios, “a cualquier Dios” (primera ironía), que le conceda un discípulo. De entrada se nos narra el ambiente sobrio y enigmático en el que el maestro juega a ser eterno, entre polvorientos alambiques y atanores, que forman parte de su perenne arte en busca de la transmutación de la materia (aquí entra en juego la cábala). Es de noche, el fuego de la chimenea produce “sombras irregulares” (fantasmagoría que nos imbuye en una atmósfera rica en matices), y de pronto tocan a la puerta (tensión a la espera de algún desenlace). Un Paracelso cansado y somnoliento se levanta, abre una de las hojas y deja pasar a su taller a un desconocido, quien luce cansado y fatigado por el largo viaje hecho en busca del maestro.
Después de una larga pausa, en la que los dos personajes no dialogan (lo que refuerza la tensión inicial), Paracelso irrumpe con fuerza: “Recuerdo caras del Occidente y caras del Oriente (…). No recuerdo la tuya. ¿Quién eres y qué deseas de mí?” (la mención a los puntos cardinales no es en vano; trae consigo cierta definición en cuanto a contextos geográficos y también implicaciones cosmogónicas). De entrada el desconocido responde: “Quiero ser tu discípulo. Te traigo todos mis haberes”. Sin mediar otra acción, saca del talego muchas monedas de oro y las deja caer sobre el mesón. Lo de las monedas no inquieta tanto a Paracelso, acostumbrado (suponemos) a recibir toda clase de ofertas a cambio de sus prodigios, como sí el ver una rosa en la mano izquierda del visitante. La rosa como simbolismo está presente a todo lo largo de la obra de Borges y, como se ha de suponer, apareja también una ingente carga esotérica por representar el “secreto guardado” al que no acceden sino unos pocos iniciados.

La piedra es el camino
De pronto, Paracelso increpa al joven: “Me crees capaz de elaborar la piedra que trueca todos los elementos en oro y me ofreces oro. No es oro lo que busco, y si el oro te importa, no serás nunca mi discípulo”. Como se observa, ya el autor despeja el camino de la historia al anunciar que el maestro no lo aceptará como su discípulo, pero al mismo tiempo nos muestra una extraordinaria paradoja centrada en el elemento “oro”. La transmutación de la materia fue siempre afán de los alquimistas y por esta vía muchos buscaron convertir metales y otros materiales en oro. La búsqueda de la piedra filosofal implicaba también un afán de eternidad por la vía de la prolongación de la existencia humana. El pasaje narrado por Borges nos muestra, no sólo la profunda contradicción del discípulo que ofrece oro a quien suponía lo podía alcanzar por su arte, sino el anhelo de inmortalidad por parte de la humanidad, y los caminos extraviados en su búsqueda.
 El visitante angustiado, frente a la inesperada reacción del maestro, expresa: “El oro no me importa (…). Quiero recorrer a tu lado el camino que conduce a la Piedra”. Respondió Paracelso: “El camino es la Piedra”. Esta frase encierra la extrema complejidad metafísica del texto y su comprensión implica en todo caso el ascenso a la sabiduría. Insiste el viajero: “Es fama que puedes  quemar una rosa y hacerla resurgir de las cenizas”. “Eres muy crédulo —dijo el maestro—, y agrega: Te digo que la rosa es eterna y que sólo su apariencia puede cambiar”. Con brusquedad el joven lanzó la rosa al fuego. Al cabo de unos minutos era ceniza, esperó con ansias las palabras y el prodigio, pero nada sucedió. Nos dice el narrador: “El muchacho sintió vergüenza. Paracelso era un charlatán o un mero visionario y él, un intruso”.  Antes de marcharse el joven recogió las monedas de oro y las devolvió a su talego, y el maestro lo despidió al pie de la escalera.
Sin que medie mayor tensión en lo narrado, suponemos que un maestro derrotado y humillado regresa a su alquimia, a su perenne búsqueda de lo imposible, pero otra cosa es la que sucede. Leamos a Borges: “Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió”.
El prodigio narrativo de transmutación del yo borgeano se había dado.

@GilOtaiza


viernes, 29 de junio de 2012

lunes, 10 de octubre de 2011

Gracias




Por: Isabel Gil Toba *







Estábamos los dos sentados en el mesón frente a frente como lo hacíamos todos los días, mi mente no dejaba de pensar "esta es la última vez". Permanecíamos callados, normalmente nos estaríamos riendo de cualquier cosa, contando cada tontería, pero esta vez era diferente, no teníamos nada que decirnos porque sabíamos que ese día todo cambaría.
Ya no quedaba nada de comida sólo lo que estábamos comiendo, todo era tan diferente.
No se me ocurría nada bueno qué decir para romper ese silencio que no soportaba. Cada vez que intentaba decir algo, un nudo en la garganta no me dejaba hablar sin que se me quebrara la voz, así que decidí mantenerme callada.
–Mi papá llega dentro de un par de horas –me dijo revisando su celular– ¿y los tuyos?
–Más o menos también, supongo –la verdad no había hablado con ellos hacía una semana, pero no lo iba a preocupar, ellos me habían dicho que llegarían hoy y así tendrían que hacerlo.
El miró hacia su habitación, tenía todo hecho un desastre, yo no tenía ni idea cómo pensaba empacar todo antes de que su papá llegara. Miró hacia mí, me sonrió y dijo:
–Vamos Isa, quita esa cara –le sonreí–. Bueno, tengo que ponerme a hacer las maletas –dijo haciendo un gesto para levantarse.
–Yo te ayudo –me levanté.
–No Isa tranquila.
–No, no, sí yo te ayudo –entré a su cuarto, estaba hecho un desastre, el juego de cuarto era muy parecido al de mi habitación, era de madera y al pie de la cama había un taburete. El entró detrás de mí y me dijo:
–Bueno ayúdame en esto – se acercó a su computadora y se puso a imprimir algo. Su impresora era demasiado rápida, nada comparada con la que estaba en la salita de afuera. Me entregó unas hojas y dijo:
–Siéntate – señalándome el taburete que había en el pie de la cama–. Necesito llenar esta entrevista, ve preguntándome y anotando mientras yo arreglo todo.
Eran muchas preguntas, bueno como dos hojas. Andrés sacó la maleta de debajo de la cama, la puso encima de ella y empezó a meter cosas, metió la mano en el bolsillo sacó un lapicero y me lo lanzó, casi se me cae pero lo logré atrapar, lo destapé y empecé.
-Bueno – empecé a leer las preguntas -¿De quién es esta entrevista? –le pregunté.
-Es de un grupo de Twitter – dijo rascándose la cabeza.
- ¿Cuál es tu nombre completo?
-Andrés Vicente Lazo Uslar
-¿Cuántos años tienes?
-23.
Bueno, así fui haciéndole las preguntas hasta que llegué a una a la que quería saltar, pero tal vez él ya las habría leído y se daría cuenta que yo no la había leído y yo me la quería saltar.
-¿Quién es tu mejor amiga? –él estaba agachado sacando los cajones y volteándolos encima de la maleta. El cuarto estaba mucho más recogido que al principio, era sorprendente ver el cambio tan rápido, pero ahora la maleta era el desastre. Soltó el cajón encima de su cama y me dijo:
-Eres tú – tan normal como eso lo dijo y así normal siguió volteando los cajones en su maleta.
El nudo en la garganta que tenía ahora ya casi no me dejaba respirar, no podía seguir haciéndole la entrevista sin echarme a llorar. El notó que me quedaba callada y me miró. ¿Qué cara tendría yo?
-Me vas a hacer llorar –le dije, no sólo eran palabras y él lo sabía, ya que estaba que lo hacía, se me acercó, las lágrimas mojaban mi rostro, me puso la mano en la cabeza y me dijo:
-No creas que te vas a poder deshacer de mi tan fácil, en serio, te escribiré hasta que te fastidies de mi –le sonreí y me quité las lágrimas aunque me salían más y más. –Dámelo, yo lo termino luego –me quitó las hojas de la mano, las dobló y las metió en la rejilla de la maleta.
Abrió un cajón donde tenía como tres esculturitas chiquitas, agarró una azul y me dijo:
-Ah, Isa ¿te acuerdas de ésta?, fue tu primera escultura, la que hiciste en el primer semestre –era sólo un cuadrado con un circulo encima de cemento, pero cuánto me costó hacerlo, yo sufrí, lloré y hasta estuve a punto de romperla y morderla de la rabia que me daba que no me saliera bien–. En esos tiempos ni siquiera te atrevías a saludarme –dijo riéndose, yo también lo hice.
-Claro que no, tú eras el que no me hablabas.
-No Isa ¡eras tú!, me tenías como miedo –se echó una carcajada. Yo salía del cuarto y tú te ponías a hacer y que buscabas algo. Yo no podía parar de reír porque era cierto, yo, al principio de todo cuando apenas estábamos empezando a hacer este curso (pero no era cualquiera, era un curso que duraba cinco semestres, o sea dos años y medio, era de diseño gráfico y uno quedaba como técnico) no le hablaba, ni siquiera lo miraba porque me daba mucha pena, jajá, no se él me intimidaba. Yo salía de mi cuarto toda relajada (claro que primero escuchaba tras la puerta por si él estaba) y hacía el desayuno, no sé, me tomaba un café con galletas María y de repente él salía de golpe. Me daba un vuelco al corazón, me empezaba a latir rapidísimo, el estómago se me revolvía, casi vomitaba, sólo porque me daba mucha pena saludarlo. Yo con ese ataque que casi me desmayaba y él todo tranquilo con su típico cabello despeinado, con cara de distraído como diciendo: ¿Qué rayos hago aquí? Me sonreía y con un solo hola y un gesto con la mano, yo muriendo respondía con un sublime y casi no escuchable “hola”.
-Andrés, pero es que tú me intimidabas, me mirabas con una cara de: ¿qué tiene esa niña? – él se rió.
-Pero es que tú siempre tenías cara de loca por las mañanas –yo me reía y él también. El sacó otra escultura y así fuimos viendo y recordando cada cosa y a pesar de todo no fue deprimente: nos reímos de cada tontería y cosa que hicimos.
- Me acuerdo del día del ratón –dijo sonriendo. -Creo que ahí fue cuando empezamos a hablarnos, ¡qué grito pegaste!
- Ese día lo recuerdo perfectamente, en serio –no sabía que le tenía tanto miedo a los ratones hasta ese día – ¡El me atacó! –le dije.
-Creo que tú lo atacaste a él.
–No, eso no fue así, esta es la verdad:
Yo estaba toda tranquila porque por fin había salido de clases de modelado, eran como las nueve y por dentro estaba odiando al preparador que se había burlado de mi al frente de toda la clase, la verdad no estaba tan tranquila estaba muy brava, en clases no me había ido tan bien por no decir que me había ido horrible, luego cuando salgo de clases todo oscuro y estaba lloviendo, caminar hasta la casa llegar a un cuarto sola, donde no tenía con quien hablar, con quien desahogarme el terrible día que había pasado. Mirarme al espejo para tener algo de compañía y al mirarla a los ojos darte cuenta el dolor que hay en ellos. Tenía que comer algo, me moría de hambre por no almorzar porque prefiero no comer, a comer sola, bueno, salí con mi bella soledad y miré al cuarto de al lado donde el chamo que vive ahí tenía madre fiesta, se escuchaba música, por debajo se veían luces se notaba que lo estaba pasando súper, lo disfrutaba muchísimo y yo sin ni siquiera una radiecito.
Yo lo odiaba más que nunca; traté de no prestarle atención a la diversión de mi querido vecino y me puse a hacer una leche y cuando abro el gabinete para sacar una olla sale corriendo un ratón y se mete debajo de la cocina, mi grito fue descomunal, yo podría ser la niña que gritaba en E.T el extraterrestre y salí corriendo hacia la habitación de mi amado vecino porque si corría a la mía tendría que pasar por la cocina y seguramente el ratón me iba a volver a atacar.
Él salió del cuarto corriendo, estaba en pijama (o algo así) tenía una franela y un short blanco y de zapatos unas Converse negras.
-¿Qué paso Isabel? –tenía cara de: “esta niña me va a volver loca”.
-¡Un ratón! –dije desesperada, él se rió con cara de pánfilo y dijo:
-¿Adónde?
-En la cocina, por debajo.
-Jajá tranquila, ya va –agarró una escoba y una escobita que siempre habían en una esquina, miró para mis pies, yo tenía unas cholas muy cómicas, bueno, no, eran normales, pero en ese momento me parecieron cómicas – deberías ponerte otros zapatos por si acaso viene.
-No no, no importa, me da mucho miedo pasar por mi cuarto.
-Bueno ven, cámbiamelos.
-¿En serio? – le dije con cara de oh! :O
-Sí, dale - ¿me iba a negar? Obvio que no, era preferible cambiármelos a que viniera el ratón a atacarme (sí, me había atacado). Él se quitó sus zapatos sin desamarrárselos y me los pasó, yo hice lo mismo, me los puse sin desamarrarlos. ¡Estaban helados! Me pasó la escobita y él agarró la escoba y se acercó a la cocina, se volteó y me abrió los ojos como diciendo: ¡Ayuda! xD
-¿Qué vamos a hacer con el ratón? –le dije –. No lo mates –casi le grité.
-No, aunque quisiera no pudiera –dijo riéndose–. Asustémoslo para que se vaya abajo (nosotros vivíamos en una casa de una anciana súper antipática, lo de antipática es muy cierto, madre grito que pegué y ni siquiera pudo subir a ver qué me pasaba, ella vivía abajo y nosotros en las habitaciones que alquilaba arriba. Ella era muy sola y me odiaba, yo llegaba y me miraba horrible, pero a Andrés sí lo saludaba más tranquila. ¡Upa! Jajá.
-¡Sí! – dije riéndome, él me miró. Me acerqué. Teníamos que correr un poco la cocina para que el ratón se asustara y al salir lo espantáramos para que bajara las escaleras.
Así lo hicimos, pero nos costó muchísimo. El ratón primero no salía, luego cuando salió me asuste, grité, me monté en un taburete, el taburete se cayó, yo salté y casi lo piso, pero al final el pequeño ratoncito se fue corriendo por las escaleras.
Eso fue la cosa más divertida que había hecho como en dos meses, así que después de ser un día desastroso pasó a ser el mejor en mucho tiempo y el odio momentáneo a mi vecino ya no era tanto.
-Yo no ataqué al ratón, el me vio y salió corriendo a morderme –le dije a Andrés.
-Isa, tu casi le caes encima, el pobre ratón se asustó más que tú –él sacó otro cajón y lo volteó sobre la maleta, la cerró, la puso sobre el suelo y sacó otra y la puso sobre la cama.
-Tú me odiabas –le dije.
-¿Por qué lo iba a hacer? –me miró mientras metía más cosas–. Si te odiara no te hubiera ido a ayudar –me quedé callada. –Mejor dicho, tú eras la que me odiabas a mí.
-Yo no te odiaba –le dije.
-Pero siempre estabas brava.
-No estaba brava, solo me sentía muy sola, muy deprimida, que todos me odiaban y nada me salía bien. Era horrible. El día más feliz y más divertido de todo ese tiempo fue el de ese ratón. Al menos me había hablado contigo –le dije.
-Pero Isa yo también estaba igual –dijo otra vez riéndose.
-Claro que no, tú siempre te divertías mucho.
-No es así – revisó su cel. –Papá va por El Vigía.
-Eso es como una hora más o menos–. Todavía estaba sentada en el taburete viendo cómo todo poco a poco iba quedando vacío, ya en el closet no había nada. Sólo quedaban unas cuantas cosas en el suelo. El llegó y se sentó en la cama y se quedó pensando, y luego dijo:
-Me acuerdo de…el día después de lo del ratón, era viernes y salí al pasillo y tú estabas sentada en la cocina sin hacer absolutamente nada, tú estabas como…
-Llorando – sonreí – sí… es que nunca me gustó estar sola.
-Yo te saludé y trataste de disimular de que no estabas llorando, yo seguí caminando pero no podía dejarte ahí así, entonces te pregunté que si ya habías almorzado, y tú me dijiste… –yo lo interrumpí.
-No, es que no me gusta comer sola, te dije. Me acuerdo que en la noche me acordé de ese momento y dije: ¡Qué pena, debió de haber pensado que era una indirecta! – él se río. –Tú me dijiste riendo ¡Pues vamos!
-Fuimos caminando y ninguno de los dos dijo nada, estuve todo el camino pensando qué te podía decir, pero no se me ocurrió nada –yo me reí.
-Sí yo estaba en lo mismo, pensé decir ¡qué calor hace! Pero me daba mucha pena así que mejor preferí callar, y cuando llegamos al comedor nos sentamos, nos comimos la sopa y cuando tocó el segundo plato yo la miraba y pensaba: “¿Será que a él si le gusta eso?” Yo no te podía decir ¡Qué asco! Porque ibas a pensar “Que niña tan sifrina”, así que decidí esperar a que tú comieras primero y empecé a disimular tomando jugo, pero tú no comías y los dos mirábamos la comida que eran como panales de abeja de color carne y blanditas y te pregunte: “¿Qué es eso?” y la voz me salió horrible por estar tanto tiempo sin hablar y tú lo pinchaste y me dijiste: “Son como tripas” y a mí me dio un ataque de risa y no podía parar y tú también te empezaste a reír y juramos no volver al comedor, pero yo solo me acordaba de papá que se ponía bravo cuando yo lo criticaba y me decía “vas al cielo y vas llorando” así que cuando mi papá me preguntaba yo le decía “hoy comí en el comedor” entonces todo estaba bien – Andrés se reía.
El tiempo fue pasando, ya el cuarto estaba totalmente vacío. Tenía las dos maletas hechas, dos guitarras y varias bolsas, después de una hora y media más o menos del mensaje de su papá, llegó.
Bajamos a recibirlo, me lo presentaron y me dijo: “Al fin te conozco”
El era muy agradable echaba bromas, se reía. Subimos y estuvimos en el mesoncito de la cocina, no le podíamos brindar nada porque ya se nos había acabado todo, tomó un vaso de agua, estuvimos ahí sentados, como por media hora hablando.
A mi casi no se me ocurría nada qué decir, pero me reía de las cosas que contaba, hasta que dijo “bueno ya tenemos que salir” él tenía que llegar a Caracas hoy mismo porque mañana tenía cosas qué hacer por allá. A mí me parecía súper fuerte que él apenas llegando volviera a salir, pero bueno, fuimos al cuarto de Andrés agarró una maleta y unas bolsas, igual hizo Andrés. Yo agarré las guitarras. Luego las llevamos al carro.
Hicieron varias vueltas, para la caja del televisor, la computadora, los poofs. Metimos todo en el carro y Henrique (el papá de Andrés) dijo:
-¿Por qué huele el carro así? –con un cara de asco. La verdad era que yo había derramado en el sofá de atrás una jarra de jugo de lechosa, lo habíamos lavado pero a veces olía rarísimo. Qué pena que se había dado cuenta.
-Es que se me derramó un jugo –le dijo Andrés.
-¡Cuándo no tan despistado! –dijo. Me miró: Él es la persona más despistada y más olvidadiza que he conocido –Andrés se rió y yo sonreí.
Ya estaba todo listo y era hora de la partida; el papá de Andrés se me acercó me dio la mano y me dijo:
-Un gran gusto conocerte – sonriendo.
-El gusto es realmente mío –y era verdad, acababa de conocer a Henrique Lazo y él a una persona toda normal.
Me puso la mano en la cabeza y se acercó al carro. Miré a Andrés. Toda mi vida se iba a ir en un solo instante. Mi única compañía (y la única que necesitaba) se iba a ir y tal vez no lo volvería a ver, él tenía tantas cosas qué hacer, tanto todo, que seguramente éste sería el último momento que tendría para mí, tenía que decirle tantas cosas, tantas palabras en tan sólo un momento, que no lo iba a poder lograr, tal vez era mejor callar.
Lo abracé tan fuerte y él también a mi ¿Cómo podría vivir sin él? El había sido la luz en mi vida de oscuridad. Yo lo necesitaba, no lo quería soltar. Que el mundo se detuviera justo en este momento, eso era lo que necesitaba y así no se tendría que ir. Pero la vida seguía, las personas se alejaban, las cosas se olvidaban.
Me acordé de una canción de él que decía “Nada es ni será para siempre…” Y ahí estaba yo, queriendo que todo fuera para siempre, que nada cambiara, porque lo malo de uno estar en la cima es que lo que queda es la caída. Lloré, las lagrimas me caían lentamente hasta mi cuello y no paraban de caerme más, yo trataba de calmarme, de hacer una despedida tipo: “Nos vemos mañana, te extrañaré”; pero mi corazón no aceptaba.
No sabía que mis manos temblaban hasta que lo solté, él también me soltó. Me sentía roja, hinchada y acalorada a pesar del frío que hacía en la parte de arriba de la ciudad.
El me miraba pero no decía nada, pasó sus manos por mi cara y me quitó las lagrimas, se mordía el labio de abajo, el tampoco sabía qué decir, pero a veces era mejor el silencio, tan sólo con una mirada podía decir más que mil palabras.
En cualquier sentido, cuando alguien te busca pelea, no responder, ignorarlo, eso puede decir más que ponerte a pelear y darle importancia; cuando estás tratando de arreglar un problema mientras más hablas tratando de arreglarlo más te hundes a ti misma.
En estos momentos si me pusiera a hablar, lo que hubiera logrado era ponerme a llorar como loca rogándole que por favor no se fuera, que no me dejara aquí, sola, sin nada más que un vacío, que tenía miedo de lo que seguía, que no sabía qué hacer.

“Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. Parece que los ojos se te hubieran volado y parece que un beso te cerrara la boca.”

Me acordé de que un día estábamos en clase de literatura y la profesora nos leyó un poema de Pablo Neruda “me gusta cuando callas”, en ese momento no lo entendí muy bien, la verdad no veía por qué a todos les llegaba tanto al corazón, pero en este momento lo entendí, entendí que era el silencio y todo lo que podía dignificar. La voz de la profesora resonaba en mi cabeza:

“Me gustas cuando callas porque estás como ausente. Distante y dolorosa como si hubieras muerto. Una palabra entonces, una sonrisa bastan. Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.”

Recordar eso me mató.
-¿Estás segura que no quieres que esperemos a que te vengan a buscar? –sí por favor no me dejen aquí sola, pensé.
-No tranquilo, ellos vendrán en un rato –me aguanté.
-Avísame cuando te vengan a buscar, porfa, mándame un mensaje o llámame –me dijo sacándome el pelo de la cara.
-Si dale, yo…te aviso – Aguántate, me decía a mí misma. Me mordía la lengua, aguantaba la respiración, ¿Qué no hice para no llorar y descontrolarme? Me agarró la cara y me dio un beso en la cabeza, nos abrazamos una última vez y me dijo:
-Te quiero Isa.
-Yo también – susurré, nos miramos por última vez y se fue caminando hacia el carro.
-Cuídate – me dijo. Cerró la puerta del auto, su papá tocó la corneta como despedida y se fueron.
Yo me quede ahí, parada, sin nada que hacer, sin nadie, yo nuevamente sola. No tengo idea cuánto tiempo pasó, cuando me di cuenta que todavía estaba afuera parada. Subí, todo era tan diferente, todo sonaba más fuerte, entré a mi cuarto, estaba horrible. No tenía ganas de ordenar ni mucho menos ponerme a hacer maletas. Me miré al espejo, estaba roja y todavía lloraba. Ahora ya no tenía que esconder nada, así que me tiré a la cama y lloré hasta que me cansé.
Prendí la compu y me metí en el twitter, era lo que siempre hacia cuando me sentía sola, leer las idioteces que todos escribían; cualquier cosa que no me gustaba y me ponía a pelear con gente que ni siquiera conocía. Andrés había twiteado diciendo:
-@LassoMusica: Lo siento estoy desaparecido porque casi no hay señal.
Y todas las niñitas que lo amaban se ponían: te extrañaba, la otra, dedícame una canción. Las odié a todas, no tenían derecho a escribirle. Me tenté en escribirle pero me aguanté las ganas y pensé: Isabel tienes que ser fuerte. Estuve toda la tarde pensando en lo que escribían, viendo las fotos de todo el mundo. Andrés tenía fotos con mucha gente. Todas las idiotas que le escribían, en su avatar tenían una foto con él.
Ya eran como las cuatro y mis papas no me llamaban, ni llegaban ni nada. Se olvidaron de mi pensé. Yo amo a mi familia, a mamá, a papá y a mis hermanas. La mayor vive en Inglaterra y la menor está con mis papas. Normalmente ellos vivían aquí en Mérida, pero cuando yo salí de quinto fueron a vivir a Caracas por un trabajo, por eso me quedé aquí a vivir en una casa cerca de la facultad y luego de un año ellos se fueron a los Estados Unidos, después de ellos estar allá solo me visitaron una vez. A mi hermana mayor Hope no la he visto en mucho tiempo, pero si he hablado con ella.
Mi celular estaba vibrando, lo sentía, pero no lo encontraba. Salté de la cama, moví las sabanas hasta que lo vi, sin ni si quiera ver quien era contesté.
-Aló?
-Hola hija ¿Cómo estás? – Era mamá :D
-Ma, hola chévere ¿Dónde están? – Mi emoción no era normal, pero había algo raro en ella - ¿Qué paso? – Le pregunté.
-Nada nada, todo bien.
-¿Cómo están todos? –pregunté rápido. ¿Será que había pasado algo?
-No, todos estamos bien, aquí está Sara y tu papito, con Hope hable hoy y está muy bien – Se quedó callada como por cinco segundos y dijo – Isa siéntate – Me senté en la cama, lo sabía algo no estaba bien – Tu papi y yo estuvimos hablando y pues…no creo que te podamos buscar – ya va ¿Qué? No entendía nada.
-Pero ¿Cómo? Ósea – no sabía que decir, ¿Cuánto iban a tardar? ¿Cuánto tiempo más iba a tener que esperar –entonces … ¿Cuándo vienen?
-Isa… bueno, tu papá y yo no te podemos buscar, creo que tienes que empezar a arreglártelas sola – ahí fue cuando entendí, me estaban abandonando, no iban a venir, así de sencillo, ya no me querían y no tenían sutileza ni siquiera para decírmelo. Yo debí de habérmelo imaginado, hace dos meses que no me depositaban pero había podido seguir por que siempre me sobraba, pero eso no iba a ser para siempre, eso se acabaría y no tendría plata, ¿Cómo me podían hacer eso? Yo, la persona más dependiente de todo este mundo, que casi ni siquiera sabía cruzar una calle sin que me gritaran los conductores. Me habían dejado aquí cerca de la facultad porque ni siquiera sabía llegar en buseta desde mi casa oficial que quedaba tan lejos y porque me daba mucho miedo estar viviendo sola. Y ahora drásticamente me dejan en total libertad. Yo no podía hablar y al parecer mi mamá tampoco. De repente me pasaron a Sara, ella estaba llorando.
-Isa no entiendo nada – al escucharla llorar yo también lo hice – No te quieren buscar.
-¿Por qué? –le dije.
-No lo sé, no me quieren decir nada –ella me decían algo que no le entendí entre sus lloros, yo no le decía nada, todo era como una pesadilla. Todo se escuchaba muy fuerte, hasta que todo se calmó.
Sara colgó o se cayó la llamada no lo sé. No entendía nada. Necesitaba hablar con Sara y tranquilizarla hasta que me contara todo con tranquilidad. Yo las llamaba pero el teléfono por el que me habían llamado era de otro lugar porque su cel no tenía para llamar al exterior, o eso era lo que me decían. Yo ya no sabía si todo lo que ellos me decían era 100% cierto, yo ya no confiaba en su palabra. Lo único que me quedaba era escribirle por twitter a Sara aunque ella casi no lo revisaba. Le mande como 10 dms, pero no me respondía.
Cerré la compu sin ni siquiera apagarla, ya eran como las doce de la noche, ya habían pasado trece horas de que Andrés se había ido. Era sorprendente pensar que esa misma mañana yo podía sonreír teniendo una esperanza de que había algo más.
El silencio mataba mis oídos. Prendí un equipo de sonido pequeñito que me había presado la anciana de abajo y puse el CD de Lasso, lo escuche, lloré y lo seguí escuchando. El CD dio vuelas y vueltas, las oí como unas mil veces, al menos escuchaba, escuchaba a alguien, escuchaba a él.
La voz de Andrés resonaba en mis oídos y así me dormí con ropa, encima de todas las cosas que había en mi cama. Eran como las cuatro, la música sonaba y la señora de abajo peleaba y gritaba o estaba soñando. Ya no sabía si estaba despierta o dormida, todo era oscuro y había tantas cosas en la cabeza que quería olvidar.
De la depresión de la despedida pasé a otra peor que nunca había sentido, era algo desesperante que no se lo deseo a nadie. Se fue la luz, era algo normal, en Mérida siempre se va. Siempre cuando se iba la luz me daba mucho miedo, entonces Andrés llegaba y prendía sus lámparas y nos poníamos a hablar las dos horas que se iba, así fuera tardísimo.
Pero esta vez él no estaba, ni yo tampoco sentía miedo; porque… ¿Miedo de que? ¿Había cosas peores de lo que sentía? No lo creo.
Amaneció, un pequeño sol me pegaba en la cara, ¿Qué hora seria? Busqué con las manos sin levantarme mi cel, eran las nueve. Abrí la computadora y lo intenté una vez más, pero no por dms le puse en mayúsculas
@SARAGT NECESITO QUE ME LLAMES YAA!
Puse la computadora a un lado y me cambié de posición. Las piernas me dolían, la barriga también, no me había dado cuenta que no comía desde el desayuno del día anterior.
Pasaron como diez minutos cuando mi celular empezó a vibrar, lo agarré era Andrés
-Aló? – apenas contesté la voz se me quebró
-Hola Isa – su voz –cuéntame ¿Qué pasó?... leí en twitter… no sé no me has escrito.
-An…- no podía contarlo empecé a llorar. En serio estaba haciendo mi más grande esfuerzo, pero no era suficiente para decirle ME ABANDONARON. Él me decía algo muy alto, pero mis lloros no me dejaban escuchar.
-Isa tranquilízate – o traté de respirar de tranquilizarme al menos para poder oír lo que él tenía para decir – Óyeme, escríbemelo, mándamelo escrito si no puedes hablar. ¿Me oyes? Escríbemelo. Isa ¿estás ahí?
-Aja –eso fue lo único que pude decir en toda la pequeña conversación.
“Yo creo en el bien, creo en el mal” se escuchaba la música todavía. Agarré la compu y le escribí un dm.
-Andrés mis papas me abandonaron.
Escribirlo y leerlo fue como entenderlo. Fue ahí cuando realmente capté por decirlo así. Estaba totalmente sola.
Se lo envié, quería que me respondiera ¡ya! Pero no lo hizo. Ahora si era mi fin.

Andrés

Tenía que correr. Llamé a papá (no se lo podía decir a mamá ni a nadie más porque sabía que no aceptarían) él se había ido a trabajar, le conté todo, me dijo que no me podía acompañar, estaba full, pero no interfirió con que yo fuera.
Entré a mi cuarto agarré una maleta muy pequeña, le metí unas cuantas cosas y sin pensarlo dos veces bajé al estacionamiento, agarré mi carro (los buses salían era de noche, eso ya no era una opción) y empecé a darle lo más rápido que pude, eran las diez de la mañana, la vías estaban muy congestionadas, tardé mucho hasta que por fin pude agarrar carretera.
Iba lo más rápido que podía, pero al parecer todas las gandolas se les había ocurrido salir hoy, las pasaba pero Mérida me quedaba muy lejos y lo único que tenía en mente era un día cuando estábamos bajando juntos de clase hasta la casa cuando nos enteramos que una niña, bueno tenía unos veinticinco que vivía cerca de nuestra casa se había suicidado. Hablamos mucho sobre eso, pero hubo algo que no me gustó que ella dijera “Pero si no era feliz, tal vez fue mejor así” ¿Qué me estaba dando a entender con eso? ¿Qué si no era feliz acabaría con su vida? Eso no era así. Siempre había solución para cualquiera de los problemas con lo grande que fueran “No para todos” -me dijo ella. Yo le negué con la cabeza. Y además ella era muy nerviosa, ese día ella no pudo dormir y la tuve que acompañar toda la noche viendo televisión. También me acuerdo de un día que me la encontré sola en los pasillos de la facultad, estaba pálida y solo miraba un punto como hipnotizada. Me acerqué a ella. A un chamo de su salón le había dado un ataque epiléptico y ella estaba totalmente traumada, había sido la primera en salir corriendo del salón.
La abracé, no estaba seguro si ella sabía que yo estaba ahí, estaba totalmente ida en sus pensamientos. Luego de un rato todos empezaron a salir desesperados del salón, algunos gritaban y trataban de llamar a la ambulancia, el chamo no respondía. Isabel no hacia totalmente nada y le temblaba la mandíbula, si seguía así cuando llegara la ambulancia ella seria la que la iba a necesitar. La empecé a mover, ella llevaba un suéter muy grande que la estaba como asfixiando, pero estaba helada así que no sabía qué rayos hacer. Todos estaban en caos y las personas desesperadas tranquilizaban a las otras más desesperadas, hasta que salió alguien del salón y dijo que ya estaba mejor, que había reaccionado. Isa lo miró y como que despertó, también me abrazó. Las personas se tranquilizaron un poco y empezaron a comentar lo que había pasado.
Algunos miraban a Isabel y le decían “Isa tranquila, ya él está bien” ella solo los miraba. La ambulancia llegó luego de veinte minutos, si alguien se hubiera infartado ya estuviera muerto por la gran “rapidez” que tenía el servicio.
Entraron al salón, estuvieron unos cinco minutos llenando algunos papeles y lo sacaron caminando, ella al verlo me agarró más duro. “Ni siquiera tuvieron la decencia de llevarle el maletín” -me dijo Isabel en la noche una de las mil veces que lo recordó.
Ella no superaba las cosas, todo lo tenía guardado y lo revivía una y otra vez, se hacía daño a sí misma, pero ella era así.
Ya llevaba manejando unas cinco horas, eran exactamente las 2:30 pm, tenía hambre, pero no tenía tiempo para parar comer, me empezaba a sentir algo mal, algo mareado. Abrí la maleta mientras conducía y busqué unas galletas club social que había metido. Las traté de abrir sin soltar totalmente el volante, las comí y me acordé de algo: no le había dejado absolutamente nada de comida a Isabel, mi preocupación era cada vez mayor, yo solo había dejado de desayunar y de almorzar y ya me sentía mal, y, ahí estaba Isabel, a la que no le gustaba comer sola, sin saber cuánto tiempo llevaría sin hacerlo.
La gasolina bajaba muy rápidamente, así que apagué el aire acondicionado y bajé las ventanas de atrás. El aire entraba y me llegaba un olor muy rancio, lo que hizo acordarme del día de la lechosa. Era la despedida de una de las materias. Cada persona tenía que llevar algo para compartir y nosotros nos acordamos de esa tarea un día antes por la tarde, así que decidimos salir rápido a la panadería Sierra Nevada que nos quedaba cerca. Fuimos en mi carro para llegar antes, Isabel se moría de la risa porque apenas salimos y ya estábamos estacionándonos en la panadería, entramos y compramos una torta pequeña entre los dos porque no nos alcanzaba. A llegar a la casa hicimos un jugo de lechosa que no sabía nada bien porque iba con pepas y todo a Isa eso le daba mucha risa, tanta que me la pegó y no podíamos parar de reír, Al día siguiente ahí íbamos, súper orgullosos de que tuviéramos la tarea, nos pesaba mucho así que en carro otra vez. Yo tenía que conducir, ella no podía llevar las dos cosas así que decidimos poner la torta adelante para poder estar pendiente e Isa iba atrás con la jarra llena de ese sabroso jugo. Estábamos como por la mitad del camino cuando ella con una vocecita me dice:
-Andrés – yo la miré por el espejo retrovisor y le pregunté que qué pasaba y me dice:
-Se me derramó todo – yo frené y volteé, TODO el asiento de atrás estaba empapado y lleno del jugo anaranjado. -yo la miraba, me daba tanta risa y no podía parar, la hice pasar para adelante para que no se mojara toda. Me pidió unas mil veces disculpas, pero la verdad a mi no me importaba. Luego al día siguiente lo lavamos y nos mojamos más nosotros que el carro, ella se reía a carcajadas y se tiró al suelo y unos amigos de ella que vivían cerca pasaron y la miraban y eso a ella le dio mucha más risa, hasta que se ahogó y… más se rió.
Ya se había oscurecido y las luces de otros carros me pegaban en los ojos. Había una gasolinera en la entrada de El Vigía, así que paré y me bajé para abrirle al señor la puertita. Casi no podía caminar, mis piernas me dolían y las tenía tiesas. Llevaba muchísimo tiempo sin pararme.
Esperé a que se llenara todo el tanque, pensé: “nunca le respondí el mensaje a Isabel” agarré mi celular y no tenía casi señal, me moví un poco poniéndolo en diferentes posiciones a ver si la agarraba, el señor de la gasolina me miró y con un dedo me señaló un cartel, un celular tachado debajo del de un cigarro igualmente tachado. Dejé de intentarlo y lo metí en mi bolsillo, le pagué al señor 5bsf y arranqué nuevamente.
Mi cuerpo ya no daba más, la tensión del viaje era muy fuerte, pero ya estaba en la recta final. Sentía una preocupación tan grande, trataba de no pensar, de no pensar más allá de los hechos. La autopista estaba libre, así que aceleré muchísimo más, podía sentir la adrenalina en mis venas, revuelta con preocupación, desesperación y cansancio.
El tiempo pasaba, las luces me encandilaban, mis pensamientos me llegaban a la cabeza y me arrinconaban, en pocas palabras… me atacaban (hubiera dicho Isabel) eso me hizo sonreír y me di cuenta de cuánto tiempo llevaba sin hacerlo.
Y cuando menos los esperaba, cuando ya no podía más, vi la ciudad, había llegado. La ciudad estaba vacía, ya eran las 10:45, en las esquinas había carros parados con música y chamas y chamos bailaban y tomaban. Pasé por La Salle, el colegio en donde Isa había hecho el bachillerato, un día habíamos ido a visitarlo, ella lo extrañaba y lo único que hicimos fue ponernos a hablar con el cantinero Alonso, al parecer era lo único que ella extrañaba.
¿Cuántos años tendría Isabel? ¿Unos 17 ó 18? ¿Cómo podían abandonarla? Eso era muy raro, tenía que haber algo. Unas personas con corazón nunca podrían abandonar a una persona como ella, no sé tan… indefensa. En todo esto había algo raro.
Crucé en la esquina, me estacioné y sin pensarlo más me bajé del carro. Era extraño pensar que apenas ayer había estado aquí, eso me parecía tan… lejano.
Todo me temblaba, no sabía realmente si quería entrar, mi cabeza solo esperaba lo peor, toqué la puerta, yo ya no tenía llaves y nunca me había fijado que la puerta no tenía timbre. La toqué más fuerte, pero nadie me abría, me empecé a desesperar. ¿Por qué rayos la señora no me abría? Escuché algo, algo se acercaba. La manilla se movió, la puerta se abrió y la viejecita se vio. Tenía cara de enojada, traté de entrar y subir corriendo, pero ella me puso su delgado brazo interfiriendo mi paso.
-Llévatela de aquí –me dijo –. Toda la noche pasada tuvo una música súper alta y tuve que calarme todos sus estúpidos gemidos. Si no se hubiese cayado hace unas nueve horas la hubiera echado –cada vez alzaba más la voz, casi me lo decía gritando, mi corazón latía a millón ¿Cómo que callado? –sus padres no me han pagado la renta-. ¿Eso era lo único que le importaba? ¿Por eso no me dejaba pasar? Saqué la billetera y le di todo lo que tenía, eran como 600bsf que ni siquiera pagaba uno de los meses
-Yo luego le deposito lo que falta – le dije entregándoselo. La anciana por fin sacó el brazo que interponía mi regreso. Entré de una vez y empecé a correr por las escaleras lo más rápido que pude, al llegar a la última me detuve, me daba miedo lo que seguía, me aguanté de las paredes, no me sentía tan bien, me faltaba el aire y tenia taquicardia.
Tomé aire, agarré fuerzas y fui hacia el cuarto, no podía ser que después de tanto esfuerzo no pudiera seguir en el último momento.
Allí estaba ella, tumbada en la cama, pálida con unas ojeras negras con unos shorts y una franela, hasta los zapatos puestos y ni siquiera se movía. Estaba muy despeinada, no era como normalmente lo tenía, despeinado pero con su toque de ordenado, no, esta vez era diferente, toda ella era diferente.


Isabel


“Sé lo que vi hoy
No fue una ilusión
Fue tu felicidad enmascarada,
Vi tus labios hoy
Yo ya nada soy
Tus ojos claros
Como te extraño.

Y ahora ya ves mi estado
Yo siempre te amé.”

Seguía sonando la música, no sé cómo no se dañaba o se rayaba después de tantas veces escucharla ¿o será que ya no sonaba y me estaba volviendo loca?, no lo sé, ya no sabía cuándo dormía, cuándo vivía, cuándo despertaba o cuándo escuchaba música, pero la verdad ya no me importaba.
Me dolía la cabeza y me estresaba todo el pelo en la cara que casi no me dejaba ver, me quité todo el pelo de la cara y del cuello, me tenía como ahorcada. Pero de pronto algo me distrajo, había alguien en la puerta, me dio miedo, no podía ver bien, me senté de golpe y allí estaba Andrés, mirándome desde lejos, me paré encima de la cama y salí corriendo hacia él, él también se me acercó.
Lo abracé lo más fuerte que pude, ahora si no lo iba a soltar, no lo iba a dejar ir otra vez. No sabía si era un sueño, la realidad o estaba enloqueciendo, pero no me importaba, ahora estaba aquí.
Mis sentimientos estaban totalmente revueltos, la tristeza y la soledad máxima, con la mayor felicidad y sobretodo esperanza que podía haber. Me mordí la lengua para ver si era un sueño, porque la verdad no lo podía creer, no podía creer que entre tanta oscuridad y depresión hubiera un rayo de luz y de esperanza. No podía hablar porque lloraba, lloraba de felicidad y de tristeza.
Él me abrazaba cada vez más fuerte, después como de unos… cinco minutos ya estaba más tranquila.
-Estas aquí –le dije, o lo pensé, o lo susurré no lo sé. Nos soltamos y él me agarró la cara y me dijo:
-No creías que te iba a dejar aquí, ¿o sí? –la verdad es que sí, obvio que pensaba eso, ¿o tal vez en el fondo, muy en el fondo tenía la esperanza de que el volviera? Nunca me había puesto a pensar en eso porque, si mi familia me abandonó así de fácil, ¿Por qué rayos él no lo iba a hacer? Al parecer no era difícil dejarme, porque al final yo no era tan importante.
Era algo desechable por decirlo así, llegaban me conocían y luego cuando ya no me necesitaban me echaban, yo no les importaba. En cambio yo me quedaba hundida, extrañándolos, necesitándolos, cuando ellos no a mí. Era la historia de mi vida, me encariño muy rápido con las personas y luego ellos se van y me quedo sufriendo y tapando todo con una gran máscara.
-Supongo, pues al parecer es muy fácil deshacerse de mí –le respondí con un resoplido, y se me partió la voz. Él me miró, yo bajé la mirada, él me subió la cara como diciendo “mírame”, bueno así fue como yo lo interpreté.
-Escúchame, nunca vas a estar sola, ¿me oyes? – yo agarré aire para responder, pero él habló primero. –No, Isa es en serio, cualquier cosa que pase, para todo hay solución ok? Porque tú no estás sola – con lo ridículo que suene esas palabras me llegaron al corazón y se me puso la carne de gallina.
Pero solo tenía una pregunta en la cabeza.
-¿Qué voy a hacer?
-Qué VAMOS a hacer –me corrigió él, me soltó y dijo –Pues… recoger, vamos a empacar todo.
Entró a mi cuarto muy decidido, yo entré detrás de él.
-¿Dónde están las maletas? –me preguntó.
-Debajo de la cama –le dije. Él la sacó, la puso encima de la cama y empezamos a recoger. Él era súper práctico, agarraba los cajones y enteros los tiraba dentro de la maleta. La pregunta no me la había respondido totalmente, la verdad en nada pero y ¿qué seguía?“Gotas colman vasos, rayos de colorOlvidan reír, atardecer, libre del viento infelizYa no quiero recordar” No me había dado cuenta que la música estaba tan alta, la verdad estaba altísima. De reojo miré a Andrés, ¡Qué pena con él! ¿Qué iba a pensar viendo que su música estaba a todo volumen? Traté de hacerme la que no escuchaba; tenía que apagarla, pero al hacerlo se notaria demasiado y bueno ya, lo deje así.Recoger mi cuarto era mucho más rápido que el de él porque no tenía tantas cosas. Llenamos esa maleta, con ropa, cuadernos, cosas, de todo y ya estaba todo listo.El jaló la maleta, la puso de pie. -¿Lista? –me preguntó.-¿Y tú? –era él el que había viajado doce horas, pensé.-Claro –me dijo con cara de ¿qué?-¿Y no estás cansado? –me preocupaba mucho, tanto tiempo sin descansar, llegar y seguir viajando, era matador.-No, yo estoy bien –me dijo.Salimos de la habitación y bajamos, la viejita nos estaba esperando, Andrés me agarró por la espalda, ella levantó la mano, supuse que quería las llaves así que se las entregué. Andrés por detrás sacó la mano y abrió la puerta y me empujó para que saliera.-Chao –me despedí de la señora, ella no me respondió, si no que dijo:-Andrés, confío en ti –lo dijo con su tono duro de siempre ¿De qué rayos hablan? -pensé. Me volteé, pero Andrés no me dejó y me seguía empujando por detrás.
-Sí, no se preocupe. -le grito.
-Salimos, sentí un alivio grandísimo al dejar ese lugar.
Andrés metió mi maleta en la maletera. La de él que estaba en el puesto del copiloto la puse atrás y entré, él también lo hizo y arrancó.
Los dos estábamos callados, era como comenzar todo desde el principio, tenía muchas cosas que contarle, que preguntarle, que agradecerle, pero no podía decirle nada.
Él solo manejaba callado, de vez en cuando se rascaba la cabeza y me miraba de reojo. Apoyé la cabeza a la ventana y me quedé pensando y de repente me acordé de algo y no me aguanté y grité.
-¡Andrés! - él se asustó y me miró.
- ¿Que paso?-me dijo.
-SE ME QUEDO EL CD DE LASSO- le grité, teníamos que devolvernos, no era tanto íbamos por las tapias.
Él se rio y dijo:
-Hablas de Lasso como si no fuera yo.
-NO ANDRÉS TENEMOS QUE DEVOLVERNOS -le insistí, él me negó con la cabeza. -Por favor no podemos irnos sin él. Andrés yo lo necesito -casi le rogaba.
-No te parece no sé…no muy saludable escuchar tantas veces lo mismo -me dijo. Él tenía una cara rara, pero es que no lo podíamos dejar, era muy importante para mí.
-Andrés por favor -me puse fastidiosa.
-NO ISABEL, ¡NO VAMOS A VOLVER! –me gritó. Yo me callé, hubo un gran silencio en el carro, él nunca me había gritado. Me sentí mal, incomoda, el ambiente era tenso. Volví a apoyar la cabeza en el vidrio de la ventana.
Un suspiro se me salió sin más aviso, cortó el silencio, y no era de la manera que deseaba acabar con ese momento.
Andrés me miró, paramos en el semáforo del CC Millenium, él abrió el cajoncito (creo que se llama guantera) que estaba al frente de mi puesto.
Estaba lleno de sus CDs (guao era como un paraíso, no solo tenía el de él, tenía de todo) agarró uno y le quitó la envoltura lo abrió y con uno de sus mil marcadores que tenía en su puerta y escribió:
Isa
Necesito tu =)
Andrés

Me lo entregó y me dijo:
-Y éste, está firmado por el autor -yo no sabía que decirle. -Sólo prométeme que no lo oirás más.
-Gracias -le dije. Lo cerré, era perfecto. La caja del mío estaba totalmente rayada y opaca; ésta relucía.
-Vamos Isa sonríe, en serio no quería gritarte, en serio lo siento -se disculpó.
Yo no dije nada, el silencio otra vez se apoderaba de nosotros. Hasta que le dije.
-A mamá le encantaba este CD - era cierto - cuando yo lo ponía me decía: “Ponlo más alto” y cantábamos juntas. A Sara también, su canción favorita era Carolina, se la pasaba cantándola todo el día. Una lágrima rodaba por mi cara, nuevamente estaba llorando, al parecer era lo único que sabía hacer últimamente.
-Isa lo siento -me puso una mano en la cabeza y con la otra conducía. -No debí gritarte -me quitó la lágrima que tenía.
El viaje fue bastante silencioso todo estaba tranquilo. Nos bajamos al baño en la alcabala. Eran como las 2:30am, mi cansancio era horrible y eso me hacía pensar en el más horriblemente cansancio que debería tener él.
-¿Estás bien? -le pregunté.
-¡Isa me despertaste! - lo dijo con tono de sorpresa, eso me dio mucha risa, él me vio reírme y también lo hizo.
-Si Isa estoy bien y ¿tú?
-Claro, pero…tu eres él que me preocupas, tantas horas sin descansar.
-Bueno, pues paremos en la próxima parada -se mordía el labio de abajo. -Pero créeme estoy mucho mejor que de ida. Al fin estamos otra vez juntos, no veía el momento en que llegara a Mérida –dijo- tu me despiertas ese instinto paterno –bromeó -yo me reí, él me picó el ojo.
Como a media hora nos paramos en uno de esos restaurantes de carretera, parecía una de esas películas de las vegas. Había bastante gente como para ser las tres y tanto de la mañana. Un mesonero de unos 25 años de edad nos atendió.
-¿Que desean? -nos preguntó.
-Dos hamburguesas -dijo Andrés. Ah eso era lo que siempre pedíamos en la facultad.
-¿Y usted que desea? -dijo mirándome, mi cara era como de ah? y Andrés lo miro y dijo:
-Bueno dos, una para ella y una para mí -el mesonero empezó a anotar. Andrés me hacía señas y me alzaba las cejas como diciendo ¡UPA! Yo me reía, el señor dejó de anotar y preguntó:
-¿Para beber?
-Una pepsi ¿y tú? -dijo Andrés.
-Sí también - el señor anotó y dijo que si quería algo más.
-Pues por ahora no -dijo Andrés.
La comida llegó como veinte minutos después, yo estaba como: “!oh comida al fin!”.
Comimos, como en cuatro mesas más allá había una pareja con sus hijas que nos miraban y se reían todas emocionadas, tenían unos 15, 16 años, luego se pararon y se nos estaban acercando, yo pateé a Andrés por debajo, él estaba como dormido, yo le hacía señas y él no me entendía, hasta que ellas llegaron, estaban muy emocionadas y nerviosas, se daban codazos la una a la otra, para que una de las dos comenzara a hablar. Andrés estaba en otro mundo y las miraba.
-Hola -dijo al fin una de ellas.
-Hola -le respondió Andrés, las niñas se emocionaron más.
-Lasso, somos tus fans -dijo la otra más emocionada aún. Él les sonrió. Ellas sacaron una servilleta que obviamente ya tenían preparada y le dijeron:
-¿Nos puedes dar tu autógrafo? -la mayor al fin lo había pedido. Él les dijo “claro” -ellas temblaban, los papás desde lejos se reían.
-¿Cuál es tu nombre?
-Eva -casi le gritó la mayor. Él escribió:
Para Eva con mucho cariño.
Buen provecho =D
Lasso

Eva al leerlo se rió, las manos le temblaban.
-¿Y qué hacen aquí a esta hora? -le preguntó Andrés a ellas.
-Nuestro autobús paró aquí -dijo la más pequeña.
-Yo no me hubiera bajado -dijo él riéndose-, ni siquiera me daría cuenta que había parado. Estaría totalmente dormido -ellas se reían.
- Yo no me puedo dormir -dijo la menor.
Él extendió la mano para que la otra le diera la servilleta. Ella al darse cuenta que se la estaba pidiendo extendió la mano y casi me pega en la cara. Yo me asusté. Ella toda apenada me dijo “lo siento” yo me reí, ella se tranquilizó. Al fin llegó la servilleta a manos de Andrés y le preguntó cómo se llamaba.
-Samarripa
-¿Cómo? -dijo él.
-Me llamo Samanta pero todos me dicen Samarripa… ¿sabes? por lo de Monsters Inc,-yo me reí.
-¡Sí, yo la vi! -dije yo toda emocionada -Andrés se rió.
Para Samarripa!
Espero que puedas dormir un poco!
Con cariño.
Lasso
Ella se rio.
Eva sacó su cel y le dijo:
-¿Te puedes tomar una foto conmigo?
-¡Claro!
-Me dieron el celular. Primero Eva y Andrés, luego Samarripa y Andrés, luego Eva, Samarripa y Andrés, repeticiones porque mi bello pulso hacia que la foto saliera borrosa.
Hasta que contentas las niñas se fueron viendo las fotos y gritando por lo bajo.
-¿A qué persona le gusta que le digan Samarripa?-me dijo Andrés riendo.
-Samanta es más bonito -dije yo.
-¿En serio? -me dijo- Jajá ISABEL OBVIO -dijo riéndose.
Terminamos de comer, el cansancio se nos había caído encima, no tenía ganas de pararme, solo quería acostarme en la silla y dormir hasta que amaneciera. El tiempo pasó muy rápido, ya eran casi las 5 de la mañana y todavía estábamos ahí sentados hablando. Ya el lugar no estaba tan lleno. Los mesoneros estaban todos tras la barra limpiando las copas.
-Bueno Isa sigamos -dijo Andrés con cara de estar agotadísimo.
-Pero ¿si estás bien para seguir? -él se rió.
-¿Qué cara tendré?- me contestó.
-Es en serio -le dije- ¡yo conduzco! -él se pudo morir de la risa con eso.
-¿Si Isa? ¿Tú conduces? -decía riéndose -si en un estacionamiento, te volviste loca ¿cómo será aquí?
-No te burles -le reclamé.
-No me estoy burlando Isa -riéndose todavía.
Pagamos y salimos para el carro, conducimos y conducimos hasta que pudimos ver el amanecer. Hacía más frió que en toda la noche. Paramos para sacar unos suéteres de la maleta. Yo tenía pantalones cortos así que me estaba congelando.
Subimos las ventanas apagamos el aire, pero igual hacía mucho frío. Eran como las 8:00 cuando mis emociones volvieron a caer.
Mi celular estaba vibrando, y era una llamada del exterior. Yo miré a mi única compañía, a la que en ese momento quería más que nunca. Él me extendió la mano para que le pasara el celular, no lo pensé dos veces y se lo di. Él atendió mientras conducía.
-Aló? –todo mi cuerpo temblaba - Soy Andrés ¿cómo está? - Quería ponerlo en alta voz para saber que decía, ¿Por qué rayos no lo pensé antes? - Si, si está bien - ¿Que estaba bien? Hubo un gran momento de silencio, que tanto le contaba? -no, no lo necesito gracias, pero…- Andrés se entretuvo porque yo le hacía señas “pregúntale que como están todos” - este… si claro- yo le seguía insistiendo “pregúntale por Lila” -él me asintió con la cabeza – sí no se preocupe…sí está aquí –él se calló por un momento – este… y cómo están todos…Sara y Hope? -otro silencio - ¿y el señor? -Sí, creo que… - Mamá lo interrumpía – claro - Que estrés ¿qué tanto diría?, porque a mí no me había dicho mucho, prácticamente nada - ¿y Lila? - él se mordió los labios y hubo un gran silencio - no, no se preocupe – aaaaaah yo estaba gritando por dentro – no, no, bueno….está bien, chao saludos - y colgó.
-¿Qué te dijo? -salté.
-Pues no mucho - ¿cómo que no mucho? - que todo estaba bien, tus hermanas también y que tu papá ahorita estaba trabajando y Sara en el colegio.
-¿Eso fue lo que te dijo?
-Sí, claro.
-Pero hablaron mucho más que eso.
-Es que ella me repetía, que todo estaba bien, que cómo estabas tú, y que le alegraba que yo estuviese contigo.
-¿Y lila?
-Ella…bien, también - Había algo raro. Lo notaba en su cara no me había dicho todo. Me quedé callada pensando, tratando de cuadrar todo, no sé, no estaba conforme, cuando de repente caí en cuenta.
-Lila murió ¿verdad? -le dije bajito, él se mordió el labio y volteó a verme.
-Lo siento…no quería decírtelo, ella tampoco se atrevió a contártelo. En serio lo siento yo sé cuanto la querías. - Yo estaba en shock, Lila había sido la perrita más bella que había tenido en toda la existencia. No, pero no de físico. Ella era tan cariñosa, alegre, ella era tan fiel. Ella no me habría abandonado porque ella era PERFECTA. Cuando yo sentía miedo ella estaba ahí para mi, en todo momento, yo podría estar súper amargada pero ella siempre llegaba y con su carita lograba sacarme una sonrisa y la acariciaba y podía estar en eso toda la tarde. La iba a extrañar.
-¿Estás bien?-me preguntó- yo asentí con la cabeza. Cuando algo me animaba llegaba otra cosa a empujarme nuevamente para atrás. Pero ahí siempre estaba él, tratando de ayudarme, de animarme, de hacerme sentir mejor, por eso yo lo quería tanto, él siempre tenía algo bonito que decir.
El sol ya había salido totalmente, el día era hermoso.
-Tengo buenas y malas noticias, ¿cual quieres saber? -me preguntó Andrés.
-La mala -le respondí.
-Bueno pues… ni idea de donde estamos -dijo con una sonrisa. ¿Era en serio?- me dio mucha risa.
-¿Y la buena?-le pregunté.
- Ya verás -dijo.
Cruzó para un lugar donde la carretera estaba llena de tierra y estaba rodeada de monte.
El camino era largo y no había ningún carro cerca. Luego de un rato el camino se fue abriendo y a lo lejos se veía todo el océano.
Era hermoso, ya había gente en la playa y carros estacionados, llenos de cosas.
-¿Viste Isa? te prometí que algún día te llevaría a la playa.- Hacía mucho tiempo que él me lo había dicho pero en ese momento no le presté ninguna atención.
-Si no sabías dónde estabas cómo ¿llegaste hasta acá? -él se rió.
-Hay carteles por todas partes, y me acordé de lo que te había prometido y pues aquí estamos –yo me reí.
Se estacionó y bajamos, el aire era diferente, nos quitamos los suéteres porque ya no lo necesitábamos. Caminamos hasta la orilla, las olas eran blancas y el agua transparente.
El agua me ojo los zapatos así que ya no me importaba mojármelos, entre más al agua, Andrés también lo hizo y sin previo aviso él me salpicó toda la cara, yo me agaché agarré agua e hice lo mismo. Y sin darme cuenta, empezamos a mojarnos hasta quedar empapados, los ojos me ardían por la sal. Todo era tan cómico.El agua me llegaba por las rodillas, di un paso para atrás y había un hueco y me caí, fue horrible, Andrés metió la mano, me jaló y me paró, él se estaba muriendo de la risa, yo estaba empapada y medio ahogada, pero igual no podía parar de reír “¿Estás bien?” -me preguntaba, yo asentía con la cabeza, nos salimos del agua y nos tiramos en el suelo, toda la arena se me pegaba al cuerpo, pero ya no me podía parar, el cansancio que tenía era más poderoso y además después de un rato ya me empezaba a parecer hasta cómodo.No había un sol tan fuerte, si no como un resol y así poco a poco la ropa se me fue secando y la arena despegándose de mi piel y después de tanto tiempo pude dormir tranquila, descansé, cada uno de mis músculos se relajaron y todo era totalmente tranquilo. Miré para al lado y Andrés ya no estaba, yo estaba sola otra vez y de repente desperté y miré para al lado rápidamente. Andrés también me miró.-¿Qué pasó? –me preguntó.-Pensé que te habías ido –le dije. El extendió su brazo, me agarró la mano y entrelazo sus dedos con los míos.Volvimos a cerrar los ojos, después de un largo rato yo ya tenía la ropa totalmente seca.-Isa te estás quemando –me dijo Andrés levantándose y jalándome para que yo también lo hiciera.Todo mi cuerpo está rojo e hirviendo, sentí el presentimiento de que en la noche esto me iba a arder.“El resol es lo que quema” me decía papá todos los días que íbamos a la playa o a la piscina, yo nunca le creí y, allí me encontraba yo, toda quemada con una resolana.Caminamos por toda la playa y subimos una montaña. Desde la cima se veía toda la playa. Nos paramos en la punta, el aire nos volaba el pelo, Andrés me pasó su brazo por mis hombros, yo lo abracé, desde ahí veíamos todo el mundo, la inmensidad del océano, la perfección.Yo siempre le tuve miedo a las alturas y mucho más si estaba el mar por debajo, me daba tanto miedo, tanto terror.Pero ahora era diferente, mis temores ya no estaban y por fin podía ver lo hermosa que era la vida, sin ningún obstáculo que impidiera la felicidad, mi felicidad.


*La autora nació en Mérida, tiene 17 años, es estudiante de Diseño Gráfico en la Universidad de Los Andes. Esta es su primera publicación.

sábado, 8 de octubre de 2011

La «Cuarta escogencia» de un gran magma de apellido Cardozo



Alberto JIMÉNEZ URE [*]

«Se emparenta la poesía, por su naturaleza, por su entidad, desde una prudente distancia, con la ciencia, la religión, la filosofía, la música, mas sin lugar a dudas la poesía se desarrolla como ser absoluto» (Lubio CARDOZO, en «La idea de la poesía», 2003)

«Que sólo la infidelidad de la Literatura en poder de impíos haya logrado abatirme y demoler mi quiescencia más que ciertas cibeles que haya nefasta y equívocamente amado, no me convierte, taxativamente, en misógino ni misántropo: si adoro a la Escritura es por estigmatizar a Castalia, que Ella fue en el Principio de los Goces Mortales» (A.J. URE, en «Divas en Postales»)


Cuando, en La cuarta escogencia, Lubio CARDOZO (n. 1938) inicia lo que podría denominarse su máxima compilación personal de poemas con reflexiones en redor del Summun de la Superbia y Sapientia Distincte [1] llamada «Poesía», semeja a un notable como lo fue el provectísimo Octavio PAZ: quien enfadaría a los indoctos y borregos diciéndoles que (…) «el Teatro y la Épica son también fiestas, ceremonias. En la representación teatral, como en la recitación poética, el tiempo ordinario deja de fluir, cede el sitio al tiempo original» [2]

El «limen» de los razonamientos de CARDOZO, preludio de un gran magma en La Materia Poética, fue obviamente escrito desde la soledad que nos impone una madurez intelectual y física sólo renunciables mediante el suicidio: al cual, dudo, él no depondría su intelligentia: «(…) Ante la inexpugnabilidad del cosmos y la expulsión definitiva de toda integración armónica en él por la vía de la razón empírica, no surgía otra potestad sino inventarle un universo alterno, un territorio de utopía, la comarca del vocablo preñado por la luz de la lámpara de la imaginación, y allí en ese mundo de voces el bardo pudo vivir, encarnaba la otra naturaleza, la inventada por él y dueño de ella» [3]

¿A quiénes los seres menos «inhumanos» deberíamos dejar las meditaciones alrededor de la existencia sino a los hacedores que, como Lubio Cardozo, conceden al ejercicio poético la «Dignidad» de un asunto ya «no de Estado» o «Academia», sino de nuestra «Desdichada Humanidad»?

La entrega del escritor a la Filosofía ha sido plena, de antigua data, y luce explícita en magníficos fragmentos: (…) «El orgullo satánico antes fue hidrógeno, helio, oxígeno. Las furias fueron óxidos de silicio y una nube circunsolar alegra la melancolía de los saturnianos, hijos del tráfago, de Belcebú y de la huesa» [4]

En tiempos cuando conocí a Lubio Cardozo, en la Facultad de Humanidades de nuestra venerable y vetusta Universidad de Los Andes, el fervor por las Letras (y Las Artes, en general) se había internacionalizado y nos distinguió entre los intelectuales del Mundo. Pese al ruido mediático del la «Patología Política y Social Hampesca», que hoy pretende deformar la psiquis los venezolanos mediante instrumentos letales, e ideales exhumados de la Escoria de la Historia ante la percepción de los extranjeros, en la actualidad nuestra Literatura mantiene su majestad con escritores del talento y virtuosismo de hombres capaces de formular que (…) «Al compás de la sombra de una espada el forajido danzará veloz en el atardecer. La daga y los pies jugarán al ritmo del acecho y de la fuga, zig-zag en una dirección fija: el atropello sobre los planos donde él no está» [5]

Hubo genios que se suicidaron, caso José Antonio RAMOS SUCRE, en rigurosidad pariente de Lubio CARDOZO, empero no fue a causa de admitirse o develarse «Sísifo», sino tal vez «Narciso»: (…) «Una forma casta, de origen celeste, depositaba en mis cabellos su beso glacial. Acudía a través de mi sueño de proscrito, a mi cama de piedras, fosa de Job, abismo de dolores de Leopardi…» [6]

La melancolía, el desaliento, empero igual lo sacro que se aprecia en la prosa poética lubiocardoziana no prorrumpe para que su espíritu y el de otros sea demolido por la desesperanza o mezquino narcisismo implícito en actos que aventajan las decisiones del Pater Ocultus. El poeta Cardozo no simula aborrecerse para impactar mediante incisivos pensamientos, sino que, a mi parecer, nos «cuenta» cómo fue, es y sería lo que yo defino su «escisión física»: «Está frente a mi el ahora, movible e inmóvil. La necrópolis del ayer subyace, canta o grita su ya no ser ahora. Los anhelos, la esperanza, lo venidero, el fin, el albur del vientre del futuro, sólo, indefectiblemente, engendrará el ahora» [7]

Distingue y separa a Lubio CARDOZO de otros intelectuales su portentoso empleo del «epilogismo» y «diégesis», en discursos poéticos-narrativos a los cuales tanto vertió sabiduría un magister de la Literatura como RAMOS SUCRE, y semejante a Él nos transfiere hacia la Antigüedad Griega cuando los creadores gustaron, según los casos, inferir: adular, perturbar, golpear a las mentes de los mediocres con «puestas en escena», avocarse a «cánticos épicos de bufones» en platteas y hasta lastimosas «versificaciones públicas de lega indigencia». Menciono algunos: Jenófanes de COLOFÓN (525 a. C: «A los dioses todo han atribuido Homero y Hesíodo/cuando entre humanos es causa de escarnio y reproche:/robar, cometer adulterio, y el mutuo engañarse». Y leamos a Semónides DE AMORGOS (630 A. c): «Ninguna cosa se lleva como botín un hombre/mejor que una buena mujer ni peor que una mula». Empero, finalmente, mi botín de lector es lo apodíctico que brilla en la Cuarta escogencia del admirable y talentoso docente universitario venezolano.


NOTAS.-

[1] Que así, personalmente, sin disculpas y no exento de pendencia, dicto: «Suma de Soberbia y Sabiduría Distinta»

[2] P. 229 de PAZ, Octavio: El laberinto de la soledad [Fondo de Cultura Económica, 1994)

[3] P. 5 de CARDOZO, Lubio: La cuarta escogencia (Coedición entre «Mucuglifo», «Dirección de Cultura del Edo. Monagas» y el «CONAC», Mérida, 2006.

[4] P. 41 de la ob. Cit.

[5] P. 102, «Lascivoso», idem.

[6] P. 63 de Los aires del presagio.- RAMOS SUCRE, José Antonio (Monte Ávila Editores, Caracas, 1976)

[7] P. 318, supra.

[*] UNIVERSIDAD DE LOS ANDES (jimenezure@hotmail.com/albertjure2009@gmail.com)

viernes, 12 de agosto de 2011

La paramnesia de intelectuales hostiles hacia El Nacional










Alberto JIMÉNEZ URE [*]

«Durante el alba de su férrea y no sacra consolidación, toda Tiranía luce infalible y extermina moral o físicamente a opositores con la ilícita ventaja que a sus jefaturales da el monopolio que ejercen sobre tropas y mercenariado institucional: pero, igual tras el ejercicio abusivo y criminal del poder, la Historia dicta que culmina decapitada por sus disociados adherentes»


Era yo uno los jóvenes admitidos por Carlos Contramaestre y Salvador Garmendia en sus convites, dos escritores que a mitad de la Década de los Años 70 tenían estrechos vínculos con el diario El Nacional: con sus más importantes comunicadores sociales, intelectuales y artistas. Durante aquellos culturalmente intensos días, se realizaban numerosos «congresos» de hacedores en las principales regiones de Venezuela. Recuerdo que, por sugerencia de Contramaestre, Guillermo Besembel y José Montenegro, viajé con ellos a Maracay donde se realizaría uno de esos «encuentros» y donde conocí a varios muy promovidos por el citado diario capitalino. Citaré algunos: Luis Brito García, Pedro León Zapata, Ángel Rama, su esposa Martha Traba, Luis Alberto Crespo, Vìctor Valera Mora, Adriano González León, Caupolicán Ovalles y Earle Herrera.
Recuerdo que Luis Brito García leyó una ponencia intitulada «La Cultura Adeca», nada incontrovertida. Minutos antes, Martha Traba me había invitado a sentarme a su lado porque le agradé. Al término del discurso de Brito García, le solicité intervenir y cuestioné que fustigase tan severamente a quienes ejercían el poder del mando mientras aceptaba que el gobierno nacional le pagara viáticos y pasajes para estar ahí. Me miró con «aires de superioridad», como solían hacerlo muchos de ellos cuando se topaban con los novísimos, para marcar distancia y reprocharnos, a la vez, nuestra comprensible iconoclasia. En el pódium, bajo una magníficamente construida y de estilo aborigen vivienda, lo flanqueaba Zapata quien le comentó algo a su amigo que mantenía fruncido su entrecejo. A Martha Traba le fascinó mi comentario, pero Contramaestre, que solía ser jefatural conmigo, me pidió platicar a solas. Reprochó mis palabras:
«-Mira que se trata de Luis Brito García –infirió-. No seas cínico con él: es un intelectual revolucionario»
Pocos años después, gracias al venerable Miguel Otero Silva, a mis admirados amigos Don Ramón J. Velásquez y Don Julio Barroeta Lara, comencé a publicar textos en la extinta Página A-4 Editorial y Crónicas de El Nacional. Fue un privilegio y una memorable experiencia para mí. En la sala de redacción de aquella vieja sede de Puerto Nuevo a Puerto Escondido, en El Silencio y «en respetuoso silencio» estuve varias veces presente cuando el notable novelista y fundador del diario, a quien todos expresábamos admiración y respeto, pronunciaba discursos que parecían «clases magistrales». Siempre vi a Earle Herrera y Luis Alberto Crespo allá, dos de los intelectuales que, junto con Luis Brito García, Juan Calzadilla, Gustavo Pereira y muchos más, hoy sufren «paramnesia» en nombre de una falaz revolución que ofende la honorabilidad de la familia Otero Castillo. Mucho y sin mesquindades los promovió El Nacional, empero, por mendrugos o espuria figuración, hoy comulgan con quienes han pisoteado la dignidad de prestigiosas mujeres venezolanas como Sofía Ímber y María Teresa Castillo.
En pláticas que suelo tener con escritores que tienen menos edad que la mía, suelo afirmar que quienes fueron auténticos revolucionarios (como Alí Primera, el poeta y gaitero Ricardo Aguirre, Argenis Rodríguez, González León, Víctor Valera Mora, Garmendia, Oscar Guaramato, Barroeta Lara, Contramaestre, Juan Nuño, Ludovico Silva, Besembel, Rincón Gutiérrez, José Ramón Medina u Otero Silva) jamás habrían inclinado la cerviz frente a lo que yo defino en un libro como la Dictadura de Ultimomundano: impuesta por una codiciosa casta cívico-militar que infausta y letalmente socava el Tesoro Público de los ciudadanos venezolanos y la institucionalidad de la república. Algunos de los intelectuales y artistas que alcanzaron fama mediante El Nacional se mantienen corajudos y firmes frente a la neo-tiranía latinoamericana en boga: Pedro León Zapata, por ejemplo, Vasco Szinetar, Ramón Hernández, Roberto Giusti, José Pulido (…) Jamás los otros, los transformados en marxfalaces y verdugos de El Nacional, habían mostrado simpatía por gobiernos militaristas, salvo su cómoda adhesión a la presunta Revolución Cubana que tanto daño ha hecho en América Latina. Durante el alba de su férrea y no sacra consolidación, toda Tiranía luce infalible y extermina moral o físicamente a opositores con la ilícita ventaja que a sus jefaturales da el monopolio que ejercen sobre tropas y mercenariado institucional: pero, igual tras el ejercicio abusivo y criminal del poder, la Historia dicta que culmina decapitada por sus disociados adherentes.
[*] UNIVERSIDAD DE LOS ANDES (jimenezure@hotmail.com/albertjure2009@gmail.com)