tag:blogger.com,1999:blog-90064987235652107092024-02-07T16:28:05.194-08:00EL BLOG DE RICARDO GIL OTAIZAEste blog nace como un espacio sin fronteras para la discusión y la reflexión en torno a lo que se publica en nuestro país -y fuera de él- en los diferentes géneros de la escritura. Además busca dar a conocer lo que en materia literaria y del intelecto produce el autor merideño.Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.comBlogger22125tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-18296353188350519322016-06-26T11:42:00.001-07:002016-06-26T11:44:49.055-07:00RAMÓN PALOMARES: EL LENGUAJE DE LO AUSTERO<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhx_mRNsRLZJd_BlxOHUPtxyv8_5wthqV0N9b5EjkRi-4-JCgKGcWfNQcLCNnCB51ggYIzy3mGATmEQeJY-ydrVJjudcFmJpDyLq9SNQfXWXNpPsF3NMirsjk_pcKuk1SEMLnkf3uJNcb27/s1600/Ram%25C3%25B3n+Palomares.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="238" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhx_mRNsRLZJd_BlxOHUPtxyv8_5wthqV0N9b5EjkRi-4-JCgKGcWfNQcLCNnCB51ggYIzy3mGATmEQeJY-ydrVJjudcFmJpDyLq9SNQfXWXNpPsF3NMirsjk_pcKuk1SEMLnkf3uJNcb27/s320/Ram%25C3%25B3n+Palomares.jpg" width="320" /></a></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: center;">
<b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span lang="ES" style="font-size: 16pt;"><span style="font-family: "arial";"><o:p></o:p></span></span></i></b> </div>
<br />
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: center;">
<span lang="ES" style="font-size: 14pt;"><o:p><span style="font-family: "arial";"></span></o:p></span> Por: Ricardo Gil Otaiza</div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
<span lang="ES"><span style="font-family: "arial";">Ser austero en el campo de lo poético no se traduce
necesariamente en una merma de la expresión literaria, sino también (y aquí
cabe un primer supuesto): la condensa en una suerte de destilado, que busca
entregar espíritu y esencia con cada vocablo. Hay poetas de la exuberancia del
lenguaje, que anhelan exorcizar sus sentimientos en el papel hasta convertirlos
en cantera, en torrente; en expresión inacabada por la vía del derroche léxico.
En el primero de los casos hallamos al venezolano Ramón Palomares; en el
segundo, al chileno Pablo Neruda, quien paradójicamente es fuente de admiración
e inspiración de nuestro bardo. Centraré mis reflexiones en el trujillano,
objeto de este homenaje, por erigirse —quizás sin pretenderlo— en expresión
precisa y casi perfecta de lo austero, pero también en un verso que ahonda en
las raíces, en lo atávico, en la infancia, en el Escuque dejado atrás para
enraizarse en Mérida, ciudad a la que llega un día ya perdido y lejano en el
tiempo, y en la que se perpetuará hasta más allá de la muerte.<o:p></o:p></span></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
<span lang="ES"><span style="font-family: "arial";">En <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Adiós a Escuque </i>(1974)
renace el “Viejo Lobo”, el de la infancia feliz, y nos hacemos testigos del
desprendimiento, del desgarre, de la otredad erigida en nostalgia y puente con
el mañana; que también se hace bruma. Palomares ahonda sin rubor en lo que
queda como saldo de su niñez: en las “plantas desgreñadas”, en la “siesta”, en
“los tapiales”, en los “corazones ocupados de amores turbios”, en “las noches
que escribían en un oscuro diario”; en el “alma en vilo y sin ley”. La
austeridad de la palabra se revierte en Palomares en río torrentoso, en hebras
amargas, en poema del ayer y del ahora, en vértigo ante un recuerdo hecho nube
y distancia: la casa derruida, las tías católicas, las hermanas suaves; el
tener que zarpar cargado de sueños. <o:p></o:p></span></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
<span lang="ES"><span style="font-family: "arial";">En <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Pleno verano </i>el
bardo se metamorfosea en piedra, en árbol, en fosa tumba, en escarabajo. Para
él las palabras “están perdiendo su alma que solo saben nombrar muertes”.
Entonces se rebela, se levanta de las sombras para hacer cuenta de las señas
del verano, pero de nada le vale: se siente cansado, halla tierra seca, para él
hace más de cien años que “esto” (su espacio) es pura quema, ya no hay verdor, y
pide a quien desee escucharle: “Páseme un trapo húmedo/ ¡Estoy asándome!”.
Palomares se mece entre la sobriedad del lenguaje y la complejidad del
significado, de la imagen que nos asalta y paradójicamente azuza la pasión y
los sentidos, hasta convertirnos en posesos de sus versos. Con él nos
identificamos, nos comprometemos, nos hacemos cómplices en el desvarío, hasta
caer exánimes frente a la contundencia de su pluma. Si bien nuestro personaje no
se considera un escritor, sabe que el verso no es posible sin el dominio de la
lengua, sin su puesta al servicio del alma y del sentir. Al igual que Octavio
Paz en su obra <i style="mso-bidi-font-style: normal;">El arco y la lira</i>, nuestro
poeta está consciente que “cuando la palabra es instrumento del pensamiento
abstracto, el significado lo devora todo (…)”. Con el autor mexicano —transigimos,
pues— que el poeta “no se sirve de las palabras. Es su servidor. Al servirlas,
las devuelve a su plena naturaleza, les hace recobrar su ser.” Esto es
precisamente lo que ocurre con Palomares en toda su obra: en medio de su
“austeridad” de lenguaje (o precisamente por ella) les devuelve a las palabras su
sentido de completud para contarnos la vida, para azuzar en cada lector el
deseo ferviente de hacerse interlocutor de cada verso; para hallarle un norte,
para hacerse parte y todo de lo leído, y así poder alcanzar una plenitud que
sólo es posible con los grandes estetas de la palabra. Y Ramón Palomares sin
duda lo es. Su palabra reverbera, se cuece en la tierra, se hace artificio y al
mismo tiempo experiencia en lo cotidiano; allí donde hierve la vida. “¿A qué te
sabe el caldo?”, le pregunta el bardo al paisano Juan León. Y él mismo se
responde: “me sabe a muy salado, me sabe a piedras y a palo santo, me sabe como
a tierra, como a hoja de ocumo, a leche de cambur”. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Finaliza el homenaje al paisano ya ido con una
pregunta macerada en la nostalgia: “¿Qué se hizo la casa de Juan León?”. Tal
vez se preguntaba a sí mismo: ¿Qué fue del Escuque perdido en la añoranza, de
la casucha, de las rosas rojas, de la tierra seca, de la madre sentada entre
las ruinas, de los perros que chillan en el silencio?”. Ya exhausto se responde:
“Déjennos descansar que esto no es más que una muerte”. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Pero el poeta vuelve a casa al final del
camino, y echa a andar “codo a codo con (…) cielos sombríos”, escucha voces,
oye (<i style="mso-bidi-font-style: normal;">sus</i>) “procederes turbios” y la
fiera que guarda. El poeta se asombra al no hallar amigos, más sin embargo se
topa con la calle “ahíta de grietas”. Ve sombras y siluetas que se escurren. Al
final se convence: “No hay nadie, es madrugada. / No hay luna. / El sol no existe”.<o:p></o:p></span></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
<span lang="ES"><span style="font-family: "arial";">El poeta no se quedó en la nostalgia y su verbo alado,
circunspecto y viril se trasladó a Mérida, se entrañó en esta tierra, a la que cantó
una y otra vez fundándola de nuevo, trayendo en sus páginas reminiscencias de
los hombres primigenios: Pedro Gaviria, Miguel Trejo, Diego Luna, Juan Andrés
Varela, Martín Sulbarán y Andrés Pernía; aquellos quienes se repartieron sus
tierras hasta hacer de ella un villorrio del que nacería una historia. “Todo
comenzaba de nuevo —nos recuerda Palomares— con esos hombres a caballo /
ceñudos, / ambiciosos. / No muchos, es cierto, / pero / audaces, /
desconocedores del miedo, / crueles. / Trazaron y volvieron a trazar / su
ciudad”. No pudo escapar el poeta a la magia de la ciudad generosa que lo hizo
su hijo, su académico; que lo abrazó con su lluvia, con sus delgados ríos, con
los “espectros temblorosos <i style="mso-bidi-font-style: normal;">que </i>discurren
por <i style="mso-bidi-font-style: normal;">sus </i>parques envolviendo <i style="mso-bidi-font-style: normal;">sus </i>fuentes. Le recitó con su voz clara
y con su rostro marcado y curtido por muchos soles y lunas: “Alta ciudad de
páramos / cerrada, secreta, / consentida.”. Y como “ningún amor cabe en un
cuerpo solamente”, nos los recuerda el también poeta Eugenio Montejo en su
celebérrimo <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Alfabeto del mundo</i>,
nuestro homenajeado de hoy torna la mirada hacia los ríos que surcan y bordean
la ciudad, a su nueva amante, para hablarnos de la altivez del Chama, de la
nobleza de su historia, de sus luminosos misterios, de la destrucción de la
cual se le acusa con “metáforas de fiereza”. Nos dice con exaltación
lingüística, que a veces contradice su decisión austera, transijo: “Las
imágenes de tus cascadas y el goce de tus peces / saben a tormenta. / Nadir y
Erebo es el corte frontal de tus dientes / que han desbancado cordilleras y
arrumbado haciendas y / farallones/ hundiéndolos en tu helado tumulto. / Y ya
de tiempos tan remotos eras imagen vengadora, / refugio de guerreros, gran
chorro de espumas, / furioso y tronador.” <o:p></o:p></span></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
<span lang="ES"><span style="font-family: "arial";">Al Mucujún el poeta le dice: “Tú no eres un río para la
muerte, / hermoso Mucujún. / Ningún cuerpo vendrá, / rostro devorado ni tinieblas
/ en tus corrientes; / golondrinas sí / golondrinas que se entrecruzan sobre
tus linfas.” <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>En este poema el lenguaje
se hace cómplice de las sensaciones, de los espejismos que se dilatan en la
mente de quien se acerca a estas páginas, hasta alcanzar una cima que se hace
autárquica en la medida en que cobran fuerza inusitada, hasta quedarse anidadas
en nuestra mente como el postrer anhelo de quien ya otea una llegada: “Si
alguna vez dentro de muchos años / alguien sintiera deseos de encontrarme / habré
de estar allí, / bajo el trébol, / o arriba, / volando en los follajes / junto
al aire que reza / un profundo deseo a Dios.” <o:p></o:p></span></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
<span lang="ES"><span style="font-family: "arial";">Al sufrido Albarregas le dice impertérrito, como quien
desconoce su fatal destino: “MI corazón envidia ese cristal que baja / el
Páramo de Los Conejos / inserto en plumas, caballos y cedrelas / —tu vida tersa
/ y las vetas de lluviosas constelaciones / que han hecho en ti su fuente /
Albarregas. / Albarregas que es el otro lado del mundo / Zenith todo verdor
Presidido de fríos.”<o:p></o:p></span></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
<span lang="ES"><span style="font-family: "arial";">Con Ramón Palomares la poesía se hace torrente de agua
cristalina, y hoy su temor por lo atávico busca afanosamente el destino de las
aves, hasta quedar como ellas posado sobre la roca, con la mirada quieta y puesta
hacia el horizonte, y sin más anhelo que el quedarse sin estar aquí, ni más
allá; tal vez entre nosotros, adnato en la conciencia; o quizás mucho más
hondo. El poeta ha desplegado sus alas salpicadas de escarcha de la mañana, y
ha emprendido el alto vuelo: se le ha visto otear en el horizonte de la memoria
del colectivo, que es el lugar último y definitivo. Su verbo, deliberadamente
austero y sin corsés, queda como representación genuina de un hombre y de un bardo
ganado para la posteridad, para la infinitud, para el desvarío propio de quien
se acerca a sus huellas y hace de ellas experiencia y sentido. Qué bueno que
fuiste Ramón Palomares, ya que seguirás siendo, porque como diría el ya citado Octavio
Paz: en ti la palabra se confunde con tu ser. Tú eres palabra…<o:p></o:p></span></span></div>
<br />
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: center;">
<b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><i style="mso-bidi-font-style: normal;"><span lang="ES" style="font-size: 16pt;"><span style="font-family: "arial";"><o:p></o:p></span></span></i></b> </div>
<br />
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: center;">
<b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><span lang="ES" style="font-size: 16pt;"><span style="font-family: "arial";"><o:p></o:p></span></span></b> </div>
<br />
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: center;">
</div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: center;">
<b style="mso-bidi-font-weight: normal;"><span lang="ES"><o:p><span style="font-family: "arial";"> </span></o:p></span></b></div>
<span lang="ES"><span style="font-family: "arial";"></span></span><br />Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-50742516602975931572013-04-12T12:09:00.001-07:002013-04-12T12:09:16.803-07:00Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-76998131875138134462013-04-12T11:59:00.001-07:002016-06-26T10:52:59.201-07:00Alquimia del yo borgeano<div align="center" class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: center;">
<br />
<o:p><span style="font-family: "arial";">Por: Ricardo Gil Otaiza</span></o:p></div>
<div align="center" class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: center;">
<br />
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh2Zb6XBAAXSdtsTi2VIKKyxY_Sid15aNYoasv2SZaoL_z8BysxVwWgI6N2DH5b1Ee85Ts0OxpVv1DJXL1spUji3G38MaV4moQ8E9QSp1mXUwPOHoEZhN7jBuxGLHu9kYvLsSrlSKkTVAQ4/s1600/jorge-luis-borges1%255B1%255D.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" bua="true" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh2Zb6XBAAXSdtsTi2VIKKyxY_Sid15aNYoasv2SZaoL_z8BysxVwWgI6N2DH5b1Ee85Ts0OxpVv1DJXL1spUji3G38MaV4moQ8E9QSp1mXUwPOHoEZhN7jBuxGLHu9kYvLsSrlSKkTVAQ4/s1600/jorge-luis-borges1%255B1%255D.jpg" /></a></div>
<br />
</div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: "arial";"></span><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: "arial";">Quien no haya leído a Borges posiblemente se ha privado del más estrafalario de los disfrutes estéticos: ser parte y todo de los intersticios del yo-autoral, que en el escritor argentino es el <i style="mso-bidi-font-style: normal;">súmmum</i> de realidades posibles. Borges es una experiencia literaria-existencial rayana en el misticismo; él no admite puntos intermedios: se es o no <i style="mso-bidi-font-style: normal;">borgeano. </i>Su mundo rezuma complejidad en la medida en que nos adentramos en las narraciones, hasta el punto de ser casi imposible retornar a la condición de simples lectores una vez que ha caído un texto suyo en nuestras manos.</span></div>
<span style="font-family: "arial";">
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
Comparada con otras de los grandes de la literatura, la obra de Borges no es extensa: poemas, cuentos, textos críticos, ensayos filosóficos, prólogos de libros, conferencias, epígrafes, reseñas, lucubraciones, frases célebres, textos sueltos y anécdotas, caben en un puñado de libros gruesos. Empero, es tal la densidad metafísica de cada texto, que podríamos definir su obra como una cantera de inagotables sorpresas abrumadoras para el lector común (y hasta para el especialista). Borges es sus textos, de allí su impronta ontológica y su profundo impacto en nuestras vidas. No se puede leer su literatura sin tener la extraña sensación (convertida en certeza) de estar dejando por fuera un “algo sustancial”, a pesar de la denodada atención que podamos brindarle al texto en cada ocasión. </div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">Una pequeña obra maestra<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
En el grupo de textos titulado <i style="mso-bidi-font-style: normal;">La memoria de Shakespeare</i>, se<i style="mso-bidi-font-style: normal;"> </i>incluyen tres cuentos publicados separadamente por Borges con anterioridad a 1983, estos son: “Veinticinco de agosto, <st1:metricconverter productid="1983”" w:st="on">1983”</st1:metricconverter>; “Tigres azules” y “La rosa de Paracelso”. Posteriormente (ya muerto el autor) se agrega un texto homónimo al conjunto, aparecido en 1980, que sólo ve la forma de libro en el 2005 cuando RBA – Instituto Cervantes (bajo licencia de María Kodama y Emecé Editores S.A.) publican en España los dos tomos de sus <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Obras completas. </i>Es importante acotar que en las <i style="mso-bidi-font-style: normal;">Obras completas </i>publicadas en cuatro tomos por la citada casa editora argentina en el 2007, los enunciados relatos aparecen en el “todo”, constituyendo parte de la hasta ahora obra entera de Borges. </div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
Hacemos esta acotación por el hecho relevante de constituir el relato “La rosa de Paracelso” una pieza magnífica que destaca dentro de la narrativa de Borges; una pequeña obra maestra, que misteriosamente ha pasado inadvertida por los estudiosos del escritor, convertido en lugar común por la vía de relatos como “Historia de la eternidad”, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “Pierre Menard, autor del Quijote”, “Las ruinas circulares”, “La biblioteca de Babel”, ”El jardín de senderos que se bifurcan” y “El informe de Brodie”, entre otros. </div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
Posee ”La rosa de Paracelso” la cualidad de amalgamar en pocas cuartillas varios de los elementos clave en la obra narrativa de Borges, y por los cuales se le asocia con los mejores de todos los tiempos: densidad, erudición (y sencillez a la vez), maestría en el uso del lenguaje, elevada tensión argumental, personajes y diálogos perfectos, ironía, sarcasmo, paradoja, insuperables anécdotas, atemporalidad, altas dosis de esoterismo (cábala), y finales sorpresivos de profundo impacto en el ánimo del lector. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span><span style="mso-spacerun: yes;"> </span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">Una plegaria<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
Paracelso ruega a Dios, “a cualquier Dios” (primera ironía), que le conceda un discípulo. De entrada se nos narra el ambiente sobrio y enigmático en el que el maestro juega a ser eterno, entre polvorientos alambiques y atanores, que forman parte de su perenne arte en busca de la transmutación de la materia (aquí entra en juego la cábala). Es de noche, el fuego de la chimenea produce “sombras irregulares” (fantasmagoría que nos imbuye en una atmósfera rica en matices), y de pronto tocan a la puerta (tensión a la espera de algún desenlace). Un Paracelso cansado y somnoliento se levanta, abre una de las hojas y deja pasar a su taller a un desconocido, quien luce cansado y fatigado por el largo viaje hecho en busca del maestro. </div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
Después de una larga pausa, en la que los dos personajes no dialogan (lo que refuerza la tensión inicial), Paracelso irrumpe con fuerza: “Recuerdo caras del Occidente y caras del Oriente (…). No recuerdo la tuya. ¿Quién eres y qué deseas de mí?” (la mención a los puntos cardinales no es en vano; trae consigo cierta definición en cuanto a contextos geográficos y también implicaciones cosmogónicas). De entrada el desconocido responde: “Quiero ser tu discípulo. Te traigo todos mis haberes”. Sin mediar otra acción, saca del talego muchas monedas de oro y las deja caer sobre el mesón. Lo de las monedas no inquieta tanto a Paracelso, acostumbrado (suponemos) a recibir toda clase de ofertas a cambio de sus prodigios, como sí el ver una rosa en la mano izquierda del visitante. La rosa como simbolismo está presente a todo lo largo de la obra de Borges y, como se ha de suponer, apareja también una ingente carga esotérica por representar el “secreto guardado” al que no acceden sino unos pocos iniciados. </div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;">
<br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;">
<i style="mso-bidi-font-style: normal;">La piedra es el camino<o:p></o:p></i></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
De pronto, Paracelso increpa al joven: “Me crees capaz de elaborar la piedra que trueca todos los elementos en oro y me ofreces oro. No es oro lo que busco, y si el oro te importa, no serás nunca mi discípulo”. Como se observa, ya el autor despeja el camino de la historia al anunciar que el maestro no lo aceptará como su discípulo, pero al mismo tiempo nos muestra una extraordinaria paradoja centrada en el elemento “oro”. La transmutación de la materia fue siempre afán de los alquimistas y por esta vía muchos buscaron convertir metales y otros materiales en oro. La búsqueda de la piedra filosofal implicaba también un afán de eternidad por la vía de la prolongación de la existencia humana. El pasaje narrado por Borges nos muestra, no sólo la profunda contradicción del discípulo que ofrece oro a quien suponía lo podía alcanzar por su arte, sino el anhelo de inmortalidad por parte de la humanidad, y los caminos extraviados en su búsqueda.</div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>El visitante angustiado, frente a la inesperada reacción del maestro, expresa: “El oro no me importa (…). Quiero recorrer a tu lado el camino que conduce a <st1:personname productid="la Piedra" w:st="on">la Piedra</st1:personname>”. Respondió Paracelso: “El camino es <st1:personname productid="la Piedra" w:st="on">la Piedra</st1:personname>”. Esta frase encierra la extrema complejidad metafísica del texto y su comprensión implica en todo caso el ascenso a la sabiduría. Insiste el viajero: “Es fama que puedes <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>quemar una rosa y hacerla resurgir de las cenizas”. “Eres muy crédulo —dijo el maestro—, y agrega: Te digo que la rosa es eterna y que sólo su apariencia puede cambiar”. Con brusquedad el joven lanzó la rosa al fuego. Al cabo de unos minutos era ceniza, esperó con ansias las palabras y el prodigio, pero nada sucedió. Nos dice el narrador: “El muchacho sintió vergüenza. Paracelso era un charlatán o un mero visionario y él, un intruso”.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Antes de marcharse el joven recogió las monedas de oro y las devolvió a su talego, y el maestro lo despidió al pie de la escalera. </div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
Sin que medie mayor tensión en lo narrado, suponemos que un maestro derrotado y humillado regresa a su alquimia, a su perenne búsqueda de lo imposible, pero otra cosa es la que sucede. Leamos a Borges: “Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió”. </div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 35.45pt;">
El prodigio narrativo de transmutación del yo borgeano se había dado.</div>
</span><br /></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: "arial";">@GilOtaiza</span><br />
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Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-37756210608593061142012-06-29T10:12:00.003-07:002013-04-12T12:18:47.697-07:00Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-67984652209202755092011-10-10T13:52:00.000-07:002011-10-10T14:21:38.236-07:00Gracias<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh1rpN8EzFBvLesM-9ulmpBPMPYnojc7wRepJt04CZfdS1X9w_wjq44BWHuZ1t3gqWdBMKH8NoSvYW8NgjgYoMIF8wPr2HJyEMWpYXw_1ONdXhjkbYZs9PkE9WWBzVd0mcEO9x-FDfZBQCu/s1600/Isabel.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5661975336408784146" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; WIDTH: 291px; CURSOR: hand; HEIGHT: 320px" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh1rpN8EzFBvLesM-9ulmpBPMPYnojc7wRepJt04CZfdS1X9w_wjq44BWHuZ1t3gqWdBMKH8NoSvYW8NgjgYoMIF8wPr2HJyEMWpYXw_1ONdXhjkbYZs9PkE9WWBzVd0mcEO9x-FDfZBQCu/s320/Isabel.jpg" border="0" /></a><br /><br /><br /><div>Por: Isabel Gil Toba *<br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><div align="justify">Estábamos los dos sentados en el mesón frente a frente como lo hacíamos todos los días, mi mente no dejaba de pensar "esta es la última vez". Permanecíamos callados, normalmente nos estaríamos riendo de cualquier cosa, contando cada tontería, pero esta vez era diferente, no teníamos nada que decirnos porque sabíamos que ese día todo cambaría.<br />Ya no quedaba nada de comida sólo lo que estábamos comiendo, todo era tan diferente.<br />No se me ocurría nada bueno qué decir para romper ese silencio que no soportaba. Cada vez que intentaba decir algo, un nudo en la garganta no me dejaba hablar sin que se me quebrara la voz, así que decidí mantenerme callada.<br />–Mi papá llega dentro de un par de horas –me dijo revisando su celular– ¿y los tuyos?<br />–Más o menos también, supongo –la verdad no había hablado con ellos hacía una semana, pero no lo iba a preocupar, ellos me habían dicho que llegarían hoy y así tendrían que hacerlo.<br />El miró hacia su habitación, tenía todo hecho un desastre, yo no tenía ni idea cómo pensaba empacar todo antes de que su papá llegara. Miró hacia mí, me sonrió y dijo:<br />–Vamos Isa, quita esa cara –le sonreí–. Bueno, tengo que ponerme a hacer las maletas –dijo haciendo un gesto para levantarse.<br />–Yo te ayudo –me levanté.<br />–No Isa tranquila.<br />–No, no, sí yo te ayudo –entré a su cuarto, estaba hecho un desastre, el juego de cuarto era muy parecido al de mi habitación, era de madera y al pie de la cama había un taburete. El entró detrás de mí y me dijo:<br />–Bueno ayúdame en esto – se acercó a su computadora y se puso a imprimir algo. Su impresora era demasiado rápida, nada comparada con la que estaba en la salita de afuera. Me entregó unas hojas y dijo:<br />–Siéntate – señalándome el taburete que había en el pie de la cama–. Necesito llenar esta entrevista, ve preguntándome y anotando mientras yo arreglo todo.<br />Eran muchas preguntas, bueno como dos hojas. Andrés sacó la maleta de debajo de la cama, la puso encima de ella y empezó a meter cosas, metió la mano en el bolsillo sacó un lapicero y me lo lanzó, casi se me cae pero lo logré atrapar, lo destapé y empecé.<br />-Bueno – empecé a leer las preguntas -¿De quién es esta entrevista? –le pregunté.<br />-Es de un grupo de Twitter – dijo rascándose la cabeza.<br />- ¿Cuál es tu nombre completo?<br />-Andrés Vicente Lazo Uslar<br />-¿Cuántos años tienes?<br />-23.<br />Bueno, así fui haciéndole las preguntas hasta que llegué a una a la que quería saltar, pero tal vez él ya las habría leído y se daría cuenta que yo no la había leído y yo me la quería saltar.<br />-¿Quién es tu mejor amiga? –él estaba agachado sacando los cajones y volteándolos encima de la maleta. El cuarto estaba mucho más recogido que al principio, era sorprendente ver el cambio tan rápido, pero ahora la maleta era el desastre. Soltó el cajón encima de su cama y me dijo:<br />-Eres tú – tan normal como eso lo dijo y así normal siguió volteando los cajones en su maleta.<br />El nudo en la garganta que tenía ahora ya casi no me dejaba respirar, no podía seguir haciéndole la entrevista sin echarme a llorar. El notó que me quedaba callada y me miró. ¿Qué cara tendría yo?<br />-Me vas a hacer llorar –le dije, no sólo eran palabras y él lo sabía, ya que estaba que lo hacía, se me acercó, las lágrimas mojaban mi rostro, me puso la mano en la cabeza y me dijo:<br />-No creas que te vas a poder deshacer de mi tan fácil, en serio, te escribiré hasta que te fastidies de mi –le sonreí y me quité las lágrimas aunque me salían más y más. –Dámelo, yo lo termino luego –me quitó las hojas de la mano, las dobló y las metió en la rejilla de la maleta.<br />Abrió un cajón donde tenía como tres esculturitas chiquitas, agarró una azul y me dijo:<br />-Ah, Isa ¿te acuerdas de ésta?, fue tu primera escultura, la que hiciste en el primer semestre –era sólo un cuadrado con un circulo encima de cemento, pero cuánto me costó hacerlo, yo sufrí, lloré y hasta estuve a punto de romperla y morderla de la rabia que me daba que no me saliera bien–. En esos tiempos ni siquiera te atrevías a saludarme –dijo riéndose, yo también lo hice.<br />-Claro que no, tú eras el que no me hablabas.<br />-No Isa ¡eras tú!, me tenías como miedo –se echó una carcajada. Yo salía del cuarto y tú te ponías a hacer y que buscabas algo. Yo no podía parar de reír porque era cierto, yo, al principio de todo cuando apenas estábamos empezando a hacer este curso (pero no era cualquiera, era un curso que duraba cinco semestres, o sea dos años y medio, era de diseño gráfico y uno quedaba como técnico) no le hablaba, ni siquiera lo miraba porque me daba mucha pena, jajá, no se él me intimidaba. Yo salía de mi cuarto toda relajada (claro que primero escuchaba tras la puerta por si él estaba) y hacía el desayuno, no sé, me tomaba un café con galletas María y de repente él salía de golpe. Me daba un vuelco al corazón, me empezaba a latir rapidísimo, el estómago se me revolvía, casi vomitaba, sólo porque me daba mucha pena saludarlo. Yo con ese ataque que casi me desmayaba y él todo tranquilo con su típico cabello despeinado, con cara de distraído como diciendo: ¿Qué rayos hago aquí? Me sonreía y con un solo hola y un gesto con la mano, yo muriendo respondía con un sublime y casi no escuchable “hola”.<br />-Andrés, pero es que tú me intimidabas, me mirabas con una cara de: ¿qué tiene esa niña? – él se rió.<br />-Pero es que tú siempre tenías cara de loca por las mañanas –yo me reía y él también. El sacó otra escultura y así fuimos viendo y recordando cada cosa y a pesar de todo no fue deprimente: nos reímos de cada tontería y cosa que hicimos.<br />- Me acuerdo del día del ratón –dijo sonriendo. -Creo que ahí fue cuando empezamos a hablarnos, ¡qué grito pegaste!<br />- Ese día lo recuerdo perfectamente, en serio –no sabía que le tenía tanto miedo a los ratones hasta ese día – ¡El me atacó! –le dije.<br />-Creo que tú lo atacaste a él.<br />–No, eso no fue así, esta es la verdad:<br />Yo estaba toda tranquila porque por fin había salido de clases de modelado, eran como las nueve y por dentro estaba odiando al preparador que se había burlado de mi al frente de toda la clase, la verdad no estaba tan tranquila estaba muy brava, en clases no me había ido tan bien por no decir que me había ido horrible, luego cuando salgo de clases todo oscuro y estaba lloviendo, caminar hasta la casa llegar a un cuarto sola, donde no tenía con quien hablar, con quien desahogarme el terrible día que había pasado. Mirarme al espejo para tener algo de compañía y al mirarla a los ojos darte cuenta el dolor que hay en ellos. Tenía que comer algo, me moría de hambre por no almorzar porque prefiero no comer, a comer sola, bueno, salí con mi bella soledad y miré al cuarto de al lado donde el chamo que vive ahí tenía madre fiesta, se escuchaba música, por debajo se veían luces se notaba que lo estaba pasando súper, lo disfrutaba muchísimo y yo sin ni siquiera una radiecito.<br />Yo lo odiaba más que nunca; traté de no prestarle atención a la diversión de mi querido vecino y me puse a hacer una leche y cuando abro el gabinete para sacar una olla sale corriendo un ratón y se mete debajo de la cocina, mi grito fue descomunal, yo podría ser la niña que gritaba en E.T el extraterrestre y salí corriendo hacia la habitación de mi amado vecino porque si corría a la mía tendría que pasar por la cocina y seguramente el ratón me iba a volver a atacar.<br />Él salió del cuarto corriendo, estaba en pijama (o algo así) tenía una franela y un short blanco y de zapatos unas Converse negras.<br />-¿Qué paso Isabel? –tenía cara de: “esta niña me va a volver loca”.<br />-¡Un ratón! –dije desesperada, él se rió con cara de pánfilo y dijo:<br />-¿Adónde?<br />-En la cocina, por debajo.<br />-Jajá tranquila, ya va –agarró una escoba y una escobita que siempre habían en una esquina, miró para mis pies, yo tenía unas cholas muy cómicas, bueno, no, eran normales, pero en ese momento me parecieron cómicas – deberías ponerte otros zapatos por si acaso viene.<br />-No no, no importa, me da mucho miedo pasar por mi cuarto.<br />-Bueno ven, cámbiamelos.<br />-¿En serio? – le dije con cara de oh! :O<br />-Sí, dale - ¿me iba a negar? Obvio que no, era preferible cambiármelos a que viniera el ratón a atacarme (sí, me había atacado). Él se quitó sus zapatos sin desamarrárselos y me los pasó, yo hice lo mismo, me los puse sin desamarrarlos. ¡Estaban helados! Me pasó la escobita y él agarró la escoba y se acercó a la cocina, se volteó y me abrió los ojos como diciendo: ¡Ayuda! xD<br />-¿Qué vamos a hacer con el ratón? –le dije –. No lo mates –casi le grité.<br />-No, aunque quisiera no pudiera –dijo riéndose–. Asustémoslo para que se vaya abajo (nosotros vivíamos en una casa de una anciana súper antipática, lo de antipática es muy cierto, madre grito que pegué y ni siquiera pudo subir a ver qué me pasaba, ella vivía abajo y nosotros en las habitaciones que alquilaba arriba. Ella era muy sola y me odiaba, yo llegaba y me miraba horrible, pero a Andrés sí lo saludaba más tranquila. ¡Upa! Jajá.<br />-¡Sí! – dije riéndome, él me miró. Me acerqué. Teníamos que correr un poco la cocina para que el ratón se asustara y al salir lo espantáramos para que bajara las escaleras.<br />Así lo hicimos, pero nos costó muchísimo. El ratón primero no salía, luego cuando salió me asuste, grité, me monté en un taburete, el taburete se cayó, yo salté y casi lo piso, pero al final el pequeño ratoncito se fue corriendo por las escaleras.<br />Eso fue la cosa más divertida que había hecho como en dos meses, así que después de ser un día desastroso pasó a ser el mejor en mucho tiempo y el odio momentáneo a mi vecino ya no era tanto.<br />-Yo no ataqué al ratón, el me vio y salió corriendo a morderme –le dije a Andrés.<br />-Isa, tu casi le caes encima, el pobre ratón se asustó más que tú –él sacó otro cajón y lo volteó sobre la maleta, la cerró, la puso sobre el suelo y sacó otra y la puso sobre la cama.<br />-Tú me odiabas –le dije.<br />-¿Por qué lo iba a hacer? –me miró mientras metía más cosas–. Si te odiara no te hubiera ido a ayudar –me quedé callada. –Mejor dicho, tú eras la que me odiabas a mí.<br />-Yo no te odiaba –le dije.<br />-Pero siempre estabas brava.<br />-No estaba brava, solo me sentía muy sola, muy deprimida, que todos me odiaban y nada me salía bien. Era horrible. El día más feliz y más divertido de todo ese tiempo fue el de ese ratón. Al menos me había hablado contigo –le dije.<br />-Pero Isa yo también estaba igual –dijo otra vez riéndose.<br />-Claro que no, tú siempre te divertías mucho.<br />-No es así – revisó su cel. –Papá va por El Vigía.<br />-Eso es como una hora más o menos–. Todavía estaba sentada en el taburete viendo cómo todo poco a poco iba quedando vacío, ya en el closet no había nada. Sólo quedaban unas cuantas cosas en el suelo. El llegó y se sentó en la cama y se quedó pensando, y luego dijo:<br />-Me acuerdo de…el día después de lo del ratón, era viernes y salí al pasillo y tú estabas sentada en la cocina sin hacer absolutamente nada, tú estabas como…<br />-Llorando – sonreí – sí… es que nunca me gustó estar sola.<br />-Yo te saludé y trataste de disimular de que no estabas llorando, yo seguí caminando pero no podía dejarte ahí así, entonces te pregunté que si ya habías almorzado, y tú me dijiste… –yo lo interrumpí.<br />-No, es que no me gusta comer sola, te dije. Me acuerdo que en la noche me acordé de ese momento y dije: ¡Qué pena, debió de haber pensado que era una indirecta! – él se río. –Tú me dijiste riendo ¡Pues vamos!<br />-Fuimos caminando y ninguno de los dos dijo nada, estuve todo el camino pensando qué te podía decir, pero no se me ocurrió nada –yo me reí.<br />-Sí yo estaba en lo mismo, pensé decir ¡qué calor hace! Pero me daba mucha pena así que mejor preferí callar, y cuando llegamos al comedor nos sentamos, nos comimos la sopa y cuando tocó el segundo plato yo la miraba y pensaba: “¿Será que a él si le gusta eso?” Yo no te podía decir ¡Qué asco! Porque ibas a pensar “Que niña tan sifrina”, así que decidí esperar a que tú comieras primero y empecé a disimular tomando jugo, pero tú no comías y los dos mirábamos la comida que eran como panales de abeja de color carne y blanditas y te pregunte: “¿Qué es eso?” y la voz me salió horrible por estar tanto tiempo sin hablar y tú lo pinchaste y me dijiste: “Son como tripas” y a mí me dio un ataque de risa y no podía parar y tú también te empezaste a reír y juramos no volver al comedor, pero yo solo me acordaba de papá que se ponía bravo cuando yo lo criticaba y me decía “vas al cielo y vas llorando” así que cuando mi papá me preguntaba yo le decía “hoy comí en el comedor” entonces todo estaba bien – Andrés se reía.<br />El tiempo fue pasando, ya el cuarto estaba totalmente vacío. Tenía las dos maletas hechas, dos guitarras y varias bolsas, después de una hora y media más o menos del mensaje de su papá, llegó.<br />Bajamos a recibirlo, me lo presentaron y me dijo: “Al fin te conozco”<br />El era muy agradable echaba bromas, se reía. Subimos y estuvimos en el mesoncito de la cocina, no le podíamos brindar nada porque ya se nos había acabado todo, tomó un vaso de agua, estuvimos ahí sentados, como por media hora hablando.<br />A mi casi no se me ocurría nada qué decir, pero me reía de las cosas que contaba, hasta que dijo “bueno ya tenemos que salir” él tenía que llegar a Caracas hoy mismo porque mañana tenía cosas qué hacer por allá. A mí me parecía súper fuerte que él apenas llegando volviera a salir, pero bueno, fuimos al cuarto de Andrés agarró una maleta y unas bolsas, igual hizo Andrés. Yo agarré las guitarras. Luego las llevamos al carro.<br />Hicieron varias vueltas, para la caja del televisor, la computadora, los poofs. Metimos todo en el carro y Henrique (el papá de Andrés) dijo:<br />-¿Por qué huele el carro así? –con un cara de asco. La verdad era que yo había derramado en el sofá de atrás una jarra de jugo de lechosa, lo habíamos lavado pero a veces olía rarísimo. Qué pena que se había dado cuenta.<br />-Es que se me derramó un jugo –le dijo Andrés.<br />-¡Cuándo no tan despistado! –dijo. Me miró: Él es la persona más despistada y más olvidadiza que he conocido –Andrés se rió y yo sonreí.<br />Ya estaba todo listo y era hora de la partida; el papá de Andrés se me acercó me dio la mano y me dijo:<br />-Un gran gusto conocerte – sonriendo.<br />-El gusto es realmente mío –y era verdad, acababa de conocer a Henrique Lazo y él a una persona toda normal.<br />Me puso la mano en la cabeza y se acercó al carro. Miré a Andrés. Toda mi vida se iba a ir en un solo instante. Mi única compañía (y la única que necesitaba) se iba a ir y tal vez no lo volvería a ver, él tenía tantas cosas qué hacer, tanto todo, que seguramente éste sería el último momento que tendría para mí, tenía que decirle tantas cosas, tantas palabras en tan sólo un momento, que no lo iba a poder lograr, tal vez era mejor callar.<br />Lo abracé tan fuerte y él también a mi ¿Cómo podría vivir sin él? El había sido la luz en mi vida de oscuridad. Yo lo necesitaba, no lo quería soltar. Que el mundo se detuviera justo en este momento, eso era lo que necesitaba y así no se tendría que ir. Pero la vida seguía, las personas se alejaban, las cosas se olvidaban.<br />Me acordé de una canción de él que decía “Nada es ni será para siempre…” Y ahí estaba yo, queriendo que todo fuera para siempre, que nada cambiara, porque lo malo de uno estar en la cima es que lo que queda es la caída. Lloré, las lagrimas me caían lentamente hasta mi cuello y no paraban de caerme más, yo trataba de calmarme, de hacer una despedida tipo: “Nos vemos mañana, te extrañaré”; pero mi corazón no aceptaba.<br />No sabía que mis manos temblaban hasta que lo solté, él también me soltó. Me sentía roja, hinchada y acalorada a pesar del frío que hacía en la parte de arriba de la ciudad.<br />El me miraba pero no decía nada, pasó sus manos por mi cara y me quitó las lagrimas, se mordía el labio de abajo, el tampoco sabía qué decir, pero a veces era mejor el silencio, tan sólo con una mirada podía decir más que mil palabras.<br />En cualquier sentido, cuando alguien te busca pelea, no responder, ignorarlo, eso puede decir más que ponerte a pelear y darle importancia; cuando estás tratando de arreglar un problema mientras más hablas tratando de arreglarlo más te hundes a ti misma.<br />En estos momentos si me pusiera a hablar, lo que hubiera logrado era ponerme a llorar como loca rogándole que por favor no se fuera, que no me dejara aquí, sola, sin nada más que un vacío, que tenía miedo de lo que seguía, que no sabía qué hacer.</div><br /><div align="justify">“Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. Parece que los ojos se te hubieran volado y parece que un beso te cerrara la boca.”</div><br /><div align="justify">Me acordé de que un día estábamos en clase de literatura y la profesora nos leyó un poema de Pablo Neruda “me gusta cuando callas”, en ese momento no lo entendí muy bien, la verdad no veía por qué a todos les llegaba tanto al corazón, pero en este momento lo entendí, entendí que era el silencio y todo lo que podía dignificar. La voz de la profesora resonaba en mi cabeza: </div><br /><div align="justify">“Me gustas cuando callas porque estás como ausente. Distante y dolorosa como si hubieras muerto. Una palabra entonces, una sonrisa bastan. Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.”</div><br /><div align="justify">Recordar eso me mató.<br />-¿Estás segura que no quieres que esperemos a que te vengan a buscar? –sí por favor no me dejen aquí sola, pensé.<br />-No tranquilo, ellos vendrán en un rato –me aguanté.<br />-Avísame cuando te vengan a buscar, porfa, mándame un mensaje o llámame –me dijo sacándome el pelo de la cara.<br />-Si dale, yo…te aviso – Aguántate, me decía a mí misma. Me mordía la lengua, aguantaba la respiración, ¿Qué no hice para no llorar y descontrolarme? Me agarró la cara y me dio un beso en la cabeza, nos abrazamos una última vez y me dijo:<br />-Te quiero Isa.<br />-Yo también – susurré, nos miramos por última vez y se fue caminando hacia el carro.<br />-Cuídate – me dijo. Cerró la puerta del auto, su papá tocó la corneta como despedida y se fueron.<br />Yo me quede ahí, parada, sin nada que hacer, sin nadie, yo nuevamente sola. No tengo idea cuánto tiempo pasó, cuando me di cuenta que todavía estaba afuera parada. Subí, todo era tan diferente, todo sonaba más fuerte, entré a mi cuarto, estaba horrible. No tenía ganas de ordenar ni mucho menos ponerme a hacer maletas. Me miré al espejo, estaba roja y todavía lloraba. Ahora ya no tenía que esconder nada, así que me tiré a la cama y lloré hasta que me cansé.<br />Prendí la compu y me metí en el twitter, era lo que siempre hacia cuando me sentía sola, leer las idioteces que todos escribían; cualquier cosa que no me gustaba y me ponía a pelear con gente que ni siquiera conocía. Andrés había twiteado diciendo:<br />-@LassoMusica: Lo siento estoy desaparecido porque casi no hay señal.<br />Y todas las niñitas que lo amaban se ponían: te extrañaba, la otra, dedícame una canción. Las odié a todas, no tenían derecho a escribirle. Me tenté en escribirle pero me aguanté las ganas y pensé: Isabel tienes que ser fuerte. Estuve toda la tarde pensando en lo que escribían, viendo las fotos de todo el mundo. Andrés tenía fotos con mucha gente. Todas las idiotas que le escribían, en su avatar tenían una foto con él.<br />Ya eran como las cuatro y mis papas no me llamaban, ni llegaban ni nada. Se olvidaron de mi pensé. Yo amo a mi familia, a mamá, a papá y a mis hermanas. La mayor vive en Inglaterra y la menor está con mis papas. Normalmente ellos vivían aquí en Mérida, pero cuando yo salí de quinto fueron a vivir a Caracas por un trabajo, por eso me quedé aquí a vivir en una casa cerca de la facultad y luego de un año ellos se fueron a los Estados Unidos, después de ellos estar allá solo me visitaron una vez. A mi hermana mayor Hope no la he visto en mucho tiempo, pero si he hablado con ella.<br />Mi celular estaba vibrando, lo sentía, pero no lo encontraba. Salté de la cama, moví las sabanas hasta que lo vi, sin ni si quiera ver quien era contesté.<br />-Aló?<br />-Hola hija ¿Cómo estás? – Era mamá :D<br />-Ma, hola chévere ¿Dónde están? – Mi emoción no era normal, pero había algo raro en ella - ¿Qué paso? – Le pregunté.<br />-Nada nada, todo bien.<br />-¿Cómo están todos? –pregunté rápido. ¿Será que había pasado algo?<br />-No, todos estamos bien, aquí está Sara y tu papito, con Hope hable hoy y está muy bien – Se quedó callada como por cinco segundos y dijo – Isa siéntate – Me senté en la cama, lo sabía algo no estaba bien – Tu papi y yo estuvimos hablando y pues…no creo que te podamos buscar – ya va ¿Qué? No entendía nada.<br />-Pero ¿Cómo? Ósea – no sabía que decir, ¿Cuánto iban a tardar? ¿Cuánto tiempo más iba a tener que esperar –entonces … ¿Cuándo vienen?<br />-Isa… bueno, tu papá y yo no te podemos buscar, creo que tienes que empezar a arreglártelas sola – ahí fue cuando entendí, me estaban abandonando, no iban a venir, así de sencillo, ya no me querían y no tenían sutileza ni siquiera para decírmelo. Yo debí de habérmelo imaginado, hace dos meses que no me depositaban pero había podido seguir por que siempre me sobraba, pero eso no iba a ser para siempre, eso se acabaría y no tendría plata, ¿Cómo me podían hacer eso? Yo, la persona más dependiente de todo este mundo, que casi ni siquiera sabía cruzar una calle sin que me gritaran los conductores. Me habían dejado aquí cerca de la facultad porque ni siquiera sabía llegar en buseta desde mi casa oficial que quedaba tan lejos y porque me daba mucho miedo estar viviendo sola. Y ahora drásticamente me dejan en total libertad. Yo no podía hablar y al parecer mi mamá tampoco. De repente me pasaron a Sara, ella estaba llorando.<br />-Isa no entiendo nada – al escucharla llorar yo también lo hice – No te quieren buscar.<br />-¿Por qué? –le dije.<br />-No lo sé, no me quieren decir nada –ella me decían algo que no le entendí entre sus lloros, yo no le decía nada, todo era como una pesadilla. Todo se escuchaba muy fuerte, hasta que todo se calmó.<br />Sara colgó o se cayó la llamada no lo sé. No entendía nada. Necesitaba hablar con Sara y tranquilizarla hasta que me contara todo con tranquilidad. Yo las llamaba pero el teléfono por el que me habían llamado era de otro lugar porque su cel no tenía para llamar al exterior, o eso era lo que me decían. Yo ya no sabía si todo lo que ellos me decían era 100% cierto, yo ya no confiaba en su palabra. Lo único que me quedaba era escribirle por twitter a Sara aunque ella casi no lo revisaba. Le mande como 10 dms, pero no me respondía.<br />Cerré la compu sin ni siquiera apagarla, ya eran como las doce de la noche, ya habían pasado trece horas de que Andrés se había ido. Era sorprendente pensar que esa misma mañana yo podía sonreír teniendo una esperanza de que había algo más.<br />El silencio mataba mis oídos. Prendí un equipo de sonido pequeñito que me había presado la anciana de abajo y puse el CD de Lasso, lo escuche, lloré y lo seguí escuchando. El CD dio vuelas y vueltas, las oí como unas mil veces, al menos escuchaba, escuchaba a alguien, escuchaba a él.<br />La voz de Andrés resonaba en mis oídos y así me dormí con ropa, encima de todas las cosas que había en mi cama. Eran como las cuatro, la música sonaba y la señora de abajo peleaba y gritaba o estaba soñando. Ya no sabía si estaba despierta o dormida, todo era oscuro y había tantas cosas en la cabeza que quería olvidar.<br />De la depresión de la despedida pasé a otra peor que nunca había sentido, era algo desesperante que no se lo deseo a nadie. Se fue la luz, era algo normal, en Mérida siempre se va. Siempre cuando se iba la luz me daba mucho miedo, entonces Andrés llegaba y prendía sus lámparas y nos poníamos a hablar las dos horas que se iba, así fuera tardísimo.<br />Pero esta vez él no estaba, ni yo tampoco sentía miedo; porque… ¿Miedo de que? ¿Había cosas peores de lo que sentía? No lo creo.<br />Amaneció, un pequeño sol me pegaba en la cara, ¿Qué hora seria? Busqué con las manos sin levantarme mi cel, eran las nueve. Abrí la computadora y lo intenté una vez más, pero no por dms le puse en mayúsculas<br />@SARAGT NECESITO QUE ME LLAMES YAA!<br />Puse la computadora a un lado y me cambié de posición. Las piernas me dolían, la barriga también, no me había dado cuenta que no comía desde el desayuno del día anterior.<br />Pasaron como diez minutos cuando mi celular empezó a vibrar, lo agarré era Andrés<br />-Aló? – apenas contesté la voz se me quebró<br />-Hola Isa – su voz –cuéntame ¿Qué pasó?... leí en twitter… no sé no me has escrito.<br />-An…- no podía contarlo empecé a llorar. En serio estaba haciendo mi más grande esfuerzo, pero no era suficiente para decirle ME ABANDONARON. Él me decía algo muy alto, pero mis lloros no me dejaban escuchar.<br />-Isa tranquilízate – o traté de respirar de tranquilizarme al menos para poder oír lo que él tenía para decir – Óyeme, escríbemelo, mándamelo escrito si no puedes hablar. ¿Me oyes? Escríbemelo. Isa ¿estás ahí?<br />-Aja –eso fue lo único que pude decir en toda la pequeña conversación.<br />“Yo creo en el bien, creo en el mal” se escuchaba la música todavía. Agarré la compu y le escribí un dm.<br />-Andrés mis papas me abandonaron.<br />Escribirlo y leerlo fue como entenderlo. Fue ahí cuando realmente capté por decirlo así. Estaba totalmente sola.<br />Se lo envié, quería que me respondiera ¡ya! Pero no lo hizo. Ahora si era mi fin.<br /><br />Andrés<br /></div><br /><div align="justify">Tenía que correr. Llamé a papá (no se lo podía decir a mamá ni a nadie más porque sabía que no aceptarían) él se había ido a trabajar, le conté todo, me dijo que no me podía acompañar, estaba full, pero no interfirió con que yo fuera.<br />Entré a mi cuarto agarré una maleta muy pequeña, le metí unas cuantas cosas y sin pensarlo dos veces bajé al estacionamiento, agarré mi carro (los buses salían era de noche, eso ya no era una opción) y empecé a darle lo más rápido que pude, eran las diez de la mañana, la vías estaban muy congestionadas, tardé mucho hasta que por fin pude agarrar carretera.<br />Iba lo más rápido que podía, pero al parecer todas las gandolas se les había ocurrido salir hoy, las pasaba pero Mérida me quedaba muy lejos y lo único que tenía en mente era un día cuando estábamos bajando juntos de clase hasta la casa cuando nos enteramos que una niña, bueno tenía unos veinticinco que vivía cerca de nuestra casa se había suicidado. Hablamos mucho sobre eso, pero hubo algo que no me gustó que ella dijera “Pero si no era feliz, tal vez fue mejor así” ¿Qué me estaba dando a entender con eso? ¿Qué si no era feliz acabaría con su vida? Eso no era así. Siempre había solución para cualquiera de los problemas con lo grande que fueran “No para todos” -me dijo ella. Yo le negué con la cabeza. Y además ella era muy nerviosa, ese día ella no pudo dormir y la tuve que acompañar toda la noche viendo televisión. También me acuerdo de un día que me la encontré sola en los pasillos de la facultad, estaba pálida y solo miraba un punto como hipnotizada. Me acerqué a ella. A un chamo de su salón le había dado un ataque epiléptico y ella estaba totalmente traumada, había sido la primera en salir corriendo del salón.<br />La abracé, no estaba seguro si ella sabía que yo estaba ahí, estaba totalmente ida en sus pensamientos. Luego de un rato todos empezaron a salir desesperados del salón, algunos gritaban y trataban de llamar a la ambulancia, el chamo no respondía. Isabel no hacia totalmente nada y le temblaba la mandíbula, si seguía así cuando llegara la ambulancia ella seria la que la iba a necesitar. La empecé a mover, ella llevaba un suéter muy grande que la estaba como asfixiando, pero estaba helada así que no sabía qué rayos hacer. Todos estaban en caos y las personas desesperadas tranquilizaban a las otras más desesperadas, hasta que salió alguien del salón y dijo que ya estaba mejor, que había reaccionado. Isa lo miró y como que despertó, también me abrazó. Las personas se tranquilizaron un poco y empezaron a comentar lo que había pasado.<br />Algunos miraban a Isabel y le decían “Isa tranquila, ya él está bien” ella solo los miraba. La ambulancia llegó luego de veinte minutos, si alguien se hubiera infartado ya estuviera muerto por la gran “rapidez” que tenía el servicio.<br />Entraron al salón, estuvieron unos cinco minutos llenando algunos papeles y lo sacaron caminando, ella al verlo me agarró más duro. “Ni siquiera tuvieron la decencia de llevarle el maletín” -me dijo Isabel en la noche una de las mil veces que lo recordó.<br />Ella no superaba las cosas, todo lo tenía guardado y lo revivía una y otra vez, se hacía daño a sí misma, pero ella era así.<br />Ya llevaba manejando unas cinco horas, eran exactamente las 2:30 pm, tenía hambre, pero no tenía tiempo para parar comer, me empezaba a sentir algo mal, algo mareado. Abrí la maleta mientras conducía y busqué unas galletas club social que había metido. Las traté de abrir sin soltar totalmente el volante, las comí y me acordé de algo: no le había dejado absolutamente nada de comida a Isabel, mi preocupación era cada vez mayor, yo solo había dejado de desayunar y de almorzar y ya me sentía mal, y, ahí estaba Isabel, a la que no le gustaba comer sola, sin saber cuánto tiempo llevaría sin hacerlo.<br />La gasolina bajaba muy rápidamente, así que apagué el aire acondicionado y bajé las ventanas de atrás. El aire entraba y me llegaba un olor muy rancio, lo que hizo acordarme del día de la lechosa. Era la despedida de una de las materias. Cada persona tenía que llevar algo para compartir y nosotros nos acordamos de esa tarea un día antes por la tarde, así que decidimos salir rápido a la panadería Sierra Nevada que nos quedaba cerca. Fuimos en mi carro para llegar antes, Isabel se moría de la risa porque apenas salimos y ya estábamos estacionándonos en la panadería, entramos y compramos una torta pequeña entre los dos porque no nos alcanzaba. A llegar a la casa hicimos un jugo de lechosa que no sabía nada bien porque iba con pepas y todo a Isa eso le daba mucha risa, tanta que me la pegó y no podíamos parar de reír, Al día siguiente ahí íbamos, súper orgullosos de que tuviéramos la tarea, nos pesaba mucho así que en carro otra vez. Yo tenía que conducir, ella no podía llevar las dos cosas así que decidimos poner la torta adelante para poder estar pendiente e Isa iba atrás con la jarra llena de ese sabroso jugo. Estábamos como por la mitad del camino cuando ella con una vocecita me dice:<br />-Andrés – yo la miré por el espejo retrovisor y le pregunté que qué pasaba y me dice:<br />-Se me derramó todo – yo frené y volteé, TODO el asiento de atrás estaba empapado y lleno del jugo anaranjado. -yo la miraba, me daba tanta risa y no podía parar, la hice pasar para adelante para que no se mojara toda. Me pidió unas mil veces disculpas, pero la verdad a mi no me importaba. Luego al día siguiente lo lavamos y nos mojamos más nosotros que el carro, ella se reía a carcajadas y se tiró al suelo y unos amigos de ella que vivían cerca pasaron y la miraban y eso a ella le dio mucha más risa, hasta que se ahogó y… más se rió.<br />Ya se había oscurecido y las luces de otros carros me pegaban en los ojos. Había una gasolinera en la entrada de El Vigía, así que paré y me bajé para abrirle al señor la puertita. Casi no podía caminar, mis piernas me dolían y las tenía tiesas. Llevaba muchísimo tiempo sin pararme.<br />Esperé a que se llenara todo el tanque, pensé: “nunca le respondí el mensaje a Isabel” agarré mi celular y no tenía casi señal, me moví un poco poniéndolo en diferentes posiciones a ver si la agarraba, el señor de la gasolina me miró y con un dedo me señaló un cartel, un celular tachado debajo del de un cigarro igualmente tachado. Dejé de intentarlo y lo metí en mi bolsillo, le pagué al señor 5bsf y arranqué nuevamente.<br />Mi cuerpo ya no daba más, la tensión del viaje era muy fuerte, pero ya estaba en la recta final. Sentía una preocupación tan grande, trataba de no pensar, de no pensar más allá de los hechos. La autopista estaba libre, así que aceleré muchísimo más, podía sentir la adrenalina en mis venas, revuelta con preocupación, desesperación y cansancio.<br />El tiempo pasaba, las luces me encandilaban, mis pensamientos me llegaban a la cabeza y me arrinconaban, en pocas palabras… me atacaban (hubiera dicho Isabel) eso me hizo sonreír y me di cuenta de cuánto tiempo llevaba sin hacerlo.<br />Y cuando menos los esperaba, cuando ya no podía más, vi la ciudad, había llegado. La ciudad estaba vacía, ya eran las 10:45, en las esquinas había carros parados con música y chamas y chamos bailaban y tomaban. Pasé por La Salle, el colegio en donde Isa había hecho el bachillerato, un día habíamos ido a visitarlo, ella lo extrañaba y lo único que hicimos fue ponernos a hablar con el cantinero Alonso, al parecer era lo único que ella extrañaba.<br />¿Cuántos años tendría Isabel? ¿Unos 17 ó 18? ¿Cómo podían abandonarla? Eso era muy raro, tenía que haber algo. Unas personas con corazón nunca podrían abandonar a una persona como ella, no sé tan… indefensa. En todo esto había algo raro.<br />Crucé en la esquina, me estacioné y sin pensarlo más me bajé del carro. Era extraño pensar que apenas ayer había estado aquí, eso me parecía tan… lejano.<br />Todo me temblaba, no sabía realmente si quería entrar, mi cabeza solo esperaba lo peor, toqué la puerta, yo ya no tenía llaves y nunca me había fijado que la puerta no tenía timbre. La toqué más fuerte, pero nadie me abría, me empecé a desesperar. ¿Por qué rayos la señora no me abría? Escuché algo, algo se acercaba. La manilla se movió, la puerta se abrió y la viejecita se vio. Tenía cara de enojada, traté de entrar y subir corriendo, pero ella me puso su delgado brazo interfiriendo mi paso.<br />-Llévatela de aquí –me dijo –. Toda la noche pasada tuvo una música súper alta y tuve que calarme todos sus estúpidos gemidos. Si no se hubiese cayado hace unas nueve horas la hubiera echado –cada vez alzaba más la voz, casi me lo decía gritando, mi corazón latía a millón ¿Cómo que callado? –sus padres no me han pagado la renta-. ¿Eso era lo único que le importaba? ¿Por eso no me dejaba pasar? Saqué la billetera y le di todo lo que tenía, eran como 600bsf que ni siquiera pagaba uno de los meses<br />-Yo luego le deposito lo que falta – le dije entregándoselo. La anciana por fin sacó el brazo que interponía mi regreso. Entré de una vez y empecé a correr por las escaleras lo más rápido que pude, al llegar a la última me detuve, me daba miedo lo que seguía, me aguanté de las paredes, no me sentía tan bien, me faltaba el aire y tenia taquicardia.<br />Tomé aire, agarré fuerzas y fui hacia el cuarto, no podía ser que después de tanto esfuerzo no pudiera seguir en el último momento.<br />Allí estaba ella, tumbada en la cama, pálida con unas ojeras negras con unos shorts y una franela, hasta los zapatos puestos y ni siquiera se movía. Estaba muy despeinada, no era como normalmente lo tenía, despeinado pero con su toque de ordenado, no, esta vez era diferente, toda ella era diferente.</div><br /><div align="justify"><br />Isabel </div><br /><div align="justify"><br />“Sé lo que vi hoy<br />No fue una ilusión<br />Fue tu felicidad enmascarada,<br />Vi tus labios hoy<br />Yo ya nada soy<br />Tus ojos claros<br />Como te extraño.<br /><br />Y ahora ya ves mi estado<br />Yo siempre te amé.”<br /><br />Seguía sonando la música, no sé cómo no se dañaba o se rayaba después de tantas veces escucharla ¿o será que ya no sonaba y me estaba volviendo loca?, no lo sé, ya no sabía cuándo dormía, cuándo vivía, cuándo despertaba o cuándo escuchaba música, pero la verdad ya no me importaba.<br />Me dolía la cabeza y me estresaba todo el pelo en la cara que casi no me dejaba ver, me quité todo el pelo de la cara y del cuello, me tenía como ahorcada. Pero de pronto algo me distrajo, había alguien en la puerta, me dio miedo, no podía ver bien, me senté de golpe y allí estaba Andrés, mirándome desde lejos, me paré encima de la cama y salí corriendo hacia él, él también se me acercó.<br />Lo abracé lo más fuerte que pude, ahora si no lo iba a soltar, no lo iba a dejar ir otra vez. No sabía si era un sueño, la realidad o estaba enloqueciendo, pero no me importaba, ahora estaba aquí.<br />Mis sentimientos estaban totalmente revueltos, la tristeza y la soledad máxima, con la mayor felicidad y sobretodo esperanza que podía haber. Me mordí la lengua para ver si era un sueño, porque la verdad no lo podía creer, no podía creer que entre tanta oscuridad y depresión hubiera un rayo de luz y de esperanza. No podía hablar porque lloraba, lloraba de felicidad y de tristeza.<br />Él me abrazaba cada vez más fuerte, después como de unos… cinco minutos ya estaba más tranquila.<br />-Estas aquí –le dije, o lo pensé, o lo susurré no lo sé. Nos soltamos y él me agarró la cara y me dijo:<br />-No creías que te iba a dejar aquí, ¿o sí? –la verdad es que sí, obvio que pensaba eso, ¿o tal vez en el fondo, muy en el fondo tenía la esperanza de que el volviera? Nunca me había puesto a pensar en eso porque, si mi familia me abandonó así de fácil, ¿Por qué rayos él no lo iba a hacer? Al parecer no era difícil dejarme, porque al final yo no era tan importante.<br />Era algo desechable por decirlo así, llegaban me conocían y luego cuando ya no me necesitaban me echaban, yo no les importaba. En cambio yo me quedaba hundida, extrañándolos, necesitándolos, cuando ellos no a mí. Era la historia de mi vida, me encariño muy rápido con las personas y luego ellos se van y me quedo sufriendo y tapando todo con una gran máscara.<br />-Supongo, pues al parecer es muy fácil deshacerse de mí –le respondí con un resoplido, y se me partió la voz. Él me miró, yo bajé la mirada, él me subió la cara como diciendo “mírame”, bueno así fue como yo lo interpreté.<br />-Escúchame, nunca vas a estar sola, ¿me oyes? – yo agarré aire para responder, pero él habló primero. –No, Isa es en serio, cualquier cosa que pase, para todo hay solución ok? Porque tú no estás sola – con lo ridículo que suene esas palabras me llegaron al corazón y se me puso la carne de gallina.<br />Pero solo tenía una pregunta en la cabeza.<br />-¿Qué voy a hacer?<br />-Qué VAMOS a hacer –me corrigió él, me soltó y dijo –Pues… recoger, vamos a empacar todo.<br />Entró a mi cuarto muy decidido, yo entré detrás de él.<br />-¿Dónde están las maletas? –me preguntó.<br />-Debajo de la cama –le dije. Él la sacó, la puso encima de la cama y empezamos a recoger. Él era súper práctico, agarraba los cajones y enteros los tiraba dentro de la maleta. La pregunta no me la había respondido totalmente, la verdad en nada pero y ¿qué seguía?“Gotas colman vasos, rayos de colorOlvidan reír, atardecer, libre del viento infelizYa no quiero recordar” No me había dado cuenta que la música estaba tan alta, la verdad estaba altísima. De reojo miré a Andrés, ¡Qué pena con él! ¿Qué iba a pensar viendo que su música estaba a todo volumen? Traté de hacerme la que no escuchaba; tenía que apagarla, pero al hacerlo se notaria demasiado y bueno ya, lo deje así.Recoger mi cuarto era mucho más rápido que el de él porque no tenía tantas cosas. Llenamos esa maleta, con ropa, cuadernos, cosas, de todo y ya estaba todo listo.El jaló la maleta, la puso de pie. -¿Lista? –me preguntó.-¿Y tú? –era él el que había viajado doce horas, pensé.-Claro –me dijo con cara de ¿qué?-¿Y no estás cansado? –me preocupaba mucho, tanto tiempo sin descansar, llegar y seguir viajando, era matador.-No, yo estoy bien –me dijo.Salimos de la habitación y bajamos, la viejita nos estaba esperando, Andrés me agarró por la espalda, ella levantó la mano, supuse que quería las llaves así que se las entregué. Andrés por detrás sacó la mano y abrió la puerta y me empujó para que saliera.-Chao –me despedí de la señora, ella no me respondió, si no que dijo:-Andrés, confío en ti –lo dijo con su tono duro de siempre ¿De qué rayos hablan? -pensé. Me volteé, pero Andrés no me dejó y me seguía empujando por detrás.<br />-Sí, no se preocupe. -le grito.<br />-Salimos, sentí un alivio grandísimo al dejar ese lugar.<br />Andrés metió mi maleta en la maletera. La de él que estaba en el puesto del copiloto la puse atrás y entré, él también lo hizo y arrancó.<br />Los dos estábamos callados, era como comenzar todo desde el principio, tenía muchas cosas que contarle, que preguntarle, que agradecerle, pero no podía decirle nada.<br />Él solo manejaba callado, de vez en cuando se rascaba la cabeza y me miraba de reojo. Apoyé la cabeza a la ventana y me quedé pensando y de repente me acordé de algo y no me aguanté y grité.<br />-¡Andrés! - él se asustó y me miró.<br />- ¿Que paso?-me dijo.<br />-SE ME QUEDO EL CD DE LASSO- le grité, teníamos que devolvernos, no era tanto íbamos por las tapias.<br />Él se rio y dijo:<br />-Hablas de Lasso como si no fuera yo.<br />-NO ANDRÉS TENEMOS QUE DEVOLVERNOS -le insistí, él me negó con la cabeza. -Por favor no podemos irnos sin él. Andrés yo lo necesito -casi le rogaba.<br />-No te parece no sé…no muy saludable escuchar tantas veces lo mismo -me dijo. Él tenía una cara rara, pero es que no lo podíamos dejar, era muy importante para mí.<br />-Andrés por favor -me puse fastidiosa.<br />-NO ISABEL, ¡NO VAMOS A VOLVER! –me gritó. Yo me callé, hubo un gran silencio en el carro, él nunca me había gritado. Me sentí mal, incomoda, el ambiente era tenso. Volví a apoyar la cabeza en el vidrio de la ventana.<br />Un suspiro se me salió sin más aviso, cortó el silencio, y no era de la manera que deseaba acabar con ese momento.<br />Andrés me miró, paramos en el semáforo del CC Millenium, él abrió el cajoncito (creo que se llama guantera) que estaba al frente de mi puesto.<br />Estaba lleno de sus CDs (guao era como un paraíso, no solo tenía el de él, tenía de todo) agarró uno y le quitó la envoltura lo abrió y con uno de sus mil marcadores que tenía en su puerta y escribió:<br />Isa<br />Necesito tu =)<br />Andrés<br /><br />Me lo entregó y me dijo:<br />-Y éste, está firmado por el autor -yo no sabía que decirle. -Sólo prométeme que no lo oirás más.<br />-Gracias -le dije. Lo cerré, era perfecto. La caja del mío estaba totalmente rayada y opaca; ésta relucía.<br />-Vamos Isa sonríe, en serio no quería gritarte, en serio lo siento -se disculpó.<br />Yo no dije nada, el silencio otra vez se apoderaba de nosotros. Hasta que le dije.<br />-A mamá le encantaba este CD - era cierto - cuando yo lo ponía me decía: “Ponlo más alto” y cantábamos juntas. A Sara también, su canción favorita era Carolina, se la pasaba cantándola todo el día. Una lágrima rodaba por mi cara, nuevamente estaba llorando, al parecer era lo único que sabía hacer últimamente.<br />-Isa lo siento -me puso una mano en la cabeza y con la otra conducía. -No debí gritarte -me quitó la lágrima que tenía.<br />El viaje fue bastante silencioso todo estaba tranquilo. Nos bajamos al baño en la alcabala. Eran como las 2:30am, mi cansancio era horrible y eso me hacía pensar en el más horriblemente cansancio que debería tener él.<br />-¿Estás bien? -le pregunté.<br />-¡Isa me despertaste! - lo dijo con tono de sorpresa, eso me dio mucha risa, él me vio reírme y también lo hizo.<br />-Si Isa estoy bien y ¿tú?<br />-Claro, pero…tu eres él que me preocupas, tantas horas sin descansar.<br />-Bueno, pues paremos en la próxima parada -se mordía el labio de abajo. -Pero créeme estoy mucho mejor que de ida. Al fin estamos otra vez juntos, no veía el momento en que llegara a Mérida –dijo- tu me despiertas ese instinto paterno –bromeó -yo me reí, él me picó el ojo.<br />Como a media hora nos paramos en uno de esos restaurantes de carretera, parecía una de esas películas de las vegas. Había bastante gente como para ser las tres y tanto de la mañana. Un mesonero de unos 25 años de edad nos atendió.<br />-¿Que desean? -nos preguntó.<br />-Dos hamburguesas -dijo Andrés. Ah eso era lo que siempre pedíamos en la facultad.<br />-¿Y usted que desea? -dijo mirándome, mi cara era como de ah? y Andrés lo miro y dijo:<br />-Bueno dos, una para ella y una para mí -el mesonero empezó a anotar. Andrés me hacía señas y me alzaba las cejas como diciendo ¡UPA! Yo me reía, el señor dejó de anotar y preguntó:<br />-¿Para beber?<br />-Una pepsi ¿y tú? -dijo Andrés.<br />-Sí también - el señor anotó y dijo que si quería algo más.<br />-Pues por ahora no -dijo Andrés.<br />La comida llegó como veinte minutos después, yo estaba como: “!oh comida al fin!”.<br />Comimos, como en cuatro mesas más allá había una pareja con sus hijas que nos miraban y se reían todas emocionadas, tenían unos 15, 16 años, luego se pararon y se nos estaban acercando, yo pateé a Andrés por debajo, él estaba como dormido, yo le hacía señas y él no me entendía, hasta que ellas llegaron, estaban muy emocionadas y nerviosas, se daban codazos la una a la otra, para que una de las dos comenzara a hablar. Andrés estaba en otro mundo y las miraba.<br />-Hola -dijo al fin una de ellas.<br />-Hola -le respondió Andrés, las niñas se emocionaron más.<br />-Lasso, somos tus fans -dijo la otra más emocionada aún. Él les sonrió. Ellas sacaron una servilleta que obviamente ya tenían preparada y le dijeron:<br />-¿Nos puedes dar tu autógrafo? -la mayor al fin lo había pedido. Él les dijo “claro” -ellas temblaban, los papás desde lejos se reían.<br />-¿Cuál es tu nombre?<br />-Eva -casi le gritó la mayor. Él escribió:<br />Para Eva con mucho cariño.<br />Buen provecho =D<br />Lasso<br /><br />Eva al leerlo se rió, las manos le temblaban.<br />-¿Y qué hacen aquí a esta hora? -le preguntó Andrés a ellas.<br />-Nuestro autobús paró aquí -dijo la más pequeña.<br />-Yo no me hubiera bajado -dijo él riéndose-, ni siquiera me daría cuenta que había parado. Estaría totalmente dormido -ellas se reían.<br />- Yo no me puedo dormir -dijo la menor.<br />Él extendió la mano para que la otra le diera la servilleta. Ella al darse cuenta que se la estaba pidiendo extendió la mano y casi me pega en la cara. Yo me asusté. Ella toda apenada me dijo “lo siento” yo me reí, ella se tranquilizó. Al fin llegó la servilleta a manos de Andrés y le preguntó cómo se llamaba.<br />-Samarripa<br />-¿Cómo? -dijo él.<br />-Me llamo Samanta pero todos me dicen Samarripa… ¿sabes? por lo de Monsters Inc,-yo me reí.<br />-¡Sí, yo la vi! -dije yo toda emocionada -Andrés se rió.<br />Para Samarripa!<br />Espero que puedas dormir un poco!<br />Con cariño.<br />Lasso<br />Ella se rio.<br />Eva sacó su cel y le dijo:<br />-¿Te puedes tomar una foto conmigo?<br />-¡Claro!<br />-Me dieron el celular. Primero Eva y Andrés, luego Samarripa y Andrés, luego Eva, Samarripa y Andrés, repeticiones porque mi bello pulso hacia que la foto saliera borrosa.<br />Hasta que contentas las niñas se fueron viendo las fotos y gritando por lo bajo.<br />-¿A qué persona le gusta que le digan Samarripa?-me dijo Andrés riendo.<br />-Samanta es más bonito -dije yo.<br />-¿En serio? -me dijo- Jajá ISABEL OBVIO -dijo riéndose.<br />Terminamos de comer, el cansancio se nos había caído encima, no tenía ganas de pararme, solo quería acostarme en la silla y dormir hasta que amaneciera. El tiempo pasó muy rápido, ya eran casi las 5 de la mañana y todavía estábamos ahí sentados hablando. Ya el lugar no estaba tan lleno. Los mesoneros estaban todos tras la barra limpiando las copas.<br />-Bueno Isa sigamos -dijo Andrés con cara de estar agotadísimo.<br />-Pero ¿si estás bien para seguir? -él se rió.<br />-¿Qué cara tendré?- me contestó.<br />-Es en serio -le dije- ¡yo conduzco! -él se pudo morir de la risa con eso.<br />-¿Si Isa? ¿Tú conduces? -decía riéndose -si en un estacionamiento, te volviste loca ¿cómo será aquí?<br />-No te burles -le reclamé.<br />-No me estoy burlando Isa -riéndose todavía.<br />Pagamos y salimos para el carro, conducimos y conducimos hasta que pudimos ver el amanecer. Hacía más frió que en toda la noche. Paramos para sacar unos suéteres de la maleta. Yo tenía pantalones cortos así que me estaba congelando.<br />Subimos las ventanas apagamos el aire, pero igual hacía mucho frío. Eran como las 8:00 cuando mis emociones volvieron a caer.<br />Mi celular estaba vibrando, y era una llamada del exterior. Yo miré a mi única compañía, a la que en ese momento quería más que nunca. Él me extendió la mano para que le pasara el celular, no lo pensé dos veces y se lo di. Él atendió mientras conducía.<br />-Aló? –todo mi cuerpo temblaba - Soy Andrés ¿cómo está? - Quería ponerlo en alta voz para saber que decía, ¿Por qué rayos no lo pensé antes? - Si, si está bien - ¿Que estaba bien? Hubo un gran momento de silencio, que tanto le contaba? -no, no lo necesito gracias, pero…- Andrés se entretuvo porque yo le hacía señas “pregúntale que como están todos” - este… si claro- yo le seguía insistiendo “pregúntale por Lila” -él me asintió con la cabeza – sí no se preocupe…sí está aquí –él se calló por un momento – este… y cómo están todos…Sara y Hope? -otro silencio - ¿y el señor? -Sí, creo que… - Mamá lo interrumpía – claro - Que estrés ¿qué tanto diría?, porque a mí no me había dicho mucho, prácticamente nada - ¿y Lila? - él se mordió los labios y hubo un gran silencio - no, no se preocupe – aaaaaah yo estaba gritando por dentro – no, no, bueno….está bien, chao saludos - y colgó.<br />-¿Qué te dijo? -salté.<br />-Pues no mucho - ¿cómo que no mucho? - que todo estaba bien, tus hermanas también y que tu papá ahorita estaba trabajando y Sara en el colegio.<br />-¿Eso fue lo que te dijo?<br />-Sí, claro.<br />-Pero hablaron mucho más que eso.<br />-Es que ella me repetía, que todo estaba bien, que cómo estabas tú, y que le alegraba que yo estuviese contigo.<br />-¿Y lila?<br />-Ella…bien, también - Había algo raro. Lo notaba en su cara no me había dicho todo. Me quedé callada pensando, tratando de cuadrar todo, no sé, no estaba conforme, cuando de repente caí en cuenta.<br />-Lila murió ¿verdad? -le dije bajito, él se mordió el labio y volteó a verme.<br />-Lo siento…no quería decírtelo, ella tampoco se atrevió a contártelo. En serio lo siento yo sé cuanto la querías. - Yo estaba en shock, Lila había sido la perrita más bella que había tenido en toda la existencia. No, pero no de físico. Ella era tan cariñosa, alegre, ella era tan fiel. Ella no me habría abandonado porque ella era PERFECTA. Cuando yo sentía miedo ella estaba ahí para mi, en todo momento, yo podría estar súper amargada pero ella siempre llegaba y con su carita lograba sacarme una sonrisa y la acariciaba y podía estar en eso toda la tarde. La iba a extrañar.<br />-¿Estás bien?-me preguntó- yo asentí con la cabeza. Cuando algo me animaba llegaba otra cosa a empujarme nuevamente para atrás. Pero ahí siempre estaba él, tratando de ayudarme, de animarme, de hacerme sentir mejor, por eso yo lo quería tanto, él siempre tenía algo bonito que decir.<br />El sol ya había salido totalmente, el día era hermoso.<br />-Tengo buenas y malas noticias, ¿cual quieres saber? -me preguntó Andrés.<br />-La mala -le respondí.<br />-Bueno pues… ni idea de donde estamos -dijo con una sonrisa. ¿Era en serio?- me dio mucha risa.<br />-¿Y la buena?-le pregunté.<br />- Ya verás -dijo.<br />Cruzó para un lugar donde la carretera estaba llena de tierra y estaba rodeada de monte.<br />El camino era largo y no había ningún carro cerca. Luego de un rato el camino se fue abriendo y a lo lejos se veía todo el océano.<br />Era hermoso, ya había gente en la playa y carros estacionados, llenos de cosas.<br />-¿Viste Isa? te prometí que algún día te llevaría a la playa.- Hacía mucho tiempo que él me lo había dicho pero en ese momento no le presté ninguna atención.<br />-Si no sabías dónde estabas cómo ¿llegaste hasta acá? -él se rió.<br />-Hay carteles por todas partes, y me acordé de lo que te había prometido y pues aquí estamos –yo me reí.<br />Se estacionó y bajamos, el aire era diferente, nos quitamos los suéteres porque ya no lo necesitábamos. Caminamos hasta la orilla, las olas eran blancas y el agua transparente.<br />El agua me ojo los zapatos así que ya no me importaba mojármelos, entre más al agua, Andrés también lo hizo y sin previo aviso él me salpicó toda la cara, yo me agaché agarré agua e hice lo mismo. Y sin darme cuenta, empezamos a mojarnos hasta quedar empapados, los ojos me ardían por la sal. Todo era tan cómico.El agua me llegaba por las rodillas, di un paso para atrás y había un hueco y me caí, fue horrible, Andrés metió la mano, me jaló y me paró, él se estaba muriendo de la risa, yo estaba empapada y medio ahogada, pero igual no podía parar de reír “¿Estás bien?” -me preguntaba, yo asentía con la cabeza, nos salimos del agua y nos tiramos en el suelo, toda la arena se me pegaba al cuerpo, pero ya no me podía parar, el cansancio que tenía era más poderoso y además después de un rato ya me empezaba a parecer hasta cómodo.No había un sol tan fuerte, si no como un resol y así poco a poco la ropa se me fue secando y la arena despegándose de mi piel y después de tanto tiempo pude dormir tranquila, descansé, cada uno de mis músculos se relajaron y todo era totalmente tranquilo. Miré para al lado y Andrés ya no estaba, yo estaba sola otra vez y de repente desperté y miré para al lado rápidamente. Andrés también me miró.-¿Qué pasó? –me preguntó.-Pensé que te habías ido –le dije. El extendió su brazo, me agarró la mano y entrelazo sus dedos con los míos.Volvimos a cerrar los ojos, después de un largo rato yo ya tenía la ropa totalmente seca.-Isa te estás quemando –me dijo Andrés levantándose y jalándome para que yo también lo hiciera.Todo mi cuerpo está rojo e hirviendo, sentí el presentimiento de que en la noche esto me iba a arder.“El resol es lo que quema” me decía papá todos los días que íbamos a la playa o a la piscina, yo nunca le creí y, allí me encontraba yo, toda quemada con una resolana.Caminamos por toda la playa y subimos una montaña. Desde la cima se veía toda la playa. Nos paramos en la punta, el aire nos volaba el pelo, Andrés me pasó su brazo por mis hombros, yo lo abracé, desde ahí veíamos todo el mundo, la inmensidad del océano, la perfección.Yo siempre le tuve miedo a las alturas y mucho más si estaba el mar por debajo, me daba tanto miedo, tanto terror.Pero ahora era diferente, mis temores ya no estaban y por fin podía ver lo hermosa que era la vida, sin ningún obstáculo que impidiera la felicidad, mi felicidad.</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">*La autora nació en Mérida, tiene 17 años, es estudiante de Diseño Gráfico en la Universidad de Los Andes. Esta es su primera publicación.</div></div>Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-54593413043300998392011-10-08T07:43:00.000-07:002011-10-08T08:02:55.233-07:00La «Cuarta escogencia» de un gran magma de apellido Cardozo<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiog6DlYQUppq0qJbOL_iDMXaWq2AwaVcx7gvtbfmn4mi9Kdz-3krvHS7zu4Fy58RJzloFgFdwkXV23voUwWKvnUbM2Uybbjai047SiArCZ-ssBQdDWF98xKNx3jOXf7_KWvQE9QmVrSUW2/s1600/Foto+del+Escritor_y_poeta_LUBIO_CARDOZO_y_su_libro.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5661136947486419058" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; WIDTH: 317px; CURSOR: hand; HEIGHT: 278px" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiog6DlYQUppq0qJbOL_iDMXaWq2AwaVcx7gvtbfmn4mi9Kdz-3krvHS7zu4Fy58RJzloFgFdwkXV23voUwWKvnUbM2Uybbjai047SiArCZ-ssBQdDWF98xKNx3jOXf7_KWvQE9QmVrSUW2/s320/Foto+del+Escritor_y_poeta_LUBIO_CARDOZO_y_su_libro.jpg" border="0" /></a><br /><br /><div>Alberto JIMÉNEZ URE [*]<br /><br />«<em>Se emparenta la poesía, por su naturaleza, por su entidad, desde una prudente distancia, con la ciencia, la religión, la filosofía, la música, mas sin lugar a dudas la poesía se desarrolla como ser absoluto</em>» (Lubio CARDOZO, en «La idea de la poesía», 2003)<br /><br />«<em>Que sólo</em> la infidelidad de la Literatura <em>en poder de impíos haya logrado abatirme y demoler mi quiescencia más que ciertas cibeles que haya nefasta y equívocamente amado, no me convierte, taxativamente, en misógino ni misántropo: si adoro a la </em>Escritura<em> es por estigmatizar a </em>Castalia<em>, que</em> Ella fue en el Principio de los Goces Mortales» (A.J. URE, en «Divas en Postales»)<br /><br /><br />Cuando, en <em>La cuarta escogencia</em>, Lubio CARDOZO (n. 1938) inicia lo que podría denominarse su máxima compilación personal de poemas con reflexiones en redor del <em>Summun de la Superbia</em> y <em>Sapientia Distincte</em> [1] llamada «Poesía», semeja a un notable como lo fue el provectísimo Octavio PAZ: quien enfadaría a los indoctos y borregos diciéndoles que (…) «el Teatro y la Épica son también fiestas, ceremonias. En la representación teatral, como en la recitación poética, el tiempo ordinario deja de fluir, cede el sitio al tiempo original» [2]<br /><br />El «limen» de los razonamientos de CARDOZO, preludio de un <em>gran magma</em> en <em>La Materia Poética</em>, fue obviamente escrito desde la soledad que nos impone una madurez intelectual y física sólo renunciables mediante el suicidio: al cual, dudo, él no depondría su <em>intelligentia</em>: «(…) Ante la inexpugnabilidad del cosmos y la expulsión definitiva de toda integración armónica en él por la vía de la razón empírica, no surgía otra potestad sino inventarle un universo alterno, un territorio de utopía, la comarca del vocablo preñado por la luz de la lámpara de la imaginación, y allí en ese mundo de voces el bardo pudo vivir, encarnaba la otra naturaleza, la inventada por él y dueño de ella» [3]<br /><br />¿A quiénes los seres menos «inhumanos» deberíamos dejar las meditaciones alrededor de la existencia sino a los hacedores que, como Lubio Cardozo, conceden al ejercicio poético la «Dignidad» de un asunto ya «no de Estado» o «Academia», sino de nuestra «Desdichada Humanidad»?<br /><br />La entrega del escritor a la <em>Filosofía</em> ha sido plena, de antigua data, y luce explícita en magníficos fragmentos: (…) «El orgullo satánico antes fue hidrógeno, helio, oxígeno. Las furias fueron óxidos de silicio y una nube circunsolar alegra la melancolía de los saturnianos, hijos del tráfago, de Belcebú y de la huesa» [4]<br /><br />En tiempos cuando conocí a Lubio Cardozo, en la Facultad de Humanidades de nuestra venerable y vetusta <em>Universidad de Los Andes</em>, el fervor por las Letras (y <em>Las Artes</em>, en general) se había internacionalizado y nos distinguió entre los intelectuales del <em>Mundo</em>. Pese al ruido mediático del la «Patología Política y Social Hampesca», que hoy pretende deformar la psiquis los venezolanos mediante <em>instrumentos letales</em>, e <em>ideales exhumados</em> de la <em>Escoria de la Historia</em> ante la percepción de los extranjeros, en la actualidad nuestra <em>Literatura</em> mantiene su majestad con escritores del talento y virtuosismo de hombres capaces de formular que (…) «Al compás de la sombra de una espada el forajido danzará veloz en el atardecer. La daga y los pies jugarán al ritmo del acecho y de la fuga, zig-zag en una dirección fija: el atropello sobre los planos donde él no está» [5]<br /><br />Hubo genios que se suicidaron, caso José Antonio RAMOS SUCRE, en rigurosidad pariente de Lubio CARDOZO, empero no fue a causa de admitirse o develarse «Sísifo», sino tal vez «Narciso»: (…) «Una forma casta, de origen celeste, depositaba en mis cabellos su beso glacial. Acudía a través de mi sueño de proscrito, a mi cama de piedras, fosa de Job, abismo de dolores de Leopardi…» [6]<br /><br />La melancolía, el desaliento, empero igual lo sacro que se aprecia en la prosa poética <em>lubiocardoziana</em> no prorrumpe para que su espíritu y el de otros sea demolido por la desesperanza o mezquino narcisismo implícito en actos que aventajan las decisiones del Pater Ocultus. El poeta Cardozo no simula aborrecerse para impactar mediante incisivos pensamientos, sino que, a mi parecer, nos «cuenta» cómo fue, es y sería lo que yo defino su «escisión física»: «Está frente a mi el ahora, movible e inmóvil. La necrópolis del ayer subyace, canta o grita su ya no ser ahora. Los anhelos, la esperanza, lo venidero, el fin, el albur del vientre del futuro, sólo, indefectiblemente, engendrará el ahora» [7]<br /><br />Distingue y separa a Lubio CARDOZO de otros intelectuales su portentoso empleo del «epilogismo» y «diégesis», en discursos <em>poéticos-narrativos</em> a los cuales tanto vertió sabiduría un magister de la <em>Literatura</em> como RAMOS SUCRE, y semejante a <em>Él </em>nos transfiere hacia la <em>Antigüedad Griega</em> cuando los creadores gustaron, según los casos, inferir: adular, perturbar, golpear a las mentes de los mediocres con «puestas en escena», avocarse a «cánticos épicos de bufones» en <em>platteas</em> y hasta lastimosas «versificaciones públicas de lega indigencia». Menciono algunos: Jenófanes de COLOFÓN (525 a. C: «A los dioses todo han atribuido Homero y Hesíodo/cuando entre humanos es causa de escarnio y reproche:/robar, cometer adulterio, y el mutuo engañarse». Y leamos a Semónides DE AMORGOS (630 A. c): «Ninguna cosa se lleva como botín un hombre/mejor que una buena mujer ni peor que una mula». Empero, finalmente, mi botín de lector es lo apodíctico que brilla en la <em>Cuarta escogencia</em> del admirable y talentoso docente universitario venezolano.<br /><br /><br /><em>NOTAS</em>.-<br /><br />[1] Que así, personalmente, sin disculpas y no exento de pendencia, dicto: «Suma de Soberbia y Sabiduría Distinta»<br /><br />[2] P. 229 de PAZ, Octavio: <em>El laberinto de la soledad</em> [Fondo de Cultura Económica, 1994)<br /><br />[3] P. 5 de CARDOZO, Lubio: <em>La cuarta escogencia</em> (Coedición entre «Mucuglifo», «Dirección de Cultura del Edo. Monagas» y el «CONAC», Mérida, 2006.<br /><br />[4] P. 41 de la ob. Cit.<br /><br />[5] P. 102, «Lascivoso», idem.<br /><br />[6] P. 63 de <em>Los aires del presagio</em>.- RAMOS SUCRE, José Antonio (Monte Ávila Editores, Caracas, 1976)<br /><br />[7] P. 318, supra.<br /><br />[*] UNIVERSIDAD DE LOS ANDES (jimenezure@hotmail.com/albertjure2009@gmail.com)</div>Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-79401481284814932542011-08-12T15:19:00.000-07:002011-08-12T15:29:42.676-07:00La paramnesia de intelectuales hostiles hacia El Nacional<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhdU5wNYdFGWD7xs05GdPMFk-KwByEWxBEZj1_7c8DNpj_X4e1fmbiCsqyxzxccOhkWkIq7WFV_8l5yIT_dwlOh0D4bS5536JAiziv0G94j-sG-w7FvpGbVWFFV9tIumnEg9Vq-7XREwDbR/s1600/A.+J.+URE...JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5640099949436468018" style="FLOAT: right; MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 103px; CURSOR: hand; HEIGHT: 185px" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhdU5wNYdFGWD7xs05GdPMFk-KwByEWxBEZj1_7c8DNpj_X4e1fmbiCsqyxzxccOhkWkIq7WFV_8l5yIT_dwlOh0D4bS5536JAiziv0G94j-sG-w7FvpGbVWFFV9tIumnEg9Vq-7XREwDbR/s320/A.+J.+URE...JPG" border="0" /></a>
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<br /><div>Alberto JIMÉNEZ URE [*]
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<br />«Durante el alba de su férrea y no sacra consolidación, toda Tiranía luce infalible y extermina moral o físicamente a opositores con la ilícita ventaja que a sus jefaturales da el monopolio que ejercen sobre tropas y mercenariado institucional: pero, igual tras el ejercicio abusivo y criminal del poder, la Historia dicta que culmina decapitada por sus disociados adherentes»
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<br />Era yo uno los jóvenes admitidos por Carlos Contramaestre y Salvador Garmendia en sus convites, dos escritores que a mitad de la Década de los Años 70 tenían estrechos vínculos con el diario El Nacional: con sus más importantes comunicadores sociales, intelectuales y artistas. Durante aquellos culturalmente intensos días, se realizaban numerosos «congresos» de hacedores en las principales regiones de Venezuela. Recuerdo que, por sugerencia de Contramaestre, Guillermo Besembel y José Montenegro, viajé con ellos a Maracay donde se realizaría uno de esos «encuentros» y donde conocí a varios muy promovidos por el citado diario capitalino. Citaré algunos: Luis Brito García, Pedro León Zapata, Ángel Rama, su esposa Martha Traba, Luis Alberto Crespo, Vìctor Valera Mora, Adriano González León, Caupolicán Ovalles y Earle Herrera.
<br />Recuerdo que Luis Brito García leyó una ponencia intitulada «La Cultura Adeca», nada incontrovertida. Minutos antes, Martha Traba me había invitado a sentarme a su lado porque le agradé. Al término del discurso de Brito García, le solicité intervenir y cuestioné que fustigase tan severamente a quienes ejercían el poder del mando mientras aceptaba que el gobierno nacional le pagara viáticos y pasajes para estar ahí. Me miró con «aires de superioridad», como solían hacerlo muchos de ellos cuando se topaban con los novísimos, para marcar distancia y reprocharnos, a la vez, nuestra comprensible iconoclasia. En el pódium, bajo una magníficamente construida y de estilo aborigen vivienda, lo flanqueaba Zapata quien le comentó algo a su amigo que mantenía fruncido su entrecejo. A Martha Traba le fascinó mi comentario, pero Contramaestre, que solía ser jefatural conmigo, me pidió platicar a solas. Reprochó mis palabras:
<br />«-Mira que se trata de Luis Brito García –infirió-. No seas cínico con él: es un intelectual revolucionario»
<br />Pocos años después, gracias al venerable Miguel Otero Silva, a mis admirados amigos Don Ramón J. Velásquez y Don Julio Barroeta Lara, comencé a publicar textos en la extinta Página A-4 Editorial y Crónicas de El Nacional. Fue un privilegio y una memorable experiencia para mí. En la sala de redacción de aquella vieja sede de Puerto Nuevo a Puerto Escondido, en El Silencio y «en respetuoso silencio» estuve varias veces presente cuando el notable novelista y fundador del diario, a quien todos expresábamos admiración y respeto, pronunciaba discursos que parecían «clases magistrales». Siempre vi a Earle Herrera y Luis Alberto Crespo allá, dos de los intelectuales que, junto con Luis Brito García, Juan Calzadilla, Gustavo Pereira y muchos más, hoy sufren «paramnesia» en nombre de una falaz revolución que ofende la honorabilidad de la familia Otero Castillo. Mucho y sin mesquindades los promovió El Nacional, empero, por mendrugos o espuria figuración, hoy comulgan con quienes han pisoteado la dignidad de prestigiosas mujeres venezolanas como Sofía Ímber y María Teresa Castillo.
<br />En pláticas que suelo tener con escritores que tienen menos edad que la mía, suelo afirmar que quienes fueron auténticos revolucionarios (como Alí Primera, el poeta y gaitero Ricardo Aguirre, Argenis Rodríguez, González León, Víctor Valera Mora, Garmendia, Oscar Guaramato, Barroeta Lara, Contramaestre, Juan Nuño, Ludovico Silva, Besembel, Rincón Gutiérrez, José Ramón Medina u Otero Silva) jamás habrían inclinado la cerviz frente a lo que yo defino en un libro como la Dictadura de Ultimomundano: impuesta por una codiciosa casta cívico-militar que infausta y letalmente socava el Tesoro Público de los ciudadanos venezolanos y la institucionalidad de la república. Algunos de los intelectuales y artistas que alcanzaron fama mediante El Nacional se mantienen corajudos y firmes frente a la neo-tiranía latinoamericana en boga: Pedro León Zapata, por ejemplo, Vasco Szinetar, Ramón Hernández, Roberto Giusti, José Pulido (…) Jamás los otros, los transformados en marxfalaces y verdugos de El Nacional, habían mostrado simpatía por gobiernos militaristas, salvo su cómoda adhesión a la presunta Revolución Cubana que tanto daño ha hecho en América Latina. Durante el alba de su férrea y no sacra consolidación, toda Tiranía luce infalible y extermina moral o físicamente a opositores con la ilícita ventaja que a sus jefaturales da el monopolio que ejercen sobre tropas y mercenariado institucional: pero, igual tras el ejercicio abusivo y criminal del poder, la Historia dicta que culmina decapitada por sus disociados adherentes.
<br />[*] UNIVERSIDAD DE LOS ANDES (jimenezure@hotmail.com/albertjure2009@gmail.com)
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<br />Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-8039890374730063402011-08-04T05:46:00.000-07:002011-08-04T08:01:59.452-07:00Borges: hombre y literatura<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgtUce7joM1Lgu_R_fuOod8e1F93-USEx6qatUbnI70pdpszAxTmMImVMu_3FqR4fO9-dx8hyphenhyphen7b8XzG5z5oqON0IwKgBYTSSPvvVG0kIQNnZZZNcfaghfEWt17gtFGA3NNDlEMlW4vC-jye/s1600/jorge_luis_borges.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 214px; FLOAT: right; HEIGHT: 320px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5636985142547489874" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgtUce7joM1Lgu_R_fuOod8e1F93-USEx6qatUbnI70pdpszAxTmMImVMu_3FqR4fO9-dx8hyphenhyphen7b8XzG5z5oqON0IwKgBYTSSPvvVG0kIQNnZZZNcfaghfEWt17gtFGA3NNDlEMlW4vC-jye/s320/jorge_luis_borges.jpg" /></a><br /><br /><br /><br /><div>Uno de los personajes de la literatura de todos los tiempos que mayor fascinación ejerce sobre mí es Jorge Luis Borges. Y no se trata precisamente de caer en los absolutos, como nunca lo he hecho con otros autores que también admiro, al autocalificarme de <em>borgiano</em>, sino de reconocer en este escritor latinoamericano una maestría y una universalidad en su obra como pocas en el ámbito de las letras de lengua española. Y como valor agregado a todo lo libresco que pueda connotar el apellido Borges, se une el hecho de una personalidad singular, exquisita, que en cada recodo de su atormentada existencia dejó caer una frase admirable, una ironía, un recuerdo, o un dato erudito, que de alguna manera marcan un antes y un después en el complejo (y a veces mezquino) mundo de la literatura hispanohablante. Acercarme a Borges ha sido en mi caso particular una verdadera escuela. Como autor he ido ensayando a lo largo del tiempo propuestas, corrientes y estilos, pero el toparme con Borges significó un punto de inflexión interesante en mi vida, que ha implicado en mi obra un aporte significativo al momento de deslastrarme de todo aquello que hace de la palabra impresa mera anécdota, sin un río de fondo que le confiera solidez y perdurabilidad en el inconciente colectivo. Me llama poderosamente la atención el halo metafísico de la propuesta <em>borgiana</em>, porque necesariamente conlleva implicación con lo inmanente del ser humano, así como también un punto de contacto con lo inverosímil para hacerse un todo; forma y fondo a la vez. En Borges hallamos ficción —al parecer, mera ficción—, pero al ser auscultado en su hondura deja aflorar (con extraña persistencia) laberintos, sueños, revelaciones y reiteraciones, que forman parte también de la experiencia de lo humano. Ficción por ficción es caer en la truculencia, en el vacío, en el mero espejismo que se hace forma y al mismo tiempo se desintegra en la nada. En el caso de Borges la ficción se entrecruza con la realidad al tocar con pasmosa sabiduría la médula de lo ineludiblemente fantasmal —que se hace invención y literatura en sus manos—, pero que sabemos subyace en cada uno de nosotros sin que conscientemente lo advirtamos. Logra el autor develar los intrincados mecanismos de la mente por la vía del absurdo, de lo paradójico y lo demencial, como estrategias y acicates para dejar al descubierto las costuras de una narrativa que —paradoja de paradojas— se hace autárquica y de una sola pieza en la medida en que más conocemos sus delgados hilos metafísicos y técnicos. En Borges el hombre y el literato se conjugan de manera perfecta para hacer de esa totalidad —por fortuna legada al papel y a la memoria de la humanidad—, una sola cosa. Borges es su literatura y al mismo tiempo su obra es fiel reflejo de su muy compleja y díscola personalidad. Cada poema, cada cuento, cada texto ensayístico <em>borgiano</em> (incluso los de su lejana juventud) reflejan en su dimensión estética y filosófica una búsqueda incansable de la perfección y del infinito, y ello se hace eterno al reconocernos todos en ese espejo de la perennidad y de la trascendencia de lo terreno. La obra de Jorge Luis Borges constituye —tal vez— una de las propuestas literarias más originales y extraordinarias en todo el ámbito de las letras universales de las últimas décadas. Esto implica para los lectores un inmenso reto —sin duda—, y para los escritores que estamos detrás una cantera inigualable de posibilidades estéticas.</div>Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-42984343132738534142011-02-02T12:43:00.000-08:002011-02-02T12:55:12.432-08:00En busca de Bolívar<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg-V7TgE23iQyeFdauiwV5ncPDSvg6gOMns26oVzzCZpT_epGvdowVWNYur01vBOG4Ds4q7cgqQN7VFvU39Z81Q6y7ILVAlCjtREgXwl0r3tTHWrnmisTyhdxjvvHnlbSU9j46SIjZqxCF1/s1600/William_Ospina_foto_cromos_ab_6_07.JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5569198247034321810" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; WIDTH: 217px; CURSOR: hand; HEIGHT: 187px" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg-V7TgE23iQyeFdauiwV5ncPDSvg6gOMns26oVzzCZpT_epGvdowVWNYur01vBOG4Ds4q7cgqQN7VFvU39Z81Q6y7ILVAlCjtREgXwl0r3tTHWrnmisTyhdxjvvHnlbSU9j46SIjZqxCF1/s320/William_Ospina_foto_cromos_ab_6_07.JPG" border="0" /></a><br /><div align="justify"><br /></div><blockquote></blockquote><div align="justify"><span style="font-family:trebuchet ms;"><br /><br /><br /><br /><br />Escribo con la piel todavía erizada por la emoción, conmovido aún por el reencuentro con el Libertador luego de haber finalizado la lectura del libro “En busca de Bolívar” (Grupo Editorial Norma, 2010), del escritor William Ospina, ganador del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos con su obra “El país de la canela”. He disfrutado tanto de la lectura de este libro como en sus días me extasié con “El general en su laberinto”, de Gabriel García Márquez, que narra los últimos días de Bolívar camino de San Pedro Alejandrino, y al cual he regresado una y otra vez en estos últimos veintidós años, repitiendo siempre el goce de la lectura.<br />En esta oportunidad le correspondió a otro colombiano, William Ospina, deslumbrante y talentoso narrador y ensayista, reconciliarnos con la figura de Simón Bolívar, y devolvernos al camino de la comprensión de su gigantesca obra como soldado, estadista, legislador, pensador y ciudadano. En lo particular, el libro de Ospina me reconcilia con una figura a la que se ha tergiversado en aras de un proyecto político hegemónico, desluciendo de manera aparatosa e injusta el inmenso legado de este ilustre caraqueño y latinoamericano, quien entregó su tranquilidad personal y sus bienes de fortuna a la causa de la independencia americana y por la unidad de varias naciones hermanas, que hoy está muy lejos de ser recuperada.<br />Echando mano del ensayo libre (deslastrado de citas y de autores) nos acerca el autor los episodios más emblemáticos en la vida de Bolívar, sin caer en lugares comunes y haciendo aportes que de alguna manera nos muestran a un héroe desde el ángulo de la admiración y del respeto, aunque exento de las normales ansias apologéticas de parte de quien descubre deslumbrado un nuevo rostro a un personaje, y desea mostrárselo al mundo. El Bolívar de Ospina no es el héroe acartonado e invencible de tantos otros autores, que de alguna manera pueblan nuestros manuales, sino la historia del hombre de talento en busca de un destino continental y planetario. Más que un hallazgo como ensayista y estudioso del tema, el autor nos presenta un texto en el que vamos descubriendo a la figura universal de un ser que no dio tregua a su cuerpo ni descanso a su espíritu en pos de un ideal libertario, que lo llevó a la más alta realización como militar y como estadista, pero sin escapar a un humano destino: inmensas tragedias personales, errores garrafales; decisiones que vistas bajo la lupa de nuestros tiempos, resultan abominables e inhumanas.<br />Contrario a lo que algunos podrían suponer, no es el deseo de William Ospina el desacralizar al personaje; todo lo contrario, utiliza poderosas herramientas estilísticas (capítulos breves y contundentes, un lenguaje rayano en lo poético y la extrema sencillez de la exposición), así como información apegada a los hechos históricos, para entregarnos al Bolívar épico, al gestor de la epopeya, al padre de varias naciones, al artífice de la Gran Colombia, en su más sólida imagen del más relevante personaje americano y una de las figuras universales de mayor peso de todos los tiempos. Por tratarse de un ensayo histórico, coteja el autor al Bolívar que nos desvela en sus páginas, con el personaje biografiado por Lynch o por Masur, o con el prosaicamente desfigurado por Marx, para mostrárnoslo íntegro, más fuerte y actual que nunca, paseándose por las calles de nuestras urbes buscando una razón para comenzar de nuevo con la tarea pendiente desde hace casi doscientos años.<br />“En busca de Bolívar” es —¿qué dudas caben?— el más original y hermoso homenaje que intelectual alguno haya hecho a Bolívar en los últimos años. Como bien lo expresa el editor es “una magnífica pieza literaria” (amén de un volumen impecablemente editado), que nos devuelve al Bolívar héroe y al Bolívar ciudadano en un momento crucial para su Venezuela natal y para la América Latina, que aún no despiertan de sus letargos y se empeñan en seguir transitando por los mismos errores. </span></div><div align="justify"><span style="font-family:Trebuchet MS;"></span> </div><div align="justify"><span style="font-family:Trebuchet MS;">Por: Ricardo Gil Otaiza</span></div><div align="justify"><span style="font-family:Trebuchet MS;"></span> </div><div align="justify"><span style="font-family:Trebuchet MS;">Imagen de William Ospina: tomada de la Web</span></div>Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-87450332764189666972010-08-19T05:03:00.000-07:002010-08-19T05:26:50.932-07:00Un nuevo libro en cierneRicardo Gil Otaiza<br /><br />Preparo un nuevo libro que lleva por título <strong>El papel contra el olvido</strong>, en el cual incluyo 64 ensayos y artículos publicados en diversos órganos divulgativos (periódicos y revistas) en el transcurso de los dos últimos años. Toma título de un texto en el que expreso mi opinión en torno a la "inminente" desaparición del libro tal y como lo conocemos, para dar paso definitivo a la página virtual. En todo caso -les adelanto- hasta ahora ningún soporte electrónico ha podido superar a la página de papel en su afán por preservar la memoria histórica y civilizatoria de la humanidad, y ello no deja de ser relevante.Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-6355194583182442492010-05-03T16:09:00.000-07:002010-05-07T06:45:31.293-07:00Cuentos de monte y culebraEl Consejo de Publicaciones de la Universidad de los Andes editó el año pasado <strong>Cuentos de monte y culebra</strong> bajo la coordinación de Ricardo Gil Otaiza y Alirio Pérez Lo Presti. Se trata de una antología de relatos breves de autores nacidos en la provincia venezolana, o que habiendo nacido en la capital han desarrollado su obra literaria en alguna ciudad o poblado del interior de la república. La iniciativa parte como respuesta a la falsa premisa literaria de que Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra. Se incluyen en el tomo 12 relatos:<br /><br />1.- <strong>Los dueños </strong>de Miguel Enrique Alonso (Caracas)<br />2.- <strong>En totumos </strong>de Margarita Belandria (Canaguá) <br />3.- <strong>Carta para un difunto </strong>de Ricardo Gil Otaiza (Mérida)<br />4.- <strong>El naufragio</strong> de Arturo Mora Morales (Tovar)<br />5.- <strong>Federico monta a un tren y conoce a los poetas muertos </strong>de Mariano Nava Contreras (Maracaibo)<br />6.-<strong>La guerra de zingg </strong>de Norberto José Olivar (Maracaibo)<br />7.-<strong>La verdadera historia de la perra caliente </strong>de Alirio Pérez Lo Presti (Mérida)<br />8.-<strong>No lisis, no listesis </strong>de José Pérez (El Tigre)<br />9.-<strong>Dos almas que en el mundo </strong>de Enrique Plata Ramírez (Maracaibo)<br />10.-<strong>Monólogo del ahorcado </strong>de Alberto Quero (Maracaibo)<br />11.-<strong>Una casa rara </strong>de Aixa Salas (Mérida)<br />12.-<strong>El derecho y el revés </strong>de Roger Vilain (Upata)<br /><br />Sin duda se trata de una estupenda oportunidad para acercarse a diversos autores y a un amplio espectro de propuestas narrativas, que nos permiten ampliar la visión en torno a lo que en nuestro país se está haciendo en materia de literatura. La selección fue cuidada, pensando en todos los detalles y en el universo lector nacional y del extranjero. La edición quedó impecable y ya está a la venta en las librerías del pais. Para pedidos también pueden contactar al Consejo de Publicaciones de la ULA a través del 0274-2712034.Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-72421970636019536182010-04-21T15:29:00.000-07:002010-04-21T15:59:58.874-07:00Los libros que he publicadoHace casi veinte años incursioné en el mundo de las letras. De más está decirles que la Universidad de Los Andes (mi Universidad) ha sido un punto de apoyo invalorable porque ha creído en lo que hago. Buena parte de mi producción en materia de libros ha sido editada por esta gran institución. Estos han sido hasta ahora los libros:<br /><br />"Espacio sin límite" (Novela, 1995).<br /><br />"Paraíso olvidado" (Cuentos, 1996).<br /><br />"Plantas usuales en la medicina popular venezolana" (Ciencia, 1997).<br /><br />"Corriente profunda" (Poesía, 1998).<br /><br />"Una línea indecisa" (Novela, 1999).<br /><br />"Breve diccionario de plantas medicinales" (Ciencia, 1999).<br /><br />"El otro lado de la pared" (Cuentos, 1999).<br /><br />"La universidad como proyecto de Estado" (Estudio, 2000).<br /><br />"Manual del vencedor" (Poesía, 2001).<br /><br />"Hombre solitario y otros relatos" (Cuentos, 2002).<br /><br />"Herbolario tradicional venezolano" (Ciencia en coautoría con Juan Carmona Arzola, 2003, 2005 y 2009).<br /><br />"En el tintero Vol. I" (Artículos y ensayos, 2004).<br /><br />"En el tintero Vol. II" (Artículos y ensayos, 2004).<br /><br />"Ser felices por siempre" (Ensayo, 2005).<br /><br />"Los libros todavía estaban allí" (Ensayos, 2006)<br /><br />"Perspectivas de la educación superior en un mundo globalizado" (Estudio, 2007).<br /><br />"Tulio Febres Cordero" (Biografía, 2007).<br /><br />"El extraño vicio de escribir" (Ensayos, 2008).<br /><br />"Cuentos de monte y culebra" (Antología en coautoría con Alirio Pérez Lo Presti, 2009).Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-92096076727251598482010-04-18T17:40:00.000-07:002010-08-18T18:39:55.018-07:00Mis nuevos librosQueridos lectores, ya están en las librerías casi todos mis nuevos títulos:<br /><br />"Breve diccionario del naturismo" (Divulgación. Los Libros de El Nacional, Caracas)<br /><br />"Tulio Febres Cordero. Genio y Figura" (Ensayos. Consejo de Publicaciones de la ULA, Mérida)<br /><br />"Tiempos complejos ¿Fin del método científico?" (Ensayo. Fondo Editorial de la APULA, Primer Premio de Ensayo, Mérida).<br /><br />"Trilogía de espectros (Cuentos. Fondo Editorial de la APULA, Primer Premio de Cuentos, Mérida).<br /><br />"Jiménez Ure ante la crítica gilotaiziana" (Ensayos. Aleph Universitaria, Mérida). En imprenta.<br /><br />"Cuentos antología personal" (Cuentos. Aleph Universitaria, Mérida). En imprenta<br /><br />"Universidad de Los Andes: fundación en tres actos y un epílogo" (Ensayo. Consejo de Publicaciones de la ULA, Mérida).<br /><br />"La impronta intercultural como arquetipo en el mundo de Tulio Febres Cordero" (Ensayo. Consejo de Publicaciones de la ULA, Mérida).<br /><br /><br />Notas:<br /><br />*Acaba de salir de la imprenta la segunda reimpresión del libro "Herbolario tradicional venezolano" en el que comparto honores con el Ing. Juan Carmona Arzola (Consejo de Publicaciones de la ULA, Mérida).Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-5713794906868676842010-04-17T11:58:00.000-07:002010-04-17T12:06:38.684-07:00La Literatura según el juicio de los intelectuales en Latinoamérica *(Textos extraídos de los archivos del Centro de Investigaciones Literarias de la Universidad de Bogotá)<br /><br />«La literatura es una de las formas de la Resistencia»<br />(Mempo GIARDINELLI)<br />«Acaso, ¿no es la Literatura la corrida de toros que algunos académicos de la Universidad de Los Andes me impidieron ver en la ciudad de Mérida»<br /> (Jorge Luis BORGES)<br />«Cuando me sentí propenso a cortejar a la más hermosa de las criaturas del mundo pensé en la Literatura y, por ello, le di forma de mujer»<br />(Rodolfo QUINTERO NOGUERA)<br />«Comencé a dudar que soy físicamente perceptible cuando insistentemente los investigadores, docentes y alumnos de las universidades me preguntaban qué es la Literatura»<br />Camilo José CELA)<br />«Ante el mundo, no es la Literatura sino la más fidedigna prueba de la superioridad de la Inteligencia Humana»<br />(Ricardo GIL OTAIZA)<br />«Al Gabo Jiménez Emán, mi amigo y narrador venezolano favorito, le he dicho que supe lo que era la Literatura cuando padecí mi primer delirium tremens y vi el rostro de Baco en el apartamento que ocupaba en Caracas el poeta y diplomático ecuatoriano Luis Suardías»<br />(Ludovico SILVA)<br />«No puedo pensar que la Literatura no sea mi propio Homenaje a la Necrofilia»<br />(Carlos CONTRAMAESTRE)<br />«Qué otro asunto puede ser la Literatura sino la irreverencia de quienes estamos proscritos»<br />(Renato RODRÍGUEZ)<br />«Sólo supe lo que significa la Literatura cuando puse por primera vez un pie en el estribo»<br />(Víctor VALERA MORA)<br />«Yo soy la naturaleza, la poesía y la vida»<br />(Alberto José PÉREZ)<br />«Estoy rigurosamente persuadido que la Literatura es uno de los beberes fundamentales de cualquier ciudadano con talento»<br />(Luis BARRERA LINARES)<br />«La Literatura es el pozo séptico de la Humanidad, empero también su odorífica emanación de enmienda. No estuve el día cuando en concilio el Demonio y Pater Supremus procrearon a la palabra, pero me plegué a ese hermoso engendro de la Inteligencia Suprema»<br />(Alberto JIMÉNEZ URE)<br />«Comprendí lo que es la Literatura cuando sentí la urgencia de asumir que el mundo tiene los pies de barro»<br />(Salvador GARMENDIA)<br />«Jorge Luis Borges me confesó que hasta el día que me conoció siempre creyó equivocadamente que Él era la Literatura»<br />(Harold ALVARADO TENORIO)<br />«No fui yo sino la Cofradía Docta de las Letras, Correspondiente a la Academia Venezolana de la Lengua, quien dictaminó que nadie puede entender lo que es la Literatura sino no me ha leído»<br />(Gabriel JIMÉNEZ EMÁN)<br />«No fue dictada por mi, sino por la jauría de dioses de la Antigêdad, esa hermosa dama a la cual adhiero y que llaman Literatura»<br />(Juan CALZADILLA)<br />«En una vieja casona colonial de la Ave. 3 de la ciudad de Mérida, yo leía a Henry Miller y bebía cerveza con mi primo Jiménez Ure cuando supe que la Literatura es la Primavera Negra de la Inteligencia»<br />(Ennio JIMÉNEZ EMÁN)<br />«La Literatura es obviamente la más perniciosa de las formas de la demencia que expresan quienes padecen del Síndrome del Intelectualismo Innato»<br />(Alirio PÉREZ LOPRESTI)<br />«La Literatura es el mejor recurso de la inteligencia que hallé para mostrarle mi genialidad al mundo»<br /> (César DÁVILA ANDRADE)<br />«No es tiempo de definir lo que es la Literatura, es tiempo de callar»<br /> (Hernando TRACK)<br />«Si discis, I am the face of the Literature: and, sapiens eris because nihil est to me acceptius»<br />(J. M. BRICEÑO GUERRERO)<br />«La Literatura es la historia mejor contada por los animales racionales del episcopado intelectual del mundo»<br />(Guillermo MORÓN)<br />(Ver CITIES, Abril 2010)<br /><br />* Texto suministrado por el escritor Alberto Jiménez UreRicardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-32615610049952859432010-02-01T14:35:00.000-08:002010-02-01T14:57:57.866-08:00El chico que leía a Borges poemas de amor<div align="justify"><span style="font-size:130%;">Ricardo Gil Otaiza </span></div><div align="justify"><br /> </div><div align="justify"><em>A Tomás Eloy Martínez, in memoriam</em></div><div align="justify"><em><br /></em><br />BEPPO, EL GATO SIAMÉS, pasaba la siesta y la noche completa sobre la colcha siempre blanca de la cama del poeta. Georgie no podía negarse a los ronroneos y amapuches de su viejo gato. Cada tarde, cuando Albertico hacía su aparición en el estrecho apartamento —que le servía de hogar y de estudio al escritor— y así ejercer su oficio de “lector de Georgie”, Beppo saltaba de la cama y salía a su encuentro para olfatearlo y decidir si podía o no entrar en la casa. </div><div align="justify"><br />Albertico ascendía las escaleras del edificio 994, con fachada de mármol rojo en la calle Maipú de Buenos Aires, y una vez ubicado en el sexto piso, pulsaba un par de veces el timbre. Al poco rato escuchaba unos pasos inseguros acercándose a la puerta. Entonces salía Beppo a su encuentro; detrás del gato, la figura ya un tanto desgarbada de Georgie (como solía llamarlo Leonor, su madre) le estiraba una mano fofa, débil (mano de escritor, pensaba Albertico), y luego le daba la espalda como señal de que lo siguiera. </div><div align="justify"><br />La penumbra inmovilizaba al chico por breves instantes. Poco a poco iba reconociendo el lugar, y entonces se percataba de que Georgie estaba ya sentado en el diván con la mirada ciega perdida en algún punto de un sueño lejano, impaciente por empezar con su sesión de lectura. Esa tarde, el chico decidió sorprender a Borges, y en lugar de leerle El Cuervo, de Edgar Allan Poe, que Georgie había seleccionado, comenzó a leer lentamente lo siguiente: “Señora muerte: no sea usted demasiado brusca / ni demasiado lenta. Haga su trabajo como / el fuego hace el suyo sobre el hierro en / la fragua, que destruye purificando en la / llama lo superfluo. O como el agua que canta / en la boca del ahogado”… Georgie, estupefacto, mandó detener la lectura con la mano, y se quedó largo rato pensativo, como regresando de su viaje a lo desconocido. Luego dijo: “Ese texto no es de Poe, pero me sorprende su tesitura, su suavidad, su ritmo cadencioso y exquisito. Vamos, vamos, continúa a ver si doy con el autor”. Albertico abrió el libro en otra página, y leyó: “Casi ciego. La tarde / amuralla el sonido / de antiguas puertas. Cierra / el corazón sus ojos de fresca resonancia. / Y apenas queda el tibio resplandor. / ¡Qué callado el mundo crece dentro!”. El chico miró a Georgie, y a pesar de la penumbra del recinto, pudo ver cómo de aquellos ojos ciegos, de luz amarilla, brotaban incontenibles las lágrimas. </div><div align="justify"><br />Albertico se quedó paralizado. Intentó articular palabra, y otra vez la mano extendida de Georgie le indicó el silencio. “José Ramón Medina, venezolano. Él es el autor de estos versos” —dijo Georgie a manera de susurro, con la autoridad que le otorgaban sus años y sus muchas lecturas.</div><div align="justify"><br />En medio del desorden de la biblioteca, Georgie impuso su propio orden. Luego de la siesta pedía que le llevaran una taza de té hasta el diván, y después daba comienzo a la tarea de revisar los libros. A veces hallaba billetes que había dejado entre sus páginas. El producto de esa selección se lo entregaba a Albertico y así ahorraban tiempo para las tareas pendientes. </div><div align="justify"><br />Georgie solía ir de paseo con Albertico por las calles aledañas a su edificio, y a veces hasta la plaza. A mitad de camino le pedía al chico que lo llevara hasta el Hotel Dorá, bastante cercano a su edificio, y ordenaba dos copas de helado. Ambos comían en silencio hasta que Borges comenzaba a recitar poemas de Kipling, de Góngora, de San Juan de la Cruz o de Lugones, y cuando ya se perfilaba la noche, pedía la cuenta y dejaba sobre la mesa un billete doblado, seguramente atesorado dentro de algún libro.</div><div align="justify"><br />Ya sentado en su desvaído sillón, en medio de la deliciosa penumbra de su apartamento, le pedía al chico que tomara lápiz y papel, y desde la quietud de su postura, comenzaba a dictar con lentitud cada palabra. Así, hasta que se quedaba dormido.</div><div align="justify"></div><div align="justify"><br />Leonor era la primera en despertar, ya que debido a su senectud tenía que usar la bacinilla varias veces en la madrugada. Aquella mañana Georgie despertó con sobresalto. “Algo le sucedió a Madre” —le dijo a Fany, la mucama, sollozando. “Anoche soñé con ella y en el sueño llegaba hasta mi cama a despedirse con un largo adiós”. Entraron en la habitación de Leonor y Georgie se sentó en la cama y le puso su oído sobre el pecho. Entonces comenzó a llorar desconsoladamente: “Madre ha muerto —dijo en inglés— su corazón está en silencio”. No paró de llorar durante varios días y decía en voz alta: “He quedado solo y ahora no sé qué va a ser de mi vida”. </div><div align="justify"><br /></div><div align="justify"></div><div align="justify">Lentamente el ritmo de trabajo se fue restableciendo. Todas las tardes, casi en el ocaso, llegaba Albertico, ascendía lentamente las escaleras del edificio 994, con fachada de mármol rojo en la calle Maipú de Buenos Aires, y una vez ubicado en el sexto piso, pulsaba un par de veces el timbre. Como siempre, Beppo lo recibía con su hocico escrutador. </div><div align="justify"><br /></div><div align="justify"></div><div align="justify">A medida que pasaba el tiempo, a Georgie le gustaba que Albertico le leyera poemas de amor. Decía sin rubor: “No te extrañés, chico, soy un pérfido y un sentimental empedernido, que después de viejo se acuerda de que existe el amor”. De inmediato se corregía: ¿Existe el amor? Ambos reían a gusto, tomaban té y comían las galletas que Fany elaboraba con esmero. </div><div align="justify"><br /></div><div align="justify"></div><div align="justify">A Pygmalion (la librería favorita de Borges en la que había conocido a Albertico) llegó el sobre procedente de Canadá. Cuando Albertico lo vio sobre el mostrador, no se atrevió a abrirlo. Estaba seguro de la respuesta: su solicitud de beca había sido rechazada. Lo metió dentro de un libro que le encargara Georgie. </div><div align="justify"><br /></div><div align="justify"></div><div align="justify">Esa misma tarde Albertico se enteró de la muerte de Beppo. El poeta lucía abatido, con inmensas ojeras, hundido hasta el fondo en su diván. Contrariamente a lo que supuso el chico, Georgie estaba dispuesto a trabajar. Entonces le entregó el libro. Cuando lo abrió se percató del sobre que estaba dentro. El chico le habló acerca del trámite en la universidad de Canadá, así como de la respuesta que suponía había recibido. “Che, nunca se sabe…” —susurró Georgie. El chico comenzó a leer y para su sorpresa era favorable. ¿Acaso no te alegra la noticia? —lo increpó el chico. “Ya la sabía” —respondió Georgie. Hubo entonces un largo silencio (sin que Albertico lo sospechara, de la universidad canadiense le habían escrito a Borges solicitándole referencias del aspirante. Georgie hizo redactar un informe sobre la capacidad e inteligencia de su escriba y lector). </div><div align="justify"><br /></div><div align="justify"></div><div align="justify"></div><div align="justify">En dos semanas Albertico tendría que partir.<br /><br />Del brazo de Fany llegó Georgie al aeropuerto. Llevaba puesto un traje elegante, una corbata a rayas y un sombrero que lo hacía parecer cantante porteño. Albertico lo vio y fue corriendo a su encuentro. Sin saludarlo siquiera, abrazó a Georgie y ambos no pudieron contener las lágrimas: “¡Qué llorones nos hemos puesto!” —ironizó el poeta. “No te pongás triste, che, cuando menos lo pensés estaré conferenciando con vos en la gélida Canadá”. Albertico le prometió promocionar sus libros y su figura, y Georgie se enojó muchísimo: “Tonterías, no se te ocurra semejante dislate —dijo con la voz quebrada por la emoción—, mi persona y mi obra somos eminentemente olvidables”.<br /><br />A partir del día siguiente, Georgie pidió a Fany que colgara un letrero en la puerta del edificio. A pesar de su negativa, la fiel mucama se vio obligada a hacerlo: </div><div align="justify"><br /></div><div align="justify"><em>Se busca un chico que lea a Borges poemas de amor<br /></em></div>Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-33298480949868276332009-07-11T19:08:00.000-07:002009-07-11T19:19:27.910-07:00Mis dos mundos de Sergio ChejfecRicardo Gil Otaiza<br /><br /><br /><br />No creo en azares ni en coincidencias. Considero, en todo caso, que hay chispazos del universo que nos ponen en el camino de algo o de alguien, y a partir de ese momento se desatan fuerzas desconocidas e inconmensurables, que nos empujan hacia un derrotero en particular. Con la lectura aún fresca de la novela El aire (Alfaguara, 2008), de Sergio Chejfec, uno de sus textos tempranos, quiso el propio autor —cuestión que agradezco— me acercara a la lectura de Mis dos mundos (Candaya, 2009), su más reciente incursión narrativa. Y aquí estoy, a pesar de todo: de lo tangible y de lo que no vemos, de lo real y lo imaginado; a pesar de esos mundos incomprensibles en los que las tibiezas del alma nos empujan hacia el abismo; ergo, hacia la negación del otro.<br />He venido siguiendo con interés la trayectoria literaria de Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), desde que vivía entre nosotros, y con el primer texto leído de su ya extensa obra, supe que se trataba de un autor de culto, al que por supuesto me sumé de inmediato. Créanme, amigos, a veces me he preguntado qué es lo que en realidad me atrae de los libros de Chejfec, y he llegado a la sorprendente conclusión de que ese “algo”, supongo que intangible, está asociado a algún circuito, a alguna neurona, a alguna sinapsis que desde lo más recóndito de mi ser pugna por el rompimiento de esquemas, por la trasgresión de las normas, por la no alienación a lo que impone el perverso y pervertido mercado editorial. Algunos de los que han leído mis textos sobre varios de los libros de Chejfec, me han preguntando con sorna: “¿si la obra de Chejfec es tan exquisita como lo propones con entusiasmo y reverencia, por qué no ha alcanzado la consagración que supuestamente se merece? “Porque es un autor de culto de un grupo de iniciados y afortunados (entre los que me incluyo)” —es lo único que he atinado a responder. Esta tarde agregaría sin rubor: “prefiero que continúe siendo un autor de culto”. Por supuesto, amigos, mi añadido no es nada altruista, y sí cargado —transijo— con el deseo de continuar disfrutando de uno de los mejores de nuestras letras, pero sin el divismo propio de quienes se creen dueños de la verdad y del mundo, y terminan traicionado sus propuestas. Sergio posee una pluma magnífica, pero por fortuna deslastrada del cretinismo que se ha apoderado de otras buenas plumas, de allí el encanto de sus libros y de su personalidad, derramada profusamente en cada una de sus páginas.<br />En Mis dos mundos hallo sin reservas las ansias de disolución del novelista, cuestión que he encontrado en sus otros libros. Sergio describe, detalla, se detiene en lo trivial, en lo minúsculo, y es reacio a contarnos una historia como tal, al mero estilo barroco —diría Alexis Márquez Rodríguez. Con este autor argentino se rompe la teoría vargasllosiana de la novela total, para alcanzar —porque no hay dudas que la alcanza— la esplendidez del relato desde el no-relato, la visión universal del hecho literario desde la sencillez de lo cotidiano e invisible para el ojo del común. Un escritor X, muy cerca de su cumpleaños, se echa a viajar por el Brasil. Está deseoso de caminar, de patear calles y parques. Otro en el lugar de Chejfec, no dejaría escapar la oportunidad de describir la sucesión de ricas imágenes y de experiencias, que un viaje hacia lo ignoto le depara a un mortal, mucho más tratándose de una “ciudad del sur” del exótico Brasil, porque sencillamente es muy atractivo para cualquier narrador. No obstante, Sergio planifica su viaje, constantemente chequea su mapa, patea calles, se interna en un parque y se detiene en el doble juego de avance y de rémora hacia su propia interioridad, hasta que inexorablemente cierra el volumen. Ese cotejo del mundo exterior y de su propio mundo, que vemos en ésta y en sus anteriores novelas, es lo que en definitiva posibilita recrearnos en sus páginas, vernos en el mismo espejo, auscultar nuestra experiencia hasta alcanzar la plenitud de lo narrado, que no es otra cosa sino la comprensión de la clave íntima y profunda que el libro trae consigo. Pretender una historia lineal, contable, narrable desde el lugar de siempre, no es posible con Chejfec, porque sencillamente sus textos buscan la conexión íntima entre su experiencia y la del lector, como mecanismo perfecto de identificación de lo humano como esencia de lo contado.<br />Chejfec no le habla en su novela al lector por la vía de la muy trillada conciencia, ni pulsa las teclas de lo sensorial como mecanismo rápido y seguro de respuesta y de gratitud de parte de quien lo sigue. El autor profundiza en donde anidan las más imperceptibles de las emociones, los más sutiles deseos, lo más intrincado de la extraña complejidad de nuestros pensamientos. En la medida en que el novelista construye su texto, en esa misma proporción el lector se percata de sus intenciones, y lo sigue en el juego. El lector toma conciencia de su papel de co-protagonista de la no-historia, y entonces se hace cómplice para establecer una simbiosis que, por desmesurada, no deja de ser necesaria para el avance y la construcción del texto. La no-linealidad —tal vez la antinovela— permite la reflexión, la quietud, la detención de los “sucesos”, que no son tales, sino meras excusas para no hilvanar una historia que, de darse por la vía de lo convencional, sería un dardo mortal para la propuesta literaria de su artífice.<br />Chejfec echa mano de escenas, de planos narrativos y de secuencias, que le permiten fijar la atención en aquello que le interesa. Y es en estos planos en los que el autor nos entrega las claves para la comprensión de sus intenciones. Geniales resultan en este sentido las páginas en las que se detiene a teorizar, a narrar, a filosofar (a no sé qué), en torno a los cisnes de juguete que están en el parque. Francamente, no he visto cosa semejante en otro autor contemporáneo (por allá, algunos acercamientos en varios de los libros de Vila-Matas, nos traen reminiscencias de lo que en este libro hace el argentino). En las narices del lector, Chejfec construye su universo literario y no le importa que lo descubran. Es más, su acción es deliberada cuando nos dice: “Aparte de lo ya descripto, me impresionó de ellos (se refiere a los cisnes de juguete) tanto su silencio como su disposición. Ambas cualidades pueden parecer fantasiosas, ya que no me engaño: uno debe activar la imaginación para asignar vida a estos cisnes”. Aquí, en este punto, y como en toda celada, deja Chejfec al descubierto su designio y nos hace caer de nuevo en el juego ficcional cuando agrega: “Sin embargo, pese a estar aquí como se dice estacionados, su faceta realista se confirmaba en el hecho de parecer preparados para moverse en cualquier momento”. Para decirlo de otra manera: en estas páginas se construye y se de-construye la obra, se erige y a la vez ser desarticula su andamiaje, en un juego perverso mediante el cual el narrador, inventor de ese mundo o universo paralelo, lúcido demiurgo, crea y destruye a la vez, en una sucesión vertiginosa de imágenes que nos impiden caer en el abismo y el ser devorados por el vacío argumental.<br />La maestría de Chejfec radica precisamente en su capacidad de fusión y disociación de mundos encontrados y comunicantes, de universos inconmensurables, que buscan con afán la disyunción y al mismo tiempo la complementariedad por la vía de la conjunción de esfuerzos. En Mis dos mundos, su arte y su ficción alcanzan una cima, que sin temor a exagerar marcará un antes y un después en su narrativa. Desde la primera persona del singular va Chejfec instaurando las coordenadas de su texto, sin importar a priori si ello conduce o no a algún destino. Él echa a andar liviano, sin mucho peso sobre sus hombros, y con gran paciencia y goce estético va lucubrando su discurso, va redondeando un “algo” (posiblemente un magma) aparentemente sin cuadratura, pero que termina atrapándonos en un espacio figurado, en el cual no son posibles las reglas de la razón, pero que sin ellas jamás se podría alcanzar la plenitud estética. Los ojos de un animal, la presencia silenciosa de una tortuga, la quietud de las aguas del parque, son tomados como argumentos por el autor para desde el “sinsentido” (propio de la existencia) estructurar esa “nada” que paradójicamente plena sus textos. Tal vez los lugares de Chejfec sean los lugares sin límites de otros autores, que no soportaron el peso de la liviandad del argumento, y que con desgano dejaron en el camino regadas sus intenciones y sus sueños. Los espacios de este autor no poseen linderos naturales, ni especificaciones físicas: habitan sin rubor alguno en la vacuidad de una ficción, que de pronto se nos convierten en una portentosa realidad y, por ende, en vida y en mera cotidianidad.<br />Chejfec posee el don de narrar desde la inconsistencia de lo minimalista, desde el detalle superfluo, desde la vacuidad de un éter delicioso y fútil; desde la realidad que en sus manos se descompone en un inmenso espectro de mundos, que se hacen uno solo, y que también desaparecen. Chejfec se detiene largo rato y analiza, fustiga, lucubra, desmonta, acaricia cada palabra y cada suceso, como si en ello se le fuera la vida, y entonces da el salto, avanza, bien desde el punto de partida precedente, bien desde otro ángulo, y luego regresa para atar los cabos que quedaron sueltos. Una técnica perfecta que le permite indagar con detalle, a veces con lupa, en esa interioridad que se hace vida y suceso desde lo minúsculo. Chejfec dialoga con su otro yo, piensa en voz alta, por breves instantes se mimetiza y se convierte en el otro; a veces se hace impersonal y toma distancia. Tal vez esta dinámica es lo que le insufla a sus textos una versatilidad impensable en los soliloquios, cuya tensa calma termina por echar por tierra la intención creadora y los fines teleológicos del libro como tal. Esta autarquía literaria —por llamarla de alguna manera— no tiene otro fin que el imprimirle a lo narrado el sello de lo perdurable, de lo eterno: de ese caminar continuo por mundos insondables, posiblemente poco transitados desde antes (por lo menos de este modo), que se hacen decisivos a la hora del saldo definitivo de sus narraciones.<br />Al igual que sus personajes, Chejfec es un caminante; tal vez —como todo escritor— un hacedor de la nada, que de pronto se hace trascendente y necesario en medio de su propio mundo. No otra cosa se puede atisbar desde sus páginas y reflexiones. Es por ello que en ese discurrir a lo largo de su extensa obra, lo podemos ver con su morral al hombro, indagando, abriendo trochas, hurgando en la desmesura de un universo argumental, que no es nada fácil ni cómodo (por lo menos desde mi perspectiva o desde lo epistémico de la teoría literaria), si nos percatamos que la “ausencia” de una historia como tal, con todos sus elementos y posibilidades, es algo equivalente a echarse al mar sin brújula. Chejfec y sus personajes se lanzan a la aventura de la ficción, y en ese discurrir lento —pero seguro— van —vamos— descubriendo, oteando el horizonte, indagando en el absurdo de la vida, pero augurando nuevos derroteros. Empero, en ese barco no están solos los personajes y su creador: los lectores nos hacemos parte de ese mundo, nos consustanciamos, nos amalgamamos, buscamos hacernos copartícipes de un destino incierto, que al término de la experiencia nos enriquece en lo humano, y definitivamente trasciende nuestra finitud.<br />A lo largo del libro se van desarrollando las claves para la comprensión del “todo” argumental, y es por esto que al final el mismo autor, a manera de corolario, cierra su participación aclarándonos el porqué de sus dos mundos, que nos lleva necesariamente a unos párrafos que se yerguen de pronto en su poética narrativa. Reconoce sin más la línea difusa e indecisa que se levanta entre ambos planos, como si de realidades paralelas se tratara. Es en este punto precisamente en el que Chejfec de-construye todo el entramado orquestado en el texto, en un intento didáctico que desdibuja por instantes la perfección alcanzada, sin lograr algo que pareciera en todo caso deliberado y perverso: su disolución. Sus dos mundos: “La inmovilidad, la espera y todas las situaciones relacionadas, por un lado, y las acciones y los intercambios con el prójimo, por el otro”, signan para siempre su destino. Sólo al cierre descubrimos que era necesaria su aclaratoria, ya que de lo contrario no se alcanzaría la plenitud intertextual al carecer ese “todo” del sentido literario buscado desde un comienzo. Nos enteramos de que el caminante —es decir el novelista— ha estado en la cuerda floja, ha intentado un vano equilibrio, ha luchado para hacer confluir dos mundos antagónicos y complementarios, para así intentar ver con claridad en el horizonte.<br />Nos dice Chejfec al final: “Mis dos mundos no estaban separados de manera pareja ni correlativa; tampoco un mundo permanecía en las sombras o en la intimidad como contracara del otro, del visible, quién sabe cuál”. Sus dos mundos, nuestros mundos, confluyen, se encuentran, y de manera invariable permanecen como una doble posibilidad, como la inmanencia postergada, como la batalla definitiva y cruel entre la realidad y la ficción. Más trágico aún: entre la vida y la muerte.Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-90828260571898733082009-03-22T16:54:00.000-07:002009-03-22T17:11:45.013-07:00El aireRICARDO GIL OTAIZA<br /><br /><br />Hace casi dos años tuve la grata oportunidad de presentar en la ciudad de Mérida la más reciente novela de Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), titulada Baroni: un viaje (Alfaguara, 2007). En ese momento describí detalladamente, en presencia del autor, las inmensas fortalezas de un texto sobrio, decantado, urdido desde “la diversidad de planos en un mismo espacio gravitacional, alcanzando una entropía y una atomización, sólo superadas por el oficio del autor y por los deseos urgentes de contar y de entregarnos las historias”. Cayó ahora en mis manos una de sus primeras novelas, reeditada en el 2008 por la misma casa, cuyo título —El aire— no nos sugiere mucho; es más, ni siquiera nos invita a adentrarnos en sus páginas.<br />Con las reticencias de siempre, abordé la lectura, y de entrada me sorprendió la ausencia de acción. La novela tiene la extraña particularidad de que no nos cuenta una historia como tal; sólo describe al personaje (de apellido Barroso) y a su entorno en una especie de regodeo argumental, en el que lentamente vamos siendo testigos del “desmontaje” vital del protagonista, a partir del abandono del cual es víctima por parte de Benavente, su esposa. Esta mera “noción” le sirve de excusa al novelista para ir desgranando con engañosa frialdad la cotidianidad de Barroso, su inacción, su desgano, que muy pronto deviene en fatalismo.<br />Como por arte de magia, teje Chejfec su exquisita red de un solipsismo extremo, profundo, en el cual lo único que cuenta es el yo interior, lo que piensa el personaje, su vida percibida desde su propia conciencia, y nos conduce ágilmente a través de su texto sin que notemos la no existencia de una trama; cuestión supuestamente medular en toda narración de largo aliento, que busque trascender la mera exposición fotográfica de una realidad presente o figurada.<br />Si como nos lo dice Mario Vargas Llosa en La orgía perpetua “al convertirse en escritura la realidad se hace mentira”, en El aire la realidad sufrida por Barroso vendría a constituirse —a partir de la escritura de Chejfec— en un cruel remedo de lo cotidiano, que termina por liquidar la esperanza del retorno a un pasado idílico, o el reacomodo de un presente signado por el fracaso y la frustración, y nos sumerge inexorablemente en la negación absoluta de la redención del personaje, al perderse en su propio laberinto de inconsistencias y al caer en su disolución emocional y física.<br />Barroso va cayendo paulatinamente en la oscuridad, y con él su ciudad. Percibimos atónitos a un Buenos Aires que se hace fantasmal, que se desdibuja, que va retornando —por un extraño mecanismo que ignoramos— a una etapa primigenia. De pronto Barroso se percata de que ya no puede comprar con dinero, sino que en los comercios sólo reciben vidrio que es llevado por los clientes y permutado por mercancía. De igual forma, de la noche a la mañana las terrazas de los edificios se van llenando de familias pudientes y de clase media, que han perdido todo y ahora tienen que conformarse a vivir como indigentes.<br /> Barroso y su mundo de relaciones se hace aire, se difumina en una suerte de desintegración que se hace lógica y hasta necesaria para la suerte del libro (a medida que nos adentramos en la conciencia del personaje), hasta caer abatidos por la insólita sensación de haber leído un magnífico texto, pero a la vez de no haber leído sencillamente nada.Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-41083869940603488502009-03-18T18:13:00.000-07:002009-03-18T18:17:55.451-07:00Entrevista con el escritor Alberto Jiménez Ure«Asocio el Nihilismo con masacres revolucionarias y me deprimo, porque en el mundo que habitamos numerosos perturbados mentales tienen, infaustamente, el Poder del Mando»<br /><br />Por NÉSTOR RIVERA URDANETA (*)<br /><br />Incluido en las principales antologías de cuentos que se han editado en Venezuela durante la transición de los Siglos XX-XXI, entre las cuales Narradores andinos contemporáneos [Fundarte, Caracas, 1980], El cuento en Mérida [Universidad de Los Andes, Mérida, 1985], La narrativa corta en el Zulia [Presidencia de la República, Caracas, 1987], Relatos venezolanos del Siglo XX [Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1988] Memoria y cuento [Pomaire, 1992], Recuento [ Editorial Fundarte, Caracas, 1994], Ficción mínima [Fundarte, Caracas, 1996 y El cuento breve en Venezuela, 2005].<br /><br />Escritor venezolano nacido en Tía Juana [Campo Petrolero del Edo. Zulia, 1952], publicó con Monte Ávila Latinoamericana Cuentos escogidos, con la Universidad de Costa Rica Abominables y con la Editorial Alfadil de Caracas Perversos [1995, 2002, 2004, trilogía de compilaciones antológicas personales de narraciones breves]. Espera por la aparición de su antología máxima de cuentos, intitulada Absurdos. Es autor de casi una decena de novelas, entre las que destacan Aberraciones, Adeptos, Dionisia, Facia, Desahuciados, Decapitados y Escorias.<br /><br />Sobre su obra se han escrito: del ensayista venezolano BÁEZ, Fernando: Aproximaciones a la Obra Literaria de Alberto Jiménez Ure [Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, 1991] Del argentino BENÍTEZ, Luis: El horror en la narrativa de Alberto Jiménez Ure [Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, 1996] Del venezolano LISCANO, Juan: Jiménez Ure a contracorriente [ALEPH universitaria, Universidad de Los Andes, 2008] De la costarricense MONTERO RODRÍGUEZ, Shirley:Tres visiones del discurso de la postmodernidad en Cuentos Abominables de Alberto Jiménez Ure: tiempo, espacio, erotismo y fiabilidad [ALEPH universitaria, Mérida, Venezuela, 2008] Del venezolano GIL OTAIZA, Ricardo: Jiménezure ante la crítica Gilotaiziana [ensayos, en proceso de publicación] y del venezolano PLATA RAMÍREZ, Enrique: Las fantasmagorías en Alberto Jiménez Ure [Formó parte de sus investigaciones durante la realización del Doctorado en Literatura Iberoamericana en la Universidad Complutense, Madrid. en proceso de publicación]. Tiene también volúmenes de poemas y apotegmas o aforismos [Lucubraciones, Luxfero, Revelaciones, Pensamientos profanos, Dictados contrarrevolucionarios, Epitafios, Pensamientos Dispersos, Pensamientos]<br /><br /><br />- ¿Qué te ha impulsado a plasmarte por escrito todo este tiempo?<br />-Desde mis días mis infantes, la praxis escritural ha sido mi único e insustituible instrumento para expresar mis bienaventuranzas y otras veces los terrores que experimento en esto que definimos existencia y de lo cual Albert Einstein dudó la víspera de su escisión. Siempre he vivido enclavado en mi modestísima fortaleza personal, sitiado por seres de otro u otros mundos que se transportan armados con catapultas y otras armas letales en heliópolis. Sus intenciones últimas conmigo todavía ignoro. Padezco, con frecuencia, «alucinaciones» e igual soy un «clariaudiente». Cualquier psiquiatra te dirá que soy un enfermo, empero no es cierto desde mi perspectiva intelectual. Sólo soy una persona con dones que pudieran ser padecimientos.<br />- ¿Qué mueve y arrastra tu ficción nihilista?<br />-El Nihilismo es una corriente filosófica. El extinto Lenin estuvo en desacuerdo con la actitud que asumieron, en su tiempo y en territorio Imperial-«Revolucionario» Soviético, quienes enfrentaban a la burguesía comunista que se había inevitablemente convertido en un influyente grupo de reaccionarios. Me inquieta que alguien piense que soy nihilista, porque el Nihilismo [del Latín nihil, «nada»] fue fundado por el alemán Friedrich H. Jacobi: ese que inspiraría a sectores de criminales durante la Revolución Francesa intelectualmente liderada por Maximilien De Robespierre. Los jacobinos, al principio aliados de Robespierre, propugnaban que se ajusticiara mediante la guillotina a los contrarrevolucionarios, pero fueron también decapitados. Sus cabezas rodaron, también la de Robespierre. Es cierto que en mis textos se advierte cierto repudio o asco hacia las acciones que cometemos los seres menos inhumanos, y que, en ocasiones, de modo explícito, he dicho que nuestra especie debe abolirse. Pero, podemos extinguirnos sin masacrarnos. Hay un sencillo método científico: la esterilidad inducida. No creo en revoluciones, en la infusión del terror en ningún país por ninguna causa o propósito. Las revoluciones jamás enmendarán ninguna injusticia u oprobio y siempre diseminarán, sin distinciones, cadáveres de culpables e inocentes. Mi nihilismo no puede vincularse a movimientos revolucionarios, sino a lo que estrictamente dicta la Lengua Sacra: a La Nada. Yo bogo por la desaparición no violenta de nuestra fracasada y cruel especie. Es imperativo, urgente, que el llamado «Agujero Negro» absorba a la materia y todo lo que implica su existencia.<br /><br /><br /> - ¿Cuáles recursos literarios te permiten expresar, cómodamente, la intención nihilista de la que te hablo en la pregunta anterior?<br />-He sido un fervoroso estudioso de la Filosofía, Literatura y de la Lengua Española que me place perturbar mediante neologismos y violaciones de su respetabilísima morfosintaxis de ecclesia. Mis recursos devienen de tales y venerables ascendentes.<br />-¿Qué te aleja del planteamiento reiterativo en tu obra? ¿Te reinventas constantemente o reconoces que caminas sobre tus propios pasos? –Esto te lo digo a propósito de que, durante las décadas de los 80 y 90, se dijo que tu estilo llenó vacíos literarios en el ámbito nacional.<br />-Me cuento entre los escritores obsesos. Decimos y a veces nos asustamos de nuestras confesiones o de cuanto hemos develado bajo catarsis, euforia, locura […] Entonces nos alejamos mediante la escritura de obras menos corrosivas. Me ha sucedido varias veces. Redacté la novela Facia, por ejemplo, cansado de tantas perversiones que pululaban en mi mente. Y Deus [enunciados poéticos] porque vi a mi Pater Supremum y le prometí que le dedicaría un libro. No me reinvento. Pero, no es discutible que en cada uno de mis libros esté mi impronta indeleble.<br />¿Consideras que existen otros precursores del «Nihilismo» en el actual panorama literario venezolano?<br />-No yerres, no soy precursor del Nihilismo en ningún lugar. Si fuese precursor de algún asunto en materia de creación, sería de lo que califico como Difemismo Literario. Mis escritos no suelen ser odoríficos. Asocio el Nihilismo con masacres revolucionarias y me deprimo, porque en el mundo que habitamos numerosos perturbados mentales tienen, infaustamente, el Poder del Mando y quieren revivir las cruentas abominaciones de los jacobinos y robespierrianos que abatieron a tantos inocentes durante la Revolución Francesa. También vinculo el Nihilismo con los [neo] nazifascistas y stalinistas. <br />¿Qué quiso decir Juan Liscano al afirmar que tu obra muestra «mensajes narrativos»? ¿Es lo mismo que «construir con ideas»?<br />-Entre Juan Liscano y yo hubo una verdadera comunión intelectual. Aun cuando no solía admitirlo con frecuencia para no lastimar a ciertos escritores con los cuales mantuvo buen trato y amistad, a Liscano le fastidiaba la literatura frívola y carente de profundidad. Su mente necesitaba ser conmovida, una fortísima sacudida. Él halló en mis novelas y enunciados «revelaciones» que a veces elogió y en otras ocasiones deploró. Recuerdo haberle dicho lo siguiente: «Soy, intelectualmente, la verdad en la contradicción. De Abraxas, su semejante» <br /><br />-Liscano también expresó que eres un «pensador nihilista disfrazado de literato». Calzadilla Arreaza aseguró que la tuya es una «literatura de la destrucción» y que, mediante una relación «caos-análisis» buscas «llevar la compleja realidad a sus mínimos elementos aleatorios para ir al encuentro de ti mismo, con marcado acercamiento a la muerte». Otros aseveran que en tu obra subyace un afán por depurarte, vindicarte mediante confesiones […]<br />-Poco tiempo antes de su muerte, Liscano sospechó que yo me había convertido en uno de los principales «ideólogos del satanismo» en la ciudad de Mérida. Me llamaba constantemente por teléfono, casi a la medianoche, inquieto, ofuscado por esa absurda creencia. Juan fue un intelectual cultísimo, extraordinario defensor y propulsor de mi obra literaria, pero pienso que sus miedos de procedencia religiosa comenzaron a confundirlo cuando su edad alcanzaba los 80 años. Ya leía poco y se dedicaba a prolongadas meditaciones. Quiso volverse un verdadero gnóstico, dejar de temerle a la muerte para entrar apaciblemente en ella. Me confesaba su lealtad y afecto hacia mi, su respeto por mi obra literaria, pero era comprensible que me prejuzgara. Mis libros fueron, gradualmente, transformándose en especie de armas letales para quienes se aferran ciegamente a quien también es mi Pater Supremum. Juan Liscano me dijo haber visto a Luxfero, lo cual no me produjo perplejidad porque el Demonio es uno de los toros con los cuales suelo lidiar.<br />-¿Es posible un futuro promisor para el Nihilismo y sus exponentes?<br />-Filosófica y políticamente, el Nihilismo siempre tendrá hacedores y adherentes: siempre tendrá «futuro» mientras no propugnemos la abolición científica de nuestra especie. El Nihilismo en el ámbito literario y el que trasciende a la palabra para santificar genocidios es inmanente al Ser Menos Inhumano.<br />-Cuando distorsionas la realidad pretendes: ¿Innovar? ¿Asquear al lector que pueda verse reflejado en tu trabajo? ¿Volcar algún malestar personal? ¿Dejar en evidencia tu talante inconformista?<br />-Qué pensarías de mi si pronuncio, Néstor, frases mías e inéditas como las que a continuación pronuncio: «Si no quieres ser lastimado por el maleante, tienes que parecertele» «Comete lentamente tus asesinatos o perversiones para que tenga sentido el desgaste físico y psíquico que te provocan esos actos» «Al criminal plugo dejar con vida a quien está destinado a ser su verdugo». Elige que pretendo […] Decide tu, porque yo sólo soy un escritor y jamás juez de mis reflexiones o ficciones.<br /><br /><br /><br />-El Nihilismo es, en esencia, una profunda reflexión y crítica a los sucesos del mundo. ¿Sería, entonces, tu literatura una crónica asqueada de tu tiempo, y, por ello, una inagotable y motivadora fuente para tu producción intelectual? ¿La narración de abominaciones no acerca tu literatura a la crónica periodística?<br />-Yo sólo escribo ficciones y me desahogo haciéndolo. Si semejan a «La Realidad»<br />o la trascienden, si la exacerban o superan, no depende de mi. Dejo los juicios respecto a mi estilo literario a ustedes, a quienes me interrogan por motivos periodísticos o académicos, a los críticos literarios, a los estudiosos de la Literatura, a mis lectores. Lo que parece cierto es que estoy en el mismo lugar donde están quienes, como yo, todavía respiran. Y si soy escritor mis textos deben estar infectados de eso que entendemos como «La Realidad».<br />-A partir del planteamiento anterior, ¿podría hablarse de paralelismo entre «Ficción Nihilista»-«Periodismo literario»?<br />-Si estamos y tenemos inteligencia, semejamos. Lo semejante no es simulación de lo paralelo o reflejo: es, sin ambages, lo idéntico. Es un razonamiento que adhiero a lo que defino Razón Inmutable.<br /><br />(*) Periodista egresado de la Universidad del Zulia y tesista de «Maestría en Literatura Hispanoaamericana» por la Universidad de Carabobo, Venezuela. La presente entrevista forma parte de su trabajo académico, basado en la obra literaria del escritor Alberto Jiménez Ure.<br /><br /> Texto suministrado por Alberto Jiménez UreRicardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-3547955369375851712008-09-12T17:59:00.000-07:002008-09-12T18:02:06.134-07:00Tulio Febres Cordero vindicado por Gil OtaizaPor Alberto JIMÉNEZ URE (*)<br /><br />Interesante la forma como el escritor Ricardo Gil Otaiza inicia su biografía de Don Tulio Febres Cordero [«Edición del Diario El Nacional», Caracas, 2008], mítico y emblemático intelectual venezolano de nacimiento decimonónico [1860]. Comienza por dejar explícito que fue «mortal», como nosotros, un hombre que experimentaría bienaventuranzas e infortunios. Que sería respetado, empero igual presa de la idéntica maledicencia que los hostiles Salieri –de todas las épocas- esputan contra inteligencias como la que tuvo Mozart: y a ello no puede calificarse como algo diferente a envidia, esa que, aun cuando no siempre lesiva, fijó su acepción última en los deseos del mediocre por desestimar o embasurar el talento de quien –sin aspavientos- lo exhibe:<br /><br />(…) «Si, altos y bajos tuvo la vida de Don Tulio» (…) «Paradójicamente, fue un incomprendido, un ser que tuvo que luchar contra la inmediatez de su entorno y de sus contemporáneos para erigir una obra que trascendió los límites de su tiempo histórico por acción de su mera persistencia vital» [Ob. cit. p. 14]<br /><br />Cuando comencé a leer la biografía que Ricardo redactó sobre nuestra Intelligentia Mater en Mérida, le confidencié a mi fraterno autor que su texto tenía propiedades semejantes a la «Física Cuántica»: me transportaba, en un claustromóvil de antimateria, hacia aquellos días. Me vi, me sentí y deambulé, cabizbajo y triste, por las calles que transitó Febres Cordero: fui su interlocutor fortuito, me inquietó su fragilidad corporal y lo tomé del brazo, en trance de admiración, para ayudarlo a pasar de una a otra acera hacia la Plaza del Prócer Principal.<br /><br />Y, eufórico, recordé mi arribo a Mérida, durante el alba de la «Década de los Años Setenta» [ya que en paz descanse, Siglo XX]. Era una ciudad fría, con una sierra feliz e ininterrumpidamente plagada de nieve, cobijada por la neblina y una sempiterna llovizna durante todo el año. En las paredes del centro de la ciudad se adhería el musgo, los enormes árboles de las plazas principales [Glorias Patrias y Bolívar] parecían gigantes de Otro Mundo, los líquenes descendían de sus ramajes y los helechos embellecían balcones y parcelas baldías. Pero, irrumpió lo que los heroicos ecologistas del Green Peace popularizaron con la expresión científica «recalentamiento global» y ya a Mérida no la estigmatiza esa, que me provocaba estupor, Sierra ad infinitum Nevada.<br /><br />Asevera el biógrafo y amigo que Don Tulio saboreó las mieles del triunfo social y literario. Aun cuando Mérida era casi una aldea, no exagera Gil Otaiza porque el éxito literario nunca ha estado realmente sujeto a la perversidad de eso que alguna vez impenitente Karl Marx calificaría como plusvalía, que siempre dictada por el entenebrado territorio del [mercado] materialismo: según el cual, valemos y somos exitosos proporcionalmente al cúmulo de próceres impresos que logramos, el poder que se nos confiera o la fama [académica, intelectual o de cualesquiera disciplina] que –de súbito- nos sobrevenga. Y, si de Literatura se trata, en la actualidad seremos triunfadores sólo por decisión de los miles o millones de lectores de esta sensación albertoisteiniana de existencia que la Multimedia y otros factores de la «Ciencia Postmoderna» han empequeñecido y de la probabilidad que nuestros libros impresos se conviertan en eso que llaman best seller [que muchos hipnotizados adquirientes ni siquiera saben qué significa en Inglés] para ocupar, sin ser leídos, los anaqueles de bibliotecas universitarias, públicas o privadas, y residencias de la presunta y siempre preterida «Clase Social Culta o Instruída».<br /><br />Presumo que los rasgos historicistas que tiene la obra más conocida de Febres Cordero, sus indagaciones en rededor de los mitos y leyendas del Estado Mérida y hasta las querellas por límites territoriales que lo mortificaban impulsaron a Ricardo Gil Otaiza a decir en la biografía que (…) «Su interés fue siempre impactar de manera positiva todo aquello que brotaba de su tierra como un manantial, y que podría llevarse al papel para ser eternizado» [Idem., p. 15].<br /><br />La evidente sensibilidad social de Don Tulio, explícita en la enjundiosa investigación que nos presenta Ricardo, impulsaría a Febres Cordero a preocuparse por asuntos que el propio biógrafo califica de «triviales o domésticos»: el comercio de la producción del café y cacao, el resguardo de la nombradía de de las plazas y lo que hoy nada de fatuo es: el inevitable y funesto destino de los ecosistemas en el planeta.<br /><br />Febres Cordero habitaba un pequeño enclave del mundo, de aquel que fue inmenso y hoy, por lo expuesto la víspera, se ha reducido. Los avances científicos y tecnológicos han transformado al planeta en una comarca. Pero, las tribulaciones de nuestra Intelligentia Mater están vigentes. Y Ricardo Gil Otaiza, con su admirable destreza de narrador que en alta estima guardo, infiere:<br /><br />(…) «Una larga avenida, que otrora estuviera vigilada por decenas de altísimos árboles, tal vez cipreses, que parecían callados centinelas apostados a la vera del camino, conduce al panteón familiar de los Febres Cordero, que se encuentra junto al de los Parra, donde yace el también eminente escritor, nacido en Mucuchíes, Pedro María Parra» [Ibídem., p. 19, del entretítulo «Cinco águilas blancas y un epitafio».<br /><br />Fue una decisión acertada del Gil Otaiza, talentoso merideño devenido en biógrafo de uno de un gran magma de la intelectualidad regional, abordar ciertos aspectos de cuanto fue la vida íntima del insigne Don Tulio Febres Cordero [cuyo memorable nombre luce esa imponente obra ordenada por nuestro querido amigo, escritor y Gobernador Magnífico Jesús Rondón Nucete: el principal Centro Cultural de la capital del Estado Mérida]. Nombre que igual lleva la tan numerosas veces protagónica avenida donde más tarde se construyeron las facultades de Medicina e Ingeniería de la Universidad de Los Andes, y que históricamente registra los no siempre lícitos reclamos estudiantiles, desfiles carnavalescos y otros eventos.<br /><br />Nuestro Pater intelectual experimentó la muerte prematura de su primogénita, Ana Josefa. El hacedor se deprimió profundamente, y se sumergió en la pena y reflexión alrededor los infaustos sucesos que la existencia puede deparar a cualquier Ser Humano, porque nadie espera o anhela que la vida lo lastime y aflija tan cruelmente:<br /><br />(…) «El escritor entra en una dura fase de introspección y de análisis de su vida familiar, y al sobreponerse de la conmoción logra escribir un hermoso texto que intituló Siempre en blanco, que representa una especie de vitrina a través de la cual Don Tulio se expone, se desnuda, abre su corazón y deja que broten todos sus sentimientos que a lo largo de la vida de la hija había anidado en lo más profundo de su yo interior» [p. 79 de «La intimidad de su tragedia personal»]<br /><br />Ricardo Gil Otaiza da suma relevancia, en el entretítulo ¡Me amabas tanto! [p.p. 115-121], a episodios matrimoniales del escritor. Aparte de reputado ciudadano, su relación conyugal era, y no exagero, ejemplar. Lo cual no es frecuente entre quienes transitamos el camino de las Letras, en el curso de las postrimerías de la Presencia Humana durante la Era del Tedeum Expansivo de una Humanidad Agónica, en los tiempos del imperio de fenomenologías como el Feminismo, la Desihibición Sexual, Informática, Multimedia, la Magia de lo Satelital y la Exploración Estratosférica de los parientes de la Tierra que procreó el Big Bang. Don Tulio y Teresa de Febres Cordero se prodigaron un intensísimo amor. Cuando ella muere [1883], dejó impreso su doloroso testimonio de inquebrantable fidelidad: (…) «Aun te siento en mi mismo; estrechamente abrazada a mi espíritu, apurando conmigo, en la misma copa, la gran amargura de la orfandad en que quedan nuestros hijos» [fragmento citado por el biógrafo, p. 117]<br /><br />Gil Otaiza, quien incisiva e inteligentemente indagó sobre su vida, lo dice sobre el ulterior fallecimiento del auténtico Magister de una Literatura de inestimable legado para los venezolanos: (…) «Los merideños se apostaron aquella noche del 3 de Junio del año 1938 en los predios de la casona paterna, que servía de hogar al escritor merideño, y en la que había nacido, ubicada en la esquina del Centenario, en la Avenida 3 Independencia con calle 19 Cerrada, a cuatro cuadras de la Plaza Bolívar (…) No hubo una personalidad, o un simple hombre de pueblo que no se sintiera impelido a darle el último adiós a Don Tulio. Contaba con 78 años de edad cuanto expiró…» [Supra, p. 20]<br /><br />(*) Alberto JIMÉNEZ URE es novelista, cuentista y ensayista de la Universidad de Los Andes. Ex columnista de la Página A-4 [Editorial] de El Nacional durante la Década de los Años Setenta.Ricardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-40332736306763384992008-07-20T13:20:00.001-07:002008-07-20T19:29:35.258-07:00Dictados contrarrevolucionariosRICARDO GIL OTAIZA<br /><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-size:180%;">¿La profesión de fe de un narrador y poeta comprometido con la inmanencia de lo metafísico?<br /><br /></span><br /></span>Acercarse a un autor como Alberto Jiménez Ure (Tía Juana, Estado Zulia, 1952) no resulta nada fácil, sobre todo si se considera la inmensa carga freudiana que traen sus textos, ya sean narrativos o poéticos. En Dictados contrarrevolucionarios (Ediciones del Rectorado de la ULA, 2008), su nueva entrega, se nos presenta como un autor maduro, conocedor de los más recónditos espacios de la psique y de la vida, que intenta desmembrar, en sus elementos fundantes, a una civilización asqueada, podrida, que en su día a día vertiginoso desincorpora del hombre aquello que más lo aproxima a la humanidad: “su propia dignidad”.<br />Hallamos en esta nueva entrega a un poeta y a un intelectual de regreso de los caminos de la existencia, que trae consigo una inmensa carga de angustia así como jirones de esperanzas para compartir con quienes deseen escucharlo. Percibimos a un creador que intenta —¿en vano?— abrir espacios para la inteligencia, en medio de la huída de la certeza que nos regala el presente siglo. Su discurso lo acerca al narrador y ensayista judío Amos Oz, en su doloroso libro de conferencias titulado Contra el fanatismo (Siruela, 2005), cuando nos dice que los hombres contemporáneos hemos perdido las tres grandes certezas del hombre decimonónico: el saber dónde iba a vivir, que iba a hacer para vivir y adónde iría una vez que lo alcanzara la muerte. Tal vez Jiménez Ure busque de manera desesperada hallar certezas metafísicas en donde reina el más burdo caos materialista, de allí sus dolorosos enunciados poéticos a través de los cuales intenta asirse a la existencia para no perder la cordura.<br />En este libro (difícil de encuadrar en género literario alguno: poemario, enunciados poéticos, reflexiones metafísicas, etc.) Jiménez Ure compone una amalgama casi perfecta de lo profano y lo sagrado, de lo que está a flor de piel y lo oculto, de lo sublime y lo abyecto, y deja explícitas sus profundas convicciones filosóficas y religiosas que lo acercan a la búsqueda atávica de lo infinito y lo perfecto, de lo inmortal y trascendente (a que aspiramos todos los seres humanos), y que sólo alcanzan quienes a través de la palabra dan el salto cualitativo hacia las dimensiones inasibles y perplejas de la poesía. Hallo en este punto conexión directa con su maestro y mentor, Juan Liscano, quien anduvo largo trecho de su vida tratando de darle sentido a tanto disparate: la pérdida sincrónica de un fin ontológico a la existencia humana; de allí su desazón intelectual, de allí su dolor poético.<br />Frente a la infamia, Jiménez Ure se yergue con el látigo de su incisiva poética para denunciar y denunciarse. Si bien toma del maniqueísmo intelectual la eterna batalla entre el bien y el mal, se percibe en cada texto a un poeta ávido de respuestas ante sus angustias existenciales, y más que soluciones que podrían ser remedo de una moraleja decimonónica y cursi, postula sus propios valores y los coteja ante un mundo presa de miseria y de muerte.<br />En Dictados contrarrevolucionarios hay una posición crítica ante una serie de circunstancias políticas y sociales (que hoy laceran la piel de nuestro país y de casi toda América Latina), que hacen de nuestros días una odisea de supervivencia y de permanencia histórica; pero ello no es obstáculo para el poeta, ya que se levanta ante las arbitrariedades y las injusticias con voz potente y esgrime, con la autoridad que le confiere sus claroscuros personales y su estatura intelectual, la bandera de una existencia en la que “no (le) apuran la muerte ni los deseos carnales”, y avanza sin titubeos hacia el autoconocimiento y la realización plena.<br />Encontramos en este nuevo libro a un Jiménez Ure que enfrenta con gallardía lo establecido, a tal punto de que podríamos afirmar que se trata de un libro contestatario, de denuncia, de enfrentamiento contra las elites de diversa naturaleza que pretenden ser las dueñas del mundo y sus riquezas. Percibimos a un poeta victorioso, que regresa de su propia guerra interior con la versión salvífica del género humano a través del poder de la palabra. Al mismo tiempo, queda en las páginas del poemario la sensación de un mea culpa que, mas que intentar su redención como hombre y como escritor, busca exorcizar los viejos fantasmas que han pretendido atenazar su intención en prosa y poesía a patrones o lugares comunes de aberración y de locura.<br />Empero, Jiménez Ure se declara autor de una poesía ajena a la academia y a las normas que, cual camisas de fuerza, sujetan a la creación a posiciones y realidades artificiales que tergiversan el hecho poético. Percibimos en el poemario una fuerte carga ontológica y metafísica, que dejan al descubierto a un ser desencantado frente a su realidad, pero que está consciente de su papel civilizatorio en medio de la barbarie personal y global. Es así como a lo largo de estas páginas Jiménez Ure lanza a cada instante gritos desesperados que le sirven de catarsis frente a su contexto y, a la vez, para medir sus fuerzas físicas y espirituales, así como para intentar comprender lo incomprensible e inaudito.<br />No obstante, a pesar de su desencanto personal, el autor opta por la vida, por la no agresión, por una paz fundada en la esencia metafísica que nos alcanza cuando nos abrimos a ella. En contra de sus mismos deseos —quizá—, el poeta profundiza como nunca en una espiritualidad basada en un equilibrio entre el Yo interior y el hacer mundano (y lo desborda), hasta exclamar con las manos sobre las escrituras: “Que los muertos entierren a los muertos y haré el amor”, como protesta airada ante la inminencia de la guerra y sus fatales consecuencias contra el Hombre y su mundo terreno.<br />Dios, sexo, amor, vida y paz, lucen en boca de Jiménez Ure como valores supremos, ante los cuales cae rendido para construir a partir de ellos una propuesta de calidad, que logra trascender los aspectos meramente estilísticos para adentrarse en los sustantivo de todo texto artístico, es decir, la universalidad. Dictados contrarrevolucionarios busca —y creo que lo alcanza— descifrar lo inasible e infinito de la terrible realidad que nos circunda, para acercarnos a la luz que nos permita salir airosos del caos y la entropía de un mundo que se niega a ser vivido a través del prisma de un humanismo que podría sanar sus profundas y viejas heridas.<br /><br />rigilo99@hotmail.comRicardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-20922727881481002722008-07-20T13:15:00.000-07:002008-07-20T19:28:34.894-07:00Textos del asombro y de la perplejidadRICARDO GIL OTAIZA<br /><br /><span style="font-size:180%;">Notas sobre “Jiménez Ure a contracorriente (Revelaciones íntimas a un outsider)”.<br /><br /></span><br />Fuera de las cartas cruzadas entre Alfonso Reyes de México y Mariano Picón Salas de Mérida (posteriormente compiladas y publicadas por Gregory Zambrano bajo el título: Odiseos sin reposo, Universidad Autónoma de Nuevo León de México y la Universidad de Los Andes de Venezuela, 2007), nos hallamos ante un libro raro, extraño, si se quiere casi inaudito en el ambiente literario latinoamericano: Jiménez Ure a Contracorriente. Revelaciones íntimas a un outsider, Ediciones Aleph Universitaria, Mérida-Venezuela, 2008. En él se insertan cartas, notas breves, sesudos ensayos literarios (y mucha intimidad), escritas y remitidas todas por el desaparecido poeta, ensayista y gran intelectual que fue Juan Liscano (Altagracia de Orituco, Estado Guárico, Venezuela, 1915, Caracas, Venezuela, 2001), al cuentista, novelista, poeta, ensayista, periodista y crítico merideño, nacido en Tía Juana del Estado Zulia, Venezuela (1952), que sigue siendo Alberto Jiménez Ure, durante 19 años de estrecha amistad personal y literaria entre ambos personajes (1978-1997).<br />Suele pensarse que entre personas que profesan un mismo credo o un mismo oficio prevalece la camaradería, la sinceridad, la honestidad y la ayuda desinteresada. Sin embargo, estos valores son grandes ausentes en aquellos espacios, más aún en medio del difícil contexto de las letras, en donde el “sálvese quien pueda” parece ser muchas veces el grito de guerra. Encontrarse, entonces, con textos donde uno grande de la literatura nacional reconoce sin empacho su admiración por la obra de un joven y prometedor escritor, que vive en la provincia, y que de paso se perfila como un poeta, narrador y pensador a contracorriente (casi un maldito), no es usual entre nosotros. Y eso es precisamente lo que más admiramos en estos textos del muy recordado Juan Liscano, dedicados a Alberto Jiménez Ure, que hoy nos regala Ediciones Aleph Universitaria (2008).<br />En la primera misiva enviada (Caracas, 27 de Junio de 1978) Juan Liscano hace su profesión de fe: declara que le gustan muchos de los relatos que ya Jiménez Ure había publicado en su libro Acarigua, escenario de espectros, que el avezado crítico ya había leído tiempo atrás. Agrega además: “Por fin un narrador venezolano que escapa del realismo, el populismo o la manía experimental”. No contento con tan clara declaración literaria agrega un comentario político —y comprometedor— “No estoy con el marxismo y su práctica política es una virtud”. Por otra parte, en esa misma carta Liscano le manifiesta a Jiménez Ure que ha de tomar un texto de su libro Diálogo con Dios para enviarlo a la revista Zona Franca y entregará los originales a Monte Ávila Editores. En otras palabras, esta primera carta marcará —a grandes rasgos— los elementos fundantes de la larga y fructífera amistad entre ambos personajes: literatura, política, sociedad e idealismo.<br />Ya en la segunda carta (Caracas, 11 de Marzo de 1979) se adentra Liscano en los pormenores literarios (en lo cual era un maestro) de las obras leídas y admiradas, huelga decir: Acarigua, escenario de espectros y Acertijos. En esta misiva deja el autor fluir su pluma para describir, detallar y reflexionar sobre el valor de los textos incluidos en ambos libros, expresando sin ambages sus opiniones —las más de las veces elogiosas—, sin dejar de lado la agudeza y la incisión que como crítico siempre le caracterizó. Hace gala de erudición en el tema literario, de un conocimiento profundo sobre la problemática de la narrativa venezolana y le desea a Jiménez Ure que “se logre y logre su propósito bien intuido por Calzadilla, en las breves palabras de exordio a Acertijos”, refiriéndose a que todo narrador debe alcanzar, no sólo el efecto “sorpresa” y un buen “tema” para contar, sino la perfección idiomática “que no constituye un obstáculo, sino una transparencia”.<br />En este mismo texto epistolar incluye Liscano críticas a obras de autores venezolanos de peso, como Salvador Garmendia, por ejemplo, y su relato El inquieto anacobero (publicado en el diario El Nacional), al que no vacila en calificar como “mediocre”. De Gallegos comenta: “después de su trilogía Doña Bárbara, Cantaclaro, y Canaima, se asustó de sus fantasmas interiores… Fuera de esos tres libros, lo demás es malo, malo”. Más adelante en el mismo texto, después de analizar someramente y criticar el contexto cultural y farandulero venezolano, agrega: “acepto el carácter minorista de la poesía, la poca recepción de la Literatura verdaderamente creativa o humanística, la marginalidad del verdadero creador”. Como se puede percibir, toda una declaración de principios que bien podrían erigirse en la base y en el sustento del oficio de escribir.<br />En un ensayo crítico titulado Acertijos y Jiménez Ure, en donde Liscano habla con acertado criterio en torno al libro Acertijos, señala algo que llama poderosamente la atención: “Hay escritores que tienden, desde jóvenes, a la madurez. Jiménez Ure es uno de ellos”. Reconozcamos que la frase anterior pertenece a uno de los más caros conocedores del panorama de la literatura venezolana de buena parte del siglo XX, y ello le confiere mayor peso a sus juicios, que buscan —de manera deliberada, ¿quién lo pone en duda?— insertar al joven escritor —como de hecho lo logra— en el cuadro de honor de los autores emergentes de ficción con mayor peso específico en el ámbito nacional. El padrinazgo, por decirlo de alguna manera, de Liscano a Jiménez Ure, se erige, pues, en ingente impulso a su carrera literaria y es el “responsable” (amén de su reconocido talento) de la enorme figuración que nuestro autor comienza a tener entonces dentro y fuera del país.<br />En el mismo ensayo crítico Liscano expresa más adelante: “(Jiménez Ure) aborda, desde una perspectiva fantástica, planteamientos filosóficos, existenciales, ontológicos, creando lo que el ya nombrado Calzadilla califica de “ficción conceptual”. En este punto de análisis literario hallamos un elemento vinculante entre la escritura de Jiménez Ure y los anhelos de trascendencia en la vida de Liscano, que con el correr del tiempo se harían esenciales en su cosmovisión y en su anhelo místico. Es decir, encuentra Liscano en los textos de nuestro autor vasos comunicantes con su propia búsqueda personal, lo que lo lleva a identificarse plenamente con su propuesta estética, y hacerla suya de inmediato. Lo fantástico no niega la trascendencia —de allí el error de percepción de algunos falsos críticos—, sólo le insufla visos que hacen de lo narrado expresión compleja y multidimensional de la vida humana y sus deseos de perpetuidad inmanente.<br />Al denostar frecuentemente Juan Liscano del afán realista de la literatura venezolana y aceptar como válida —desde el punto de vista estético y conceptual— la propuesta jimenezuriana, el viejo iconoclasta da un salto cualitativo en su comprensión del hecho literario como tal, y se adentra —tal vez sin saberlo, o deliberadamente, da igual— en los espesos bosques de una mirada de asombro y de perplejidad ante el derrumbe de lo establecido de la mano de un joven creador, de allí su aquiescencia y su abrazo igualmente apasionado a lo inusual, a lo antitético de su propuesta. A partir de entonces la visión liscaniana del texto narrativo y poético busca ir más allá de la forma, y se sumerge en aguas profundas donde no todos pueden ser invitados.<br />Admira Liscano en estos textos la capacidad de Jiménez Ure de descomponer el tiempo lineal, de ir y regresar, de fusionar pasado, presente y futuro en un mismo acto, de estar aquí y en otro espacio sin que se pierda la noción de lo leído; de sumergir a sus personajes en atmósferas psicológicas en donde el peso filosófico y moral no es un artilugio del esteta, sino esencia de lo contado. Su capacidad para fundir lo sagrado y lo profano, la precisión y la concisión de su escritura, su autenticidad y ascetismo, su ahora y su inmanencia en todo lo que atañe a la humana condición, su lanzarse permanentemente al abismo sin más certeza que su propia duda ante todo lo que lo rodea, son elementos claves frecuentemente exaltados por el viejo intelectual.<br />Es asombroso y ejemplarizante el permanente elogio por parte del maestro Liscano a la escritura de Jiménez Ure, y ese reconocer nuevos derroteros y esperanzas en sus textos. En carta remitida el 23 de Junio de 1985 expresa contundente: “Es heroico el esfuerzo que tú y algunos otros jóvenes hacen por sacar la narrativa del realismo, del historicismo, de la sociología”. Digo que es “asombroso” y “ejemplarizante”, porque no se trata de meros cumplidos, o de frases hechas para ganarse la aquiescencia del joven escritor; nace de la convicción profunda de estar frente a un creador que rompe esquemas, que se aleja ostensiblemente de lo estatuido, que busca en su prosa y en sus versos una perfección estilística y una densidad metafísica pocas veces vistas en autores venezolanos del siglo XX, fuera de voces extremas como la de un Ramos Sucre, por ejemplo, cuya limpieza literaria y profundidad ontológica son fuentes de encanto y de estudio aún en nuestros días. Sólo que en Jiménez Ure el realismo se aleja definitivamente y hace su entrada sin remilgos la ficción compleja, cuyo rico entramado sensorial y de lenguaje (permanentes neologismos y arcaísmos, entre otros elementos) atrae y repugna, eleva y humilla, enaltece los sentidos y la conciencia, o los sumerge indefectiblemente en las profundidades de lo desconocido.<br />Hallamos en estos textos epistolares a un Liscano humano, que establece con el joven escritor un vínculo de amistad que lo satisface y por ello decide retribuir la generosidad de aquél por la vía del intercambio literario, de la permanente lectura y crítica de sus textos, de confesiones personales en donde se nos muestra como el viejo literato que ve en el otro a un discípulo aventajado al que debe proteger ante su propio y desmesurado talento, y al que hay que seguir formando para que llegue a ser lo que se intuye como una semilla de inmensas posibilidades estéticas. Es tal la prodigalidad de juicio del maestro ante el discípulo, que le declara en la misma comunicación: “No abrigues el menor temor de que vaya a comprometer mi amistad tan espontánea y leal contigo porque no apruebe tu disconformidad y tus arremetidas contra tus colegas, por lo menos los que no te gustan. Más bien estoy escribiendo un largo trabajo sobre la Literatura Venezolana, para el “Círculo de Lectores”, y te voy a hacer justicia”.<br />A propósito de los Cuentos abominables Liscano le expresa a Jiménez Ure el 7 de Abril de 1991 lo siguiente: “Usted como yo, somos inteligencias literarias outsider”. Interesante esa declaración, porque nos muestra de manera categórica en dónde radica, pues, el vínculo, el vaso comunicante, el hijo conductor —por llamarlo de alguna manera— de la inusitada empatía intelectual entre ambos personajes. Liscano se reconoce en su propio espejo, se siente imagen especular de la figura de un joven iconoclasta en lo literario y en lo público, se identifica con este narrador “extraño”, fuera de lote, insólito, peculiar, atrevido, orgulloso, solitario; extranjero en su propia tierra.<br />Halla el viejo maestro la posibilidad de adentrarse en su propia poética narrativa, en su misma búsqueda, por la vía de dejarse seducir en lo literario por un creador —cuya obra en algún ensayo calificara de “maldita” e “irrespetuosa hacia la realidad”— que no buscó los caminos fáciles ni expeditos de las letras; todo lo contrario: decidió estar a contracorriente, de allí la fascinación ante su propuesta de parte de mentes lúcidas y expectantes como la de Liscano, que a pesar de haber declarado sin rubor y abiertamente: “Nadie puede disfrutar leyendo a Jiménez Ure”, se convierte en uno de sus incondicionales lectores y críticos.<br />Por la vía de lo dialógico encuentra el ya anciano maestro inspiración metafísica y valores espirituales, que “satisfacen” su búsqueda personal de un más allá, veamos lo que expresa en la misma carta: “lo escrito por gente como tú será tomado en cuenta como retrato fantaseado de una estación de vacío, tinieblas, desorden, aberración, idolatría del dinero y reversión de valores. Dios no tiene la culpa como tampoco tiene que ver directamente con la Creación”. Más adelante en una carta del 4 de Mayo de 1995 —y a propósito de este tema—, expresa Liscano: “da para pensar y morir tranquilo”.<br />Para cerrar su reflexión metafísica y trascendental leamos un fragmento de un curioso texto inserto en una carta de fecha 6 de Noviembre de 1997 (la última de la colección), donde Liscano diserta en torno al libro Revelaciones, y declara: “Satán no es sino ficción de la rebeldía de nuestra mente ante un mundo que parece regido por aquél. Pero cuando medito en Cristo, en San Francisco, en la madre Teresa de Calcuta, en José Gregorio Hernández, Satán desaparece y resplandece el Rey del Sufrimiento Humano en su cruz… Esa cruz crística me alumbrará. Lo espero. Hasta el final”. ´<br />Sí, fue hasta el final, ocurrido el 16 de Febrero de 2001. El hombre de letras, el crítico, el burócrata, la figura nacional y continental se sumergió en las profundas aguas de lo metafísico, de lo insondable. Nos quedan como legados sus textos poéticos, sus ensayos, sus agudas e incisivas reflexiones en torno al hecho literario, y todo ello lo describe en sus aspectos creativos e intelectuales. Pero estas cartas que hoy nos entrega Alberto Jiménez Ure, a través de Ediciones Aleph Universitaria, lo desnudan como al ser humano que fue, con todo ese espectro de altos y bajos que nos caracterizan, erigiéndose, pues, en fuentes primarias para la indagación literaria de un buen fragmento del portentoso siglo XX, que nos legó gran herencia, aunque —deberíamos transigir— inmensos desafíos…<br /><br />rigilo99@hotmail.comRicardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-9006498723565210709.post-78132672836627430702008-07-19T20:31:00.000-07:002008-07-20T19:24:22.902-07:00Apostillas a la Historia de un encargoRICARDO GIL OTAIZA<br /><br /><br /><br />De reciente salida al mercado iberoamericano, el libro Historia de un encargo: “La catira” de Camilo José Cela, del autor venezolano Gustavo Guerrero (actualmente residenciado en Francia), por cierto, Premio Anagrama de Ensayo (2008), resalta por su fuerza desmitificadora en torno a la figura del Nobel gallego, pero también por sus imprecisiones y erratas.<br />A través de un lenguaje sencillo el autor nos comenta los pormenores del escándalo suscitado en Venezuela en 1955, a raíz de la publicación de la novela La catira, encargo que le hiciera el gobierno del dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez, al para entonces ya connotado novelista Camilo José Cela. Cabe destacar que la “transacción” fue por un texto (cuya naturaleza fue decisión propia del autor) que versara sobre la denominada venezolanidad. Buscaba el gobierno del todavía recordado sátrapa, limpiar la imagen de un país hundido en la más inverosímil de las realidades, utilizando para ello la figura de un autor echado pa´lante, vehemente, cuya ambición —¿literaria?— nunca fue puesta en duda.<br />Llama poderosamente la atención el que la primera parte del libro carezca de una estructura o formato propio del género ensayístico, acercándolo sin vacilación al estudio monográfico y, por qué no, a la tesis académica (posiblemente doctoral). Hallamos un afán documental, un hacerse (tal vez asirse) de papeles que soporten lo que más adelante se nos abrirá en una suerte de panoplia discursiva, en donde entran disímiles elementos: mucha subjetividad, descontextualización, obsolescencia argumental, mala interpretación de la realidad, pero sobre todo “morriña” (para decirlo al modo gallego) por el país dejado.<br />Busca Guerrero demostrar que en la configuración de ese “suceso” titulado La catira, entraron en juego muchos factores: políticos, sociales, culturales, literarios, y hasta biográficos. Sin duda, la citada novela causó en su tiempo un revuelo extraordinario, llegando incluso a poner en peligro las “buenas” relaciones bilaterales entre España y Venezuela. Empero, nadie ha ocultado jamás, ni siquiera el propio Cela (descarnado como lo fue), que la obra nació azuzada por la mente brillante de un Vallenilla Lanz hijo, cómplice, mentor, ideólogo y propulsor del régimen perezjimenista, en un afán por “elevar” al país —y por ende a su gobierno— a la cima de la comprensión e inserción universal de lo (falsamente) venezolano, por la vía expedita de la literatura. Es más, fue (y continúa siendo) vox pópuli que el novelista recibió una fuerte suma de dinero como adelanto por la escritura del texto, y que ello significó un buen empujón a sus desmirriadas arcas. Hasta aquí el ensayista no ha aportado nada nuevo a la discusión, no ha descubierto —por decirlo de alguna manera— el agua tibia.<br />Buena parte del libro se va perniciosamente en menudencias, en entretelones, en detalles superfluos (como el que Cela se fotografió a caballo a la usanza llanera y llevaba puesto un sombrero), en los diversos viajes del escritor a Venezuela en busca de información (que si le pagaron o no el pasaje, que si el avión era de hélices, que si regresó a España sin despedirse, que si tomó información prestada de autores venezolanos como Arturo Uslar Pietri, Gallegos, Meneses, etc.), en la descripción del denso entramado burocrático que lleva a Cela a entregar a la vindicta pública la esperada novela (la componenda política, el desafío del gallego a la sensibilidad de los venezolanos). Hace énfasis el ensayista, eso sí, en la pesada carga que implicó para el gallego el compilar frases, palabras, vocablos, modismos, y venezolanismos, para luego insertarlos (atinada o desacertadamente, eso es discutible) en su libro, que hoy es objeto —con derecho— de numerosos estudios filológicos.<br />Me parece que el ensayista desatina al intentar analizar la estructura de La catira, porque echa mano hoy (haciendo suyos los criterios de los acérrimos detractores de ayer, tanto del autor como de la obra) de visiones, posturas y paradigmas que para la época de su elucidación eran válidos. Por otra parte, el ensayista ignora por completo la naturaleza del género novelesco, intentando en vano descalificar a la obra por la vía de su no-correspondencia con la idiosincrasia nacional, dándole la espalda a la libertad de creación del autor. Soslaya Guerrero el hecho de que la novela es un género híbrido por excelencia, maleable, versátil, en donde se pueden incorporar elementos aparentemente antinómicos, y ello es perfectamente válido. La catira está ambientada en los llanos venezolanos —transijo—, pero eso no quiere decir que sea una fotografía de la realidad; tan sólo una representación, una aproximación, una recreación artística.<br />Como obra literaria La catira (o cualquier otro texto creativo), está exenta de dar respuesta a los denodados afanes nacionalistas, que desde los tiempos de Guzmán Blanco se instauraron como sacra religión en nuestro país. Por ello la reacción de tirios y troyanos frente a la obra. Mientras unos vieron un “retrato” (de allí la ilusión del género, y su esencia) de la realidad venezolana (aunque magnificado por su ostentosa carga lingüística), los otros se vieron al descubierto, inermes ante una circunstancia literaria que dejó en evidencia que el “rey” estaba desnudo. Mientras los oficialistas se percataron de que había sido una torpeza hallar a un novelista para que dibujara el perfil sociológico de un pueblo asqueado frente a su propia realidad, los opositores se indignaron ante lo que consideraron una burla al manoseado gentilicio venezolano. Y en le medio quedó el narrador, el artífice de ese extraño artefacto literario (para utilizar términos de Jorge Herralde), que hizo gala su ingenio y de toda su pericia en el oficio de narrar, para escribir una obra con una fuerte marca celiana.<br />Si La catira buscó en su génesis (sólo política, quede claro) “competir” la universalidad alcanzada por Rómulo Gallegos con su Doña Bárbara, el escritor español se desmadró al estamparle a cada personaje (sobre todo a Pipía Sánhez) su firma: erotismo-obscenidad, sátira, ironía, humor negro y tremendismo. Algunos de los cuales no se aprecian ni por asomo en la novela de Rómulo Gallegos. Es decir, logra Cela deslindarse del acotado espectro literario de la época, de las ataduras de las periclitadas concepciones venezolanistas, de las imposiciones exógenas (incluidas las políticas, por supuesto), de la impronta de los atavismos telúricos propios del criollismo, para generar un producto raro, extraño y exótico, hasta para los propios venezolanos.<br />Lógicamente, no podía caber otra cosa sino el escándalo. Y se dio con mucha fuerza. Lamentable —eso sí— el que nuestro ensayista no perciba los hechos en su justa dimensión y se coloque al margen de las evidencias que él mismo nos proporciona, para lanzarse a la aventura de un análisis crítico descontextualizado, pobre y añejo en argumentos, quedándose petrificado —como la mujer de Lot— mirando hacia un pasado que como tal ya no podemos reescribir. Tan sólo nos queda —por fortuna— el vislumbre de nuevas interpretaciones de los hechos y de la obra per se, a la luz de las causas (políticas, sociales, históricas, literarias, etc.) que originaron o dieron pie a la polémica obra.<br />El ensayista asume posturas rígidas en su análisis; se une al coro inefable de los falsos críticos de la época. Se retrotrae —¡increíble!— a los años cincuenta, asumiendo como voz propia la de los protagonistas de entonces, para desde allí atacar (ahora sí en el presente desde donde escribe) a quien ya no puede defender su obra. Y si Cela estuviese presente se reiría con su cinismo habitual de tanta perfidia mal hilvanada, de tanta pifia mal investigada. Veamos.<br />Nos dice Guerrero (en una especie de conclusión, cuestión absurda en un ensayo que debe quedar abierto, a la libre de cada lector, titulada: ¿Nos espera una lengua común?) que La catira fue un fiasco (sic). Y no contento con tan alegre afirmación agrega, que “Cela da muestras de un oportunismo, una avidez y un menosprecio hacia los otros sencillamente bochornosos”. Si se analiza todo el escándalo suscitado alrededor de la novela, y la salida a la palestra de lo más graneado de nuestra intelectualidad (como de la española), para asumir posición al respecto, el argumento del “fiasco” se cae por su propio peso. Logró Cela aglutinar alrededor de su obra —y de su persona— argumentos que dieron al libro un inmenso centimetraje en la prensa iberoamericana, y ello elevó la venta de La catira a cifras astronómicas e inauditas para la época, y su figura la ubicó en la cúspide literaria, tanto en España como en los países de habla hispana. Por otra parte, el mismo Guerrero nos dice que la crítica española, no sólo le fue favorable al libro del gallego, sino que lo elevó a la categoría de obra maestra. Y ello no varió sustancialmente luego del escándalo.<br />Con respecto a la avidez y al oportunismo, no ha sido Cela un caso exclusivo en las letras universales. No olvidemos (por poner sólo un ejemplo) el reciente escándalo suscitado a raíz de la publicación de Pelando la cebolla, memorias de Günter Grass, en las que acepta haber formado parte de las Waffen SS, y lo calló durante varias décadas para no perder su membresía y prestigio literario (traducidos en premios, incluyendo el Nobel, dinero, etc.). En todo autor hay ansias, codicia, vanidad, y ello no lo desdibuja ante la mirada de un colectivo, porque forma parte de la naturaleza humana y, si se quiere, del mismo oficio de escribir.<br />El que Cela haya aceptado escribir una obra por encargo, no lo convierte en un delincuente, podría ser motivo —eso sí— de un análisis en torno a los valores que deben signar a la vida de todo creador. Recordemos que el Cela de los años cincuenta era un hombre autosuficiente, soberbio, en plena efervescencia de su pluma, dispuesto a comerse el mundo, ávido de experiencias que lo marcaran en lo personal y en lo literario. En todo caso, el “encargo” no dañó la imagen del escritor gallego: continuó de manera exitosa su carrera literaria y muchos años después (1989) alcanzó el Premio Nobel de las letras por el conjunto de su obra (incluyendo, cruel paradoja, a La catira).<br />Un poco antes, en la página 261, Guerrero afirma contundente: “Huelga decir que salió perdiendo asimismo (por el escándalo) Camilo José Cela, que escribió una obra mediocre y dejó fama de mercenario y oportunista en Venezuela y en Hispanoamérica. No en vano, aunque recibirá nuevas invitaciones, jamás volverá a poner los pies en el país sudamericano”. Esto es completamente falso. Cela volvió a poner gustoso los pies en Venezuela 38 años después de su odisea literaria con La catira y quien escribe —yo, por supuesto— soy testigo y fui acompañante en su visita a Mérida (Venezuela) el 3 Julio de 1993. Es más, aquella hermosa mañana (recreada varios años después, con motivo del fallecimiento del novelista, en un ensayo que publiqué en Verbigracia de El Universal de Caracas, titulado: Camilo José Cela: Un rey que no es de este mundo) le inauguramos una pequeña plaza (hoy en ruinas) y le hicimos un grato homenaje que degustó impávido desde su trono.<br />Más aún: desde Caracas a Mérida lo acompañaron el historiador y escritor Guillermo Morón (a despecho de Guerrero, crítico primigenio en Venezuela de La catira) y el entonces Vicerrector Académico de la Universidad de Los Andes (Venezuela), Prof. Leonel Vivas, hoy embajador en Australia. Para rematar la pifia del ensayista, y cerrando mis apostillas, el mismo Cela inmortalizó los dos días que pasó en mi ciudad en un exquisito y breve artículo titulado: Escrito al salir de Mérida de Venezuela, que insertó en su libro A bote pronto (1994), en donde expresó sin ambages y para la posteridad (Guerrero dixit), lo siguiente: “Mérida, la remota Mérida de los Andes y su Universidad, Santiago de los Caballeros de Mérida, el entrañable caserío donde puse gozoso fin a mi travesía del desierto venezolano, yo ya me entiendo y bailo solo, tras cuarenta años de paciencia y buenos deseos de acertar y sentir. Ahora tan sólo quiero dejar constancia de los dos días que viví en Mérida y que ya nadie podrá quitarme jamás”.<br /><br />rigilo99@hotmail.comRicardo Gil Otaizahttp://www.blogger.com/profile/11208441448327911132noreply@blogger.com0